La RD del Congo y Sudán del Sur: los países castigados por el tribalismo y la corrupción que ha visitado el Papa

El papa Francisco ha viajado a dos países africanos: la RD del Congo y Sudán del Sur. Una buena
oportunidad para detener la mirada en estos países, cuna de numerosos católicos. Se trata, efectivamente, de dos de los países africanos más devastados por la corrupción, el mal gobierno y el tribalismo, plagas históricas del continente. Inmensamente rico en materias primas, la RD del Congo es uno de los países más pobres del mundo: el 71% de la población se encuentra en la extrema pobreza, con menos de 2,15 dólares al día para vivir. Peor aún es la situación de Sudán del Sur que, a pesar de haber adquirido tres cuartas partes de los yacimientos de petróleo de Sudán, del que se separó al
independizarse en 2011, ostenta el récord mundial de pobreza extrema con el 81% de sus habitantes en esta condición.
En la RD del Congo, el Papa no pudo salir de la capital, Kinshasa: la inseguridad que reina en el este del país imposibilita la visita a las tres provincias orientales del país, en las que actúan desde hace casi 30 años decenas de grupos armados con diferentes composiciones étnicas y religiosas. En especial el grupo armado M23, compuesto por milicias tutsis y apoyado por Ruanda.
En Sudán del Sur, el Papa fue recibido en Juba, la capital, por el presidente Salva Kiir y por el vicepresidente Riek Machar, unidos en su deber institucional pero enemigos divididos por una aversión implacable. De etnia dinka el primero y nuer el segundo, Kiir y Machar son los artífices del colapso del país al desencadenar un confl icto armado en 2013, solo dos años después de su independencia.
Merece la pena recordar las circunstancias que condujeron a la guerra hace diez años. El caso de
Sudán del Sur, el país más joven del mundo, es una confi rmación más de que casi siempre es un error buscar en otros sitios las causas de la pobreza, de los confl ictos, de la inestabilidad y de la violencia que afligen África. Durante décadas, las poblaciones del sur de Sudán, mayoritariamente cristianas, han sido discriminadas, perseguidas y esclavizadas por las etnias árabes islámicas del norte, detentadoras del poder político.
El descubrimiento de inmensos yacimientos de petróleo, concentrados en sus tres cuartas partes en
las regiones meridionales del país, no hizo sino empeorar la situación. Estalló un duro confl icto e hizo falta años y una constante mediación internacional para convencer al norte y al sur de que buscaran una solución, que se encontró en 2005 con un alto el fuego y un acuerdo de paz  que preveía el estatus del sur como región autónoma hasta la celebración de un referéndum en 2011, dejando a la población la elección entre la autonomía y la secesión.
El 98,83% de los votantes optaron por la secesión y el 9 de julio de 2011 nació Sudán del Sur bajo los mejores auspicios. El país estaba en ruinas,pero podía contar con un apoyo internacional ilimitado en forma de donaciones y préstamos, y se encontraba en posesión de las tres cuartas partes de los yacimientos petrolíferos sudaneses, algunos de ellos ya explotados y, por tanto, capaces de producir miles de millones en ingresos. Habría bastado con evitar las dos plagas que afl igen a África: la corrupción y el tribalismo. Pero no consiguieron hacerlo, estallando bien pronto la guerra entre los dinka
y los nuer, un confl icto que se extendió rápidamente y que dio lugar a truculentos episodios de violencia
y limpieza étnica, dejando un escalofriante saldo de más de 400.000 muertos y al menos cuatro millones
de desplazados y refugiados. Los acuerdos de paz de 2018 mejoraron la situación, pero su aplicación
es lenta, aún está lejos de completarse y muchos grupos armados de base étnica no se han disuelto. El
pasado 15 de diciembre el presidente Kiir anunció que se había frustrado un intento de golpe militar,
advirtiendo de que, en caso de nuevos intentos golpistas, nadie saldría indemne. La paz duradera sigue
siendo un anhelo inalcanzable para estas golpeadas poblaciones.