En este caso le ha tocado el turno a dieciséis monjes cistercienses del monasterio de Santa María de Viaceli de Cóbreces (Santander) y a dos religiosas, también cistercienses, del monasterio de Fons Salutis de Algemesí (Valencia), que se suman a los 1527 mártires ya beatificados hasta ahora.
Durante la ceremonia, que tuvo lugar el pasado 3 de octubre y congregó a una gran multitud de fieles que se acercaron a la catedral de Santander para dar un testimonio vivo de su fe en Cristo, el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, recordó que «los mártires del siglo xx en España fueron personas con la misma talla espiritual que los mártires de los primeros siglos. Fueron cristianos que, llegada la hora de la verdad, prefirieron morir antes que traicionar su fe. En su corazón, el amor, fue más fuerte que la muerte. En aquel periodo, España, país de alta civilización humana y cristiana, fue oscurecida por una tempestad de odio tan pasional que superó por intensidad y por sádica frialdad a las contemporáneas e igualmente sangrientas persecuciones que hubo en Méjico y en la Unión Soviética. Fue un periodo de dolorosa desolación. (…) Por eso hoy, antes de que la nube del tiempo cancele las huellas de nuestros mártires, la Iglesia trata de recordar y celebrar su heroísmo como herencia preciosa de civilización y de auténtica humanidad. Sus nombres no están escritos sobre arena, sino en el corazón de Dios». Con la celebración de hoy son ya 1544 los mártires de España beatificados hasta ahora. Otras causas están en proceso. Se trata de un verdadero holocausto cristiano. Estallada la persecución, el monasterio de Cóbreces, que entonces contaba con unas sesenta personas fue invadido por los milicianos en busca de armas. Los revolucionarios confiscaron todos los ornamentos sacros, destruyendo y saqueando cuanto encontraron de precioso y útil. Los monjes, después de un periodo de detención, de interrogatorios, de humillaciones y de torturas, fueron todos matados en circunstancias y tiempos diferentes a partir del verano de 1936 hasta final de diciembre del mismo año. ¿Quiénes eran estos mártires de Cristo? Eran religiosos sin ideologías partidistas, deseosos sólo de servir al Evangelio y de edificar al Pueblo de Dios con la oración, el trabajo y el recogimiento. Eran mansos, inofensivos. (…) Después del estallido de la revolución, el 18 de julio de 1936, los monjes de Viaceli entraron en un periodo de total inseguridad para su existencia. El reino del terror había calado sobre su oasis de paz como una nube negra que preanunciaba una tormenta devastadora. Los religiosos advirtieron que la hora del martirio se acercaba y se prepararon. Fueron de hecho perseguidos, encarcelados y matados como malhechores. Su único pecado era el testimonio de una vida contemplativa, toda consagrada al Señor y a la ayuda del prójimo necesitado. En la dulce y amable tierra española había llegado la hora del anticristo. El 22 de julio de 1936, así dice un informe del alcalde de Alfoz de Lloredo, un grupo de milicianos rojos entran armados en el monasterio; insultan, registran, ponen en el muro algunos religiosos y simulan su fusilamiento. Los monjes, de esta forma, fortalecieron su ánimo conscientes del martirio inminente. En la noche, entre el 3 y 4 de diciembre de 1936 el grupo más numerosos de monjes fue tirado al mar en la bahía de Santander. Entre ellos estaba el padre Pío Heredia, ahogado como los otros con las manos atadas y con la boca cosida con hilo de hierro porque continuaban orando. Sus cadáveres, horrendamente desfigurados, se encontraron en la playa después de algunos días o incluso meses. Las ejecuciones tenían lugar de noche, significando que eran el producto del rey de las tinieblas. En todo caso los religiosos habían recibido una sólida formación al martirio, disponiéndose a aceptar con serenidad de espíritu la persecución y la muerte por amor de Cristo, y perdonando a sus verdugos».
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