Comprendo a tantos cristianos que sufren al ver a la Iglesia desfigurada por tantas renuncias y abusos. Nuestro corazón de hijos está lleno de vergüenza. Refugiémonos en el corazón de María. Querría invitaros a hacer una visita espiritual al fondo de la basílica de San Pedro. Acerquémonos a la bella estatua de la Piedad de Miguel Ángel. Contemplemos esta madre que lleva en sus brazos el cuerpo de su hijo, torturado, humillado, cubierto de heridas y de golpes de látigo. Sus manos están traspasadas, su frente atravesada por la corona de espinas. La Madre abraza el cuerpo de su hijo con una gran dulzura y una infinita delicadeza. Su rostro de joven madre está a la vez recogido, doloroso y lleno de paz.
Ella adora sin comprender a la vez bello y destrozado, este hijo que es su Dios. Como María, sepamos reconocer el rostro de Cristo detrás de la cara manchada de la Iglesia. Ni nuestros pecados, ni nuestras traiciones, ni nuestra tibieza, ni nuestras infidelidades podrán desfigurar la Iglesia. Ella permanece siempre bella, con la belleza de los santos. Ella permanece siempre joven, con la juventud de Dios. Sepamos amar a la Iglesia y llevar esta mirada de fe con la que María lleva a su hijo muerto en sus brazos. Sepamos llorar por la Iglesia, sepamos sufrir por la Iglesia, pero tratémosla siempre con esta delicadeza amante y toda mariana que revela el mármol de Miguel Ángel.
Cardenal R. Sarah, Le soir approche et déjà le jour baisse, Fayard, 2019