Nos habíamos ido hasta Cafarnaúm, donde Jesús entraba en la casa de Pedro y curaba a su suegra. San Mateo (Mt 8, 14-16) lo cuenta así: «Y venido Jesús a la casa de Pedro, vio a la suegra de éste postrada en cama y calenturienta. Y la tomó de la mano, y la dejó la calentura; y se levantó y le servía. Y llegado el atardecer, le presentaron muchos endemoniados, y lanzó los espíritus con su palabra, y a todos los que se hallaban mal los curó».
La cuestión que suscita este pasaje de Mateo, explica Broussard, es la siguiente: «¿Por qué la gente espera hasta ‘el atardecer’ para llevar a Jesús a los poseídos y a los enfermos? Lo lógico sería que quisieran que Jesús empezase a curar a los enfermos de forma inmediata».
La respuesta se encuentra un poco antes del relato de san Marcos de ese mismo hecho (Mc 1, 29-34). En el versículo 21, cuando va a empezar a contar el episodio del endemoniado de Cafarnaúm, que sucede mientras Jesús predica en la sinagoga antes de curar a la suegra de Pedro, dice el evangelista: «Y entran en Cafarnaúm; y luego que fue sábado enseñaba en la sinagoga».
Es decir, el día que Jesús curó a la suegra de Pedro era sábado. «Por eso la gente esperó al atardecer», explica Broussard, «el final del sabbath (durante el cual estaba prohibido trabajar), para llevar donde estaba Jesús a sus seres queridos enfermos y poseídos». En efecto, en otros pasajes (Mc 3, 1-6; Jn 5, 16) posteriores leemos cómo los fariseos consideraban una violación del descanso preceptivo del sabbath el hecho de que Jesús curase en sábado. Las gentes de Cafarnaúm, conocedoras de esa prescripción, esperaron a la finalización del día para aquellas primeras curaciones.
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