Son 63 los millones de chicas que, según los cálculos realizados por el gobierno indio, han «desaparecido» en todo el país. No; no se han perdido de vuelta a casa ni han sido secuestradas: han sido asesinadas en aplicación del aborto selectivo, ampliamente generalizado en un país en el que la preferencia por tener hijos varones pasa por encima de cualquier otra consideración.
A pesar de que el aborto selectivo de niñas está prohibido en la India, la realidad es que es muy fácil y está socialmente aceptado recurrir a un médico dispuesto a abortar a quien ha sido detectada como mujer. En este terrible fenómeno juegan un papel decisivo las costumbres hindúes, en las que el nacimiento de un hijo varón es acompañado de grandes celebraciones, mientras que el nacimiento de una hija es contemplado como una desgracia para su familia, que entre otras cosas tendrá probablemente que incurrir en enormes deudas para pagar la dote del futuro matrimonio de su hija. Por supuesto, en el caso de que las niñas lleguen a nacer, todas las estadísticas señalan que se les da menos educación, cuidados sanitarios y nutrición que a sus hermanos varones. El fenómeno no es exclusivo de entornos socioculturales pobres, sino que también se da en las zonas con mayores ingresos, como Nueva Delhi, donde el aborto selectivo de niñas incluso se ha intensificado.
Las únicas excepciones las encontramos en las familias cristianas y en las regiones del noreste, étnicamente más cercanas a Malasia y en las que las costumbres hindúes no se aplican. Una vez más, como ya sucediera en tiempos del Imperio romano, la fe cristiana y su visión de la sacralidad de la vida humana, son determinantes para poner fin a todo tipo de bárbaras costumbres.