La madre Esperanza nace en Murcia el 30 de septiembre de 1893. Es la mayor de nueve hermanos yde una familia humilde. A los siete años su madre la confía al párroco para su formación, pues no tienen recursos para llevarle a la escuela. Éste tiene dos hermanas que se encargan de enseñarle. Cuando cumple veintidós años decide hacerse religiosa entre las Hijas del Calvario, en una comunidad de seis monjas, todas ellas de edad avazada, y escoge como fecha de entrada el 15 de octubre, día de santa Teresa de Jesús, con el deseo de que le ayude a ser, como ella, una gran santa.
Años más tarde, su comunidad se une a la de las Religiosas de Enseñanza de María Inmaculada pero madre Esperanza es trasladada a Madrid el año siguiente, pues por aquel entonces se comienzan a manifestar en ella algunos fenómenos místicos extraordinarios. Es encomendada a los padres claretianos, expertos en dirección espiritual, y posteriormente al Santo Oficio. A pesar de los contratiempos e incomprensiones que para ella suponen estos cambios, la madre Esperanza siempre está agradecida al Señor por ello, pues es para dar prueba de la intervención directa del Señor en ella. Es en esos años cuando el Señor le manifiesta particularmente su deseo de que a través de ella los hombres «conozcan a Dios no como un Padre ofendido por las ingratitudes de sus hijos, sino como un bondadoso Padre que busca por todos los medios la manera de confortar, ayudar y hacer felices a sus hijos y que los sigue y busca con amor incansable como si Él no pudiese ser feliz sin ellos».
Instrumento de misericordia
El Señor va haciendo en ella su obra. Mujer sencilla y dócil, va dejandole obrar en ella y servirse de ella para llegar a los demás. En su diario va escribiendo lo que el Señor le dice: «Esta noche la he pasado distraída (en su lenguaje quería decir “en éxtasis”), el buen Jesús me ha dicho que quiere servirse de mí para cosas grandes; yo le contesté que estoy dispuesta a todo, pero me siento inútil e incapaz de hacer nada de bueno. Me respondió que quiere servirse de mi nulidad, para que se vea que es Él quien hace cosas grandes para bien de la Iglesia y las almas». Una vez más el Señor busca a su sierva entre los más pequeños e incapaces para que se manifieste así su gloria.
Nuestro Señor le va dando a conocer su Amor Misericordioso y su deseo de manifestarse a los hombres de una manera muy concreta. El día 8 de diciembre de 1929, fiesta de la Inmaculada Concepción, el buen Jesús, como le llama ella, le da a conocer cómo quiere que sea la imagen de su amor misericordioso y los símbolos que debe llevar. Representa a Jesús vivo en la cruz, con expresión de sufrimiento pero con el rostro sereno, mientras le dirige la súplica al Padre: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». En el centro del crucifijo destaca una gran hostia que nos recuerda el santo sacrificio que se perpetúa cada día para nosotros en la Eucaristía. La cruz se alza sobre un globo, el mundo, que sostiene también sobre sí una corona real y un libro abierto: el Evangelio, con la frase «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado». Sobre el cojín que sostiene la corona está escrito: «Eres, oh Cristo, el Rey de la gloria». Jesús, amor misericordioso, quiere reinar sobre el mundo llevándolo al Amor. En el corazón está inscrita la palabra «Charitas», ¡Qué grandes han de ser las palpitaciones de su amor para estar tan contento de sufrir hasta la muerte! Este crucifijo se venera hoy día en el santuario del Amor Misericordioso en Collevalenza.
El Evangelio y santa Teresita del Niño Jesús le llevan de la mano a la contemplación del amor misericordioso y a esa confianza audaz sin límites para sí y para todos los pecadores. El padre Arintero le ayuda teológicamente en la comprensión del misterio de la divina misericordia, pero también ella lo vive de manera muy personal, por su trato directo con el buen Jesús. Le fascina ese amor de Padre y de amigo que sólo sabe perdonar, compadecer, esperar, porque sólo sabe amar. Y sin cálculos. La Madre se complace en poner de relieve que Jesús «no ha sido nunca ecónomo», no sabe calcular; sólo sabe amar.
Al servicio de los más necesitados
En la noche de Navidad de 1930, en un pequeño piso de Madrid, nace la Congregación de Esclavas del Amor Misericordioso. La forman madre Esperanza, y ocho hermanas más. La Congregación nace en la pobreza más absoluta. En la casa falta de todo, duermen en el suelo apoyando la cabeza en el único colchón. Atienden a los niños, a los pobres, ancianos, enfermos y sacerdotes con ayuda material y espiritual. En los años siguientes se multiplica el número de casas, siempre asistidas por la Providencia y donaciones. La madre Esperanza dice que en la puerta de todas estas casas debería estar escrito: «Llamad los pobres, que se os socorrerá; llamad los afligidos; que se os consolará; llamad los enfermos, que se os asistirá, llamad a los huérfanos y en las Esclavas del Amor Misericordioso hallaréis madres».
Los Hijos del Amor Misericordioso
Con una visión cada vez más clara de lo que el Señor quiere de ella, se traslada a Roma en 1936, donde se encuentra con la tragedia de la segunda guerra mundial. Durante los siguientes años se implica en la ayuda de los heridos y afectados por la guerra.
El 15 de agosto de 1951, respondiendo a la solicitud del Señor, funda los Hijos del Amor Misericordioso, que se dedicarán de modo especial a ofrecer ayuda material y espiritual a los sacerdotes. «El fin principal de esta congregación es la unión entre el clero secular y los religiosos Hijos del Amor Misericordioso: éstos pondrán todo su empeño en fomentar dicha unión, serán para ellos verdaderos hermanos, les ayudarán en todo, más con hechos que con palabras». Para los sacerdotes seculares la madre Esperanza vincula la misión de los Hijos del Amor Misericordioso; éstos podrán dedicarse a cualquier actividad, pero pasando por un camino prioritario obligado: primero ir a los sacerdotes y después, unidos, ir a cualquier obra apostólica.
