Todo el que tenga oportunidad de ir a la ciudad de Barcelona, podrá ver, en lo alto de una colina junto a la ciudad, la figura de Jesucristo, con los brazos abiertos, que bendice a su pueblo y espera que cada hombre y cada mujer se acerquen a su Corazón.
Se trata del monte Tibidabo, el punto más alto del municipio de la Ciudad Condal, y debe su nombre a un grupo de clérigos y anacoretas, que en los tiempos de la Cristiandad, viendo el hermoso paisaje que podía contemplarse desde allí, insinuaron aquel punto como el elegido por Satanás para tentar a Jesús: «Todo esto te daré si me adoras (Haec tibi omnia dabo si cadens adoraveris me)». Efectivamente, desde allí se ven hermosas montañas, los campos y el mar. Una maravillosa vista. Y allí quería reinar también Cristo, como en todo corazón y en todo lugar.
Su Providencia quiso servirse de su querido hijo san Juan Bosco, quien visitó Barcelona en el año 1886. Recientemente se había consagrado la basílica del Sagrado Corazón en Roma y Don Bosco andaba pensando qué hacer para promover tal devoción en el mundo. También se estaba levantando la basílica del Sagrado Corazón de Montmartre, en París, como expiación por los pecados de Francia.
Durante el trayecto a España –el Señor no deja nada sin cuidar, y todo lo ordena para nuestro bien– Don Bosco, al oír el compás de la locomotora, creyó entender la palabra «tibi-dabo, tibi-dabo»… lo cual le sorprendió. Una vez en Barcelona, un grupo de fieles le propuso la edificación de un templo al Corazón de Jesús en la colina del Tibidabo. Don Bosco vio la señal divina en aquella intuición que había tenido en el tren.
Durante la visita, propietarios de tierras en la colina las entregaron a Don Bosco para que hiciese realidad el proyecto. La entrega tuvo lugar en la basílica de la Merced, el 5 de mayo de ese año.
En 1886 se edificó la primitiva ermita. Es hermoso constatar que poco tiempo antes había comenzado a construirse el templo expiatorio de la Sagrada Familia, encargado al gran Gaudí, dentro de la misma ciudad. En el siglo de las revoluciones y numerosas apostasías, Dios no abandonó al hombre, y su esperanza llenó los corazones de sus hijos una vez más.
Desde el principio afluyeron las romerías y peregrinaciones al lugar, así como los donativos para levantar un majestuoso edificio.
En 1902 comienza la construcción del Templo, que no concluirá hasta 1961. El arquitecto encargado del proyecto fue Enrique Sagnier, y quiso dar una carga simbólica a todo el edificio. Los materiales y las estructuras van elevándose hasta llegar a Cristo. Así, empezando desde abajo vemos el color marrón de la tierra, que se eleva al gris de la piedra, este al blanco pétreo también y finalmente el bronce dorado, material más noble que la tierra y la piedra. Por su parte, la cripta presenta arcos de medio punto y la iglesia arcos apuntados. En la terraza están las esculturas de los doce Apóstoles.
Por otro lado, diversos son los símbolos que remarcan el carácter nacional del Templo, en alusión a la Gran Promesa: Reinaré en España y con más veneración que en otros lugares. Desde escudos de España en las vidrieras y otros lugares –algunos de los cuales han sido retirados con el tiempo–, pasando por los emblemas de las provincias, las banderas de las naciones de la Hispanidad, hasta los mosaicos con representaciones de monumentos españoles (El Pilar, El Escorial, Montserrat…), de personajes históricos de nuestra patria (san Ignacio, santa Teresa, Cisneros…) y de páginas épicas de nuestro pasado (América, la Reconquista, etc.).
En la cripta tenemos las imágenes de la Virgen de la Merced, san Jorge y Santiago, patronos de Barcelona, Cataluña y España respectivamente. En los capiteles están representados los cuatro evangelistas. Sobre la puerta principal de esta parte del monumento está una escultura de san Miguel Arcángel, protector de la Iglesia y capitán de los ejércitos celestiales, que vence al diablo.
Entrando en la cripta encontramos en el lugar central una imagen del sagrado Corazón de Jesús, con cuatro altares dedicados a san Antonio de Padua, María Auxiliadora, san José y la Virgen de Montserrat y ocupa toda la pared, como un friso, un gran vía crucis de alabastro policromado. En el lado derecho la Virgen del Carmen, un retablo de alabastro enmarcado en una cruz de mármol, simétrica a la del crucifijo en tamaño natural que ocupa el lado izquierdo.
La iluminación de este lugar con luz natural llega a través de varias vidrieras situadas alrededor de la entrada, con estos temas: las mayores en arco, en los extremos, representan la aparición de la Virgen del Pilar y la conversión de Recaredo al catolicismo; san Fernando y san Hermenegildo ocupan dos vidrieras grandes verticales, mientras las pequeñas situadas sobre la puerta están dedicadas a san Joaquín, san Isidoro, san Antonio y santa Isabel de Aragón, que fue reina de Portugal.
Asimismo, el monumento recuerda –visto desde lejos– a una persona orando de rodillas.
Todo el conjunto monumental es una fusión de la naturaleza (representada en la montaña), el esfuerzo del hombre (representado en el templo) y Dios hombre (representado en la imagen del Sagrado Corazón). Todo ello dirigido hacia Dios Padre, Rey inmortal. Este es el significado del monumento. En 1935 se colocó la primitiva imagen monumental, cuyo autor fue Frederic Marés. Eran tiempos de manifiesto anticlericalismo y persecución violenta en distintos puntos de España y del mundo. Las ideologías totalitarias querían arrancar al Señor de las naciones y de los corazones. Y en medio de tanto odio se abrieron sus brazos hacia Barcelona. Poco tiempo después estalló la Guerra Civil y las turbas revolucionarias atacaron la imagen, que fue destruida…
No obstante, Dios no iba a abandonar a la ciudad y años más tarde, en 1961, fue colocada la actual imagen, obra de Josep Miret. Un detalle importante es que el rostro de la imagen está inspirado en la Síndone, la Sábana Santa.
El 29 de octubre de ese año fue declarada basílica menor por el Romano Pontífice, Juan XXIII, quien, por cierto, accionó el botón que inició la iluminación de la imagen, iluminación que permanece actualmente y que se sufraga con donativos de particulares. Aquel papa santo afirmó por entonces: «Al iluminar este monumento al Sagrado Corazón y la montaña del Tibidabo, corona de Barcelona, pedestal y trono de Cristo Rey, queremos invocar su benevolencia sobre esta magnífica ciudad y sobre España entera, que paternalmente bendecimos».
El carácter expiatorio de este templo tiene su origen en una nota típica de la devoción al Corazón de Jesús, que ante el olvido y desprecio del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, promueve una respuesta de amor y reparación, de entrega personal que, según la generosidad de cada uno, llegará a la reparación y expiación dolorosa de los pecados del mundo, unida al sacrificio eucarístico.
No podemos olvidar el corazón del monumento: la capilla del Santísimo, entrando a la derecha. Allí está expuesto el Señor día y noche. Cada noche un turno diferente de barceloneses vela ante el Santísimo en Adoración Nocturna. Cada noche, cada mes. Los turnos se iniciaron el 31 de diciembre de 1951, en preparación para el Congreso Eucarístico Internacional que tuvo lugar al año siguiente en la Ciudad de los Condes.
Es un gran regalo el monumento del Tibidabo. Un signo de esperanza para los tiempos actuales. Cristo sigue bendiciendo a los hombres y sigue siendo Él –y sólo Él– la fuente inagotable de paz y de vida, de fe, esperanza y caridad. Que el cercano centenario de la Consagración de España al Corazón de Jesús en junio de 2019 sea un acicate para que volvamos la vista al Tibidabo, y veamos que el Señor, desde lo alto, está esperandonos y nos llama: a reparar, a ser santos, a dejar que reine en nuestras vidas y a rogar confiados: Venga a nosotros tu Reino.
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