La misericordia divina ha sido, sin duda, uno de los ejes centrales del pontificado del papa Francisco. Desde la convocatoria del Jubileo extraordinario de la Misericordia en 2015, Francisco ha insistido en que este misterio constituye la síntesis profunda de la fe cristiana. A lo largo de la historia de la Salvación, Dios se ha ido revelando como Misericordia, y lo ha hecho plenamente en Jesucristo, que es el rostro de la misericordia del Padre. Por tanto, la misericordia divina no es una idea abstracta, sino una realidad viva y operante «con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo». Esta convicción ha llevado al Papa a subrayar, una y otra vez, que el sacramento de la reconciliación es el lugar privilegiado donde los fieles pueden experimentar personalmente el abrazo del Padre, que perdona y restaura.
Por eso no sorprende que en sus últimos escritos haya querido poner bajo una luz especial a dos devociones profundamente marcadas por la preeminencia de la Misericordia sobre cualquier otro atributo divino y, sobre todo, por encima de los méritos humanos (o, más bien, como aquello que hace meritoria la acción del hombre): santa Teresita del Niño Jesús (C’est la confiance) –con el camino de la infancia espiritual que nos lleva «como un ascensor» a los brazos de Jesús, destacando el primado de la gracia y la acción divina e invitando «a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin»–y el Sagrado Corazón de Jesús (Dilexit nos)– en quien se revela plenamente que «Dios es amor» (1 Jn 4, 7), como dice san Juan. En esta perspectiva, Francisco recalca las palabras de Juan Pablo II cuando dijo que la devoción al Corazón de Cristo ocupa un lugar privilegiado en la vida de la Iglesia, precisamente porque en ese misterio se concentra la revelación de la Misericordia divina. Al contemplar el Corazón de Jesús, los creyentes pueden acceder al núcleo más profundo de la misión redentora de Cristo: «la revelación del amor misericordioso del Padre».
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