El papa Francisco dispuso que su último lugar de descanso fuera a los pies de la imagen de la Salus Populi Romani, en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma y no en la basílica de san Pedro con la mayoría de papas de la Iglesia. También pidió ser enterrado con un sencillo rosario de madera y cordel en las manos, quiso esperar al día de la Resurrección a los pies de la Madre, aferrado a su amor por la Madre de la Iglesia.
Estos últimos gestos de devoción a la Virgen no son más que la culminación de una vida y un papado pleno de ternura y amor por la Madre de la Iglesia. El propio papa Francisco ya había dicho que todo cristiano necesita dos madres, la Virgen y la Madre Iglesia, y él tenía la certeza de que esa madre le estaría esperando, «miremos hacia arriba, –decía– el Cielo está abierto; no despierta temor, ya no está distante, porque en el umbral del Cielo hay una Madre que nos espera». Quiso quedarse esperando ese recibimiento precisamente junto a ella, como lo estuvo toda su vida.
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