El papa Francisco, a lo largo de todo su pontificado, ha insistido a menudo sobre la existencia del diablo y la tentación de reducir el mal a una simple abstracción, poniéndonos en guardia sobre las distintas maneras en que el «enemigo de la naturaleza humana» trata de separarnos de Dios y enfrentarnos entre nosotros.
«Un ser personal»
La vida cristiana es un combate permanente. (…) No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (…). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. (…)
No aceptaremos la existencia del diablo si nos empeñamos en mirar la vida solo con criterios empíricos y sin sentido sobrenatural. Precisamente, la convicción de que este poder maligno está entre nosotros, es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva. (…) Su presencia está en la primera página de las Escrituras, que acaban con la victoria de Dios sobre el demonio. De hecho, cuando Jesús nos dejó el Padrenuestro quiso que termináramos pidiendo al Padre que nos libere del Malo. La expresión utilizada allí no se refiere al mal en abstracto y su traducción más precisa es «el Malo». Indica un ser personal que nos acosa. (…) No pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar» (1 P 5,8).
La Palabra de Dios nos invita claramente a «afrontar las asechanzas del diablo» (Ef 6,11) y a detener «las flechas incendiarias del maligno» (Ef 6,16). No son palabras románticas, porque nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero. (Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 19 de marzo de 2018)
Hoy asistimos a un extraño fenómeno relacionado con el diablo. En un cierto nivel cultural, se cree que sencillamente no existe. Sería un símbolo del inconsciente colectivo, o de la alienación; en definitiva, una metáfora. Pero «el mayor ardid del diablo es hacer creer que no existe», como escribió alguien (Charles Baudelaire). Es astuto: nos hace creer que no existe y así lo domina todo. Es astuto. Sin embargo, nuestro mundo tecnológico y secularizado está repleto de magos, ocultismo, espiritismo, astrólogos, vendedores de amuletos y hechizos y, por desgracia, de verdaderas sectas satánicas. Expulsado por la puerta, el diablo ha vuelto a entrar, podría decirse, por la ventana. Expulsado con la fe, vuelve a entrar con la superstición. (…)
El ser conscientes de la acción del diablo en la historia no debe desanimarnos. El pensamiento final debe ser, también aquí, de confianza y seguridad: «Estoy con el Señor, vete». Cristo ha vencido al diablo y nos ha dado el Espíritu Santo para hacer nuestra su victoria. La misma acción del enemigo puede volverse a nuestro favor si, con la ayuda de Dios, la ponemos al servicio de nuestra purificación. (Audiencia general, 25 de septiembre de 2024)
«Con el diablo no se dialoga»
Diablo significa «el que divide». El diablo siempre quiere crear división, y eso es lo que se propone también tentando a Jesús. (…) Pero Jesús vence las tentaciones. ¿Y cómo las vence? Evitando discutir con el diablo y respondiendo con la Palabra de Dios. Esto es importante: con el diablo no se discute, con el diablo no se dialoga. Jesús le hace frente con la Palabra de Dios. (…) Esto supone una invitación para nosotros: ¡con el diablo no se discute! No se negocia, no se dialoga; no se le vence tratando con él, es más fuerte que nosotros. Al diablo se le vence oponiéndole con fe la Palabra divina. Jesús nos enseña a defender de este modo la unidad con Dios y entre nosotros de los ataques del que divide. La Palabra divina es la respuesta de Jesús a las tentaciones del diablo. Por ello, preguntémonos: ¿qué lugar tiene en mi vida la Palabra de Dios? (…) Si tengo un vicio o una tentación que se repite, ¿por qué no busco, haciendo que me ayuden, un versículo de la Palabra de Dios que responda a ese vicio? Luego, cuando llegue la tentación, lo recito, lo rezo confiando en la gracia de Cristo. (Ángelus, 26 de febrero de 2023)
