Durante muchos siglos las Iglesias de Oriente y de Occidente siguieron su propio camino unidas en comunión fraterna de fe y vida sacramental, siendo la Sede Romana, con el consentimiento común, árbitro si surgía entre ellas algún disentimiento en relación a la fe y a la disciplina.
Sin embargo, la diversidad de lengua, de carácter, de costumbres eclesiásticas, de liturgia e incluso de teología, fueron motivos utilizados partidistamente para ir rompiendo la concordia existente entre ambas Iglesias, acentuando cada vez más su distanciamiento hasta que el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, consumó el cisma en 1054, arrastrando con él a los patriarcados de Alejandría (Egipto), Antioquía (Siria) y Jerusalén (Palestina y Jordania) y dando origen así a la Iglesia «ortodoxa».
Con el tiempo, diversos territorios evangelizados por estas Iglesias orientales se fueron constituyendo en patriarcados independientes (autocéfalos), aunque siempre en comunión con el resto de Iglesias ortodoxas. Es el caso de la Iglesia ortodoxa rusa, serbia, rumana, búlgara o georgiana, Iglesias autocéfalas reconocidas por el patriarca de Constantinopla, que de acuerdo con el canon 28 del Concilio de Calcedonia, goza de la prerrogativa de erigir nuevos patriarcados debido a su preeminencia honorífica (primus inter pares) aunque no dispone de ninguna jurisdicción en los asuntos internos de las Iglesias ya constituidas.
El pasado 11 de octubre el sínodo del patriarcado de Constantinopla, haciendo uso de esta prerrogativa, daba luz verde a la concesión del «tomos (decreto) de autocefalia» a la Iglesia ortodoxa de Ucrania, desligándola así de su secular dependencia de la Iglesia rusa.
El patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, ha justificado la decisión del sínodo en las condiciones en que se encuentra el pueblo ucraniano en la actualidad, políticamente independiente de Moscú desde 1991; condiciones que han sido aducidas tanto por el gobierno del país –donde el sentimiento antirruso está cada vez más extendido– como por los representantes de las cismáticas Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Kiev (autoproclamada en 1991 conforme al 34º canon ortodoxo apostólico según el cual la independencia política debe conllevar la eclesiástica) y de la Iglesia ortodoxa autocéfala ucraniana (nacida también unilateralmente en 1919 mientras Ucrania luchaba por su independencia).
Este hecho revoca, de facto, el vínculo jurídico que, desde 1686 y «por las circunstancias de la época», reconocía «el derecho del patriarca de Moscú a ordenar al metropolitano de Kiev (capital de Ucrania)» sin consultar a Constantinopla.
Como respuesta a lo que considera una injerencia en una región que canónicamente pertenece a otra Iglesia y que constituye un «rechazo a decisiones y compromisos históricos», el patriarcado de Moscú (que engloba aproximadamente dos tercios de los aproximadamente 270 millones de cristianos ortodoxos en el mundo) decidió romper el pasado 15 de octubre la comunión eucarística con el Patriarcado ecuménico de Constantinopla.
En caso de consumarse este nuevo cisma en la Iglesia ortodoxa con la promulgación del tomos de autocefalía, las consecuencias para el restablecimiento de la unidad entre todos los discípulos de Cristo son todavía inciertas. Por un lado, el diálogo ecuménico con la Iglesia ortodoxa podría mejorar debido a la pérdida de influencia de Moscú, tradicionalmente muy crítica con la Iglesia romana. Sin embargo, la aparición de una nueva Iglesia cismática podría desembocar, a medio o largo plazo, en diferencias de fe y sacramentos, dificultando más aún su plena comunión con la Sede de Roma.
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