MADRE DE LA ESPERANZA
«La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio
más alto. En ella vemos que la esperanza no es un fútil optimis
mo, sino un don de gracia en el realismo de la vida. Como toda
madre, cada vez que María miraba a su Hijo pensaba en el fu
turo, y ciertamente en su corazón permanecían grabadas esas
palabras que Simeón le había dirigido en el Templo: «Este niño
será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será
signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el
corazón» (Lc 2,34-35). Por eso, al pie de la cruz, mientras veía a
Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor des
garrador, repetía su “sí”, sin perder la esperanza y la confianza
en el Señor. De ese modo ella cooperaba por nosotros en el cum
plimiento de lo que había dicho su Hijo, anunciando que «debía
sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacer
dotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resuci
tar después de tres días» (Mc 8,31), y en el tormento de ese dolor
ofrecido por amor se convertía en nuestra Madre, Madre de la
esperanza. No es casual que la piedad popular siga invocando a
la Santísima Virgen como Stella maris, un título expresivo de la
esperanza cierta de que, en los borrascosos acontecimientos de
la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene y
nos invita a confiar y a seguir esperando».
Francisco, Spes non confundit, 151