TRAS el «Año de oración» que preparaba el Jubileo, el pasado 24 de diciembre el papa Francisco abrió solemