Cuando el atractivo y mediático Justin Trudeau, líder del Partido Liberal, accedió a la presidencia de Canadá, una de sus medidas iniciales fue intentar restringir los fondos públicos que van a parar a organizaciones que no comulgan con las ideas de su partido, en especial su consideración del aborto como un derecho sagrado. Así que su gobierno negó las subvenciones para organizar actividades de verano a todas aquellas organizaciones que no declarasen su adhesión a los nuevos dogmas estatales.
Las organizaciones afectadas llevaron el asunto a los tribunales, que les dieron la razón basándose en que la convocatoria de las ayudas no indicaba ese requisito. Pero este año, Trudeau vuelve a la carga, asegurándose en esta ocasión de que el requisito queda bien explicitado. El presidente canadiense ha anunciado que quienes quieran acceder a ayudas estatales deberán proclamar su aceptación y apoyo hacia el aborto, el equivalente moderno del incienso a los dioses que la antigua Roma obligaba a quemar a los cristianos. Trudeau afirmó que quienes quieran acceder a fondos públicos deben aceptar «el compromiso del gobierno de Canadá con los derechos humanos, que incluyen los derechos de las mujeres, los derechos reproductivos de las mujeres y los derechos de los canadienses de género diverso y transgénero». Añadió además que los grupos contrarios al aborto «no están en línea con lo que somos como gobierno y, francamente, con lo que somos como sociedad». Unas declaraciones con un inequívoco aroma totalitario y arrogante que afectarán a alrededor de 70.000 niños que participan en actividades veraniegas impulsadas por organizaciones, principalmente católicas, que no comulgan con la ideología abortista y de género.
Las declaraciones de Trudeau han conseguido poner de acuerdo a católicos, protestantes, judíos, musulmanes, hindúes y sikhs en su rechazo a las pretensiones presidenciales. No obstante, de algunas respuestas a la iniciativa de Trudeau se desprende una falta de comprensión de las dinámicas en que se encuentran inmersas las sociedades occidentales hoy en día. La insistencia en que «todos deberían ser incluidos en una sociedad pluralista», como afirmó el director de comunicaciones de la diócesis de Toronto, Neil MacCarthy, ignora la verdadera naturaleza de ese «pluralismo» que lo acepta todo excepto la adhesión a la Verdad y que no es más que un monismo que excluye a los cristianos.
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