Una vez más el Señor lleva a plenitud uno de los deseos que había puesto en el corazón de la madre Esperanza: el de ofrecer toda su vida al Amor misericordioso por los sacerdotes.
El Santuario, casa de la divina Misericordia
El Señor, en una de sus revelaciones, le habla de su anhelo de fundar un santuario dedicado a su amor misericordioso, una casa del Padre para sus hijos cansados y necesitados. Le dice a la madre Esperanza que para que esta obra de mucho fruto debe antes el grano ser triturado, molido y morir. Y le pone a ella al frente de dicho trabajo, con el deseo de servirse de ella para ser sustento de muchas almas.
En un pueblo que no llega a los mil habitantes, famoso por un bosquecillo de robles conocido como el «Roccolo», donde los cazadores se hartan de coger pájaros con sus redes, allí le da Jesús la primera explicación: «Esperanza, transformaremos este “roccolo” en lugar de captación de almas. Llegarán a venir a bandadas, más numerosas que estos pajarillos. Aquí tienen que aprender a conocerme mejor».
En los años siguientes a la fundación de los Hijos del Amor Misericordioso se van realizando las obras que Jesús le había pedido a la madre Esperanza: la casa para los Hijos del Amor Misericordioso, el seminario y, en 1955 la capilla del Amor Misericordioso, que es erigida en santuario en 1959. Se le llama «santuario del Crucifijo» porque, sobre la pared principal está colocado el crucifijo que es imagen Amor misericordioso que Jesús le había descrito a madre Esperanza y que ella había encargado al escultor español Cullot-Valera en 1930.
La Basílica tiene como detalle una entrada muy pequeña que da paso al amplio y luminoso interior, que simboliza la misericordia: el inmenso amor de Dios al que uno accede haciéndose pequeño. Bajo la Basílica se encuentra la cripta, donde está enterrada la madre Esperanza. Hay también un via crucis en la ladera del monte, que sale de la Casa del Peregrino.
En los años de la fundación del santuario de Collevalenza no llega agua a la montaña donde está situado. Varios expertos del pueblo excavan y buscan posibles fuentes de agua en vano. Al decírselo a la Madre, ésta va con ellos y les dice el lugar exacto donde hay agua. Efectivamente, a 122 metros de profundidad hay un pozo del que brotará agua hasta nuestros días. Se construyen una fuente y las piscinas, presididas por una frase de la madre Esperanza: «Emplea este agua con fe y amor, seguro que te servirá de refrigerio para el cuerpo y de salud para el alma».
Cada día llegan muchas personas a Collevalenza y van a ver a la madre Esperanza. Ella les escucha atentamente y les recomienda rezar al Amor misericordioso, prometiendo ella hacer lo mismo. Anhela hacer que los demás sientan a Dios como ella lo siente: un Dios que ama a todos con la misma magnanimidad. «Debo llegar a hacer que todos los que tratan conmigo sepan que el buen Jesús ama a todas las almas lo mismo; que si hay alguna diferencia es precisamente ésta: ama más a aquellas almas que, aunque llenas de defectos, se esfuerzan y luchan por ser como Él las quiere; que hasta el hombre más perverso, más abandonado y más miserable es amado por Él con inmensa ternura».
Visita del papa Juan Pablo II
La primera salida del Vaticano después del atentado del 13 de mayo de 1981, aún convaleciente, tiene como destino Collevalenza. Ese mismo año el Papa ha promulgado la encíclica Dives in misericordia, y esa circunstancia le mueve a acudir al santuario del Amor Misericordioso. El Papa, con su presencia allí, quiere reafirmar el mensaje de la encíclica pues –dice– «desde el comienzo de mi ministerio en la sede de San Pedro en Roma, he considerado este mensaje como mi tarea particular. La Providencia me lo ha asignado en la situación contemporánea del hombre, de la Iglesia y del mundo.»
Y les exhorta en su alocución a los religiosos y religiosas del Amor misericordioso: «Considerad este santuario erigido para exaltar y celebrar continuamente los rasgos más exquisitos del Amor misericordioso (…). Que se proclame siempre en él el alegre anuncio del Amor misericordioso, mediante la Palabra, la Reconciliación y la Eucaristía. Es palabra evangélica la que pronunciáis para confortar y convencer a los hermanos acerca de la inagotable benevolencia del Padre celestial. Es hacer posible la experiencia de un amor divino más potente que el pecado, el acoger a los fieles en el sacramento de la penitencia o reconciliación, que sé que administráis aquí con constante empeño. Es vigorizar de nuevo a muchas almas fatigadas y cansadas, en busca de un alivio que dé dulzura y robustezca en el camino, ofrecerles el Pan eucarístico».
La madre Esperanza continúa su misión de ser instrumento del Amor misericordioso hasta el final. Muere en Collevalenza el 8 de febrero de 1983, a los 89 años. En 2002 Juan Pablo II le otorga el título de «venerable» y es beatificada el 31 de mayo de 2014 por el papa Francisco.
En la actualidad las congregaciones del Amor Misericordioso trabajan por la enseñanza, la acogida y acompañamiento de niños y jóvenes, ayudando a enfermos, ancianos, minusválidos y familias necesitadas, y en la misión fraterna con los sacerdotes. Haciéndose eco de la súplica de Juan Pablo II: «Ruego al Amor misericordioso que no decaiga».