«El diablo tienen el oficio de acusador»
La Iglesia es santa, es esposa de Cristo, pero nosotros, los hijos de la Iglesia, somos todos pecadores –¡y algunos grandes! –, pero [el padre Pío] amaba a la Iglesia tal y como era, no la destruyó con la lengua, como está de moda hacerlo ahora. ¡No! Él ama. El que ama a la Iglesia sabe perdonar, porque sabe que él mismo es un pecador y necesita el perdón de Dios. Sabe cómo arreglar las cosas, porque el Señor quiere arreglar bien las cosas pero siempre con el perdón: no podemos vivir una vida entera acusando, acusando, acusando a la Iglesia. ¿El oficio de acusador de quién es? (…) ¡El diablo! Y aquellos que se pasan la vida acusando, acusando, acusando, son, no diré hijos, porque el diablo no tiene ninguno, sino amigos, primos y familiares del diablo. (Saludo a los peregrinos de la archidiócesis de Benevento, 20 de febrero de 2019)
«Los tres pasos de la tentación del diablo»
[El] modo de proceder de los doctores de la ley es precisamente una figura de cómo actúa la tentación en nosotros, porque detrás de ella estaba obviamente el diablo que quería destruir a Jesús y la tentación en nosotros generalmente actúa así: comienza con poco, con un deseo, una idea, crece, contagia a otros y, al final se justifica. Estos son los tres pasos de la tentación del diablo en nosotros, y aquí están los tres pasos que dió la tentación del diablo en la persona del doctor de la ley. Empezó con poco, pero creció, creció, luego contagió a otros, tomó cuerpo y al final se justificó: «Es necesario que uno muera por el pueblo» (cf. Jn 11,50), la justificación total. Y todos se fueron a casa tranquilamente. Dijeron: «Esta es la decisión que teníamos que tomar». Y todos nosotros, cuando somos vencidos por la tentación, terminamos tranquilos, porque hemos encontrado una justificación para este pecado, para esta actitud pecaminosa, para esta vida que no está de acuerdo con la ley de Dios. Deberíamos tener el hábito de ver este proceso de tentación en nosotros. Ese proceso que hace cambiar nuestros corazones del bien al mal, que nos lleva por el camino en bajada. Algo que crece, crece lentamente, luego contagia a otros y al final se justifica. Es difícil que las tentaciones nos lleguen de golpe, el diablo es astuto. Y sabe cómo tomar este camino, lo tomó para llegar a la condena de Jesús. Cuando nos encontramos en un pecado, en una caída, sí, debemos ir y pedir perdón al Señor, es lo primero que debemos hacer, pero luego debemos decir: «¿Cómo llegué a caer? ¿Cómo comenzó este proceso en mi alma? ¿Cómo creció? ¿A quién he contagiado? ¿Y cómo al final me he justificado para caer?». (Homilía en Santa Marta, 4 de abril de 2020)
«El diablo no nos quiere»
Queridos niños, sigamos adelante y tengamos alegría. La alegría es salud para el alma. Queridas niñas y niños, Jesús en el Evangelio ha dicho que Él los quiere mucho. Una pregunta: ¿Jesús los quiere mucho? ¡No se oye! [los niños responden]: «¡Sí!». Y el diablo, ¿los quiere? [los niños responden]: «¡No!». ¡Excelente! Ánimo y adelante. (Saludo en la I Jornada Mundial de los niños y las niñas, 25 de mayo de 2024)
«Dios es más fuerte que el diablo»
¿Qué misión tiene el pueblo [de Dios]? La de llevar al mundo la esperanza y la salvación de Dios: ser signo del amor de Dios que llama a todos a la amistad con Él; ser levadura que hace fermentar toda la masa, sal que da sabor y preserva de la corrupción, ser una luz que ilumina. En nuestro entorno, basta con abrir un periódico —como dije—, vemos que la presencia del mal existe, que el Diablo actúa. Pero quisiera decir en voz alta: ¡Dios es más fuerte! Vosotros, ¿creéis esto: que Dios es más fuerte? Pero lo decimos juntos, lo decimos todos juntos: ¡Dios es más fuerte! Y, ¿sabéis por qué es más fuerte? Porque Él es el Señor, el único Señor. (Audiencia general, 12 de junio de 2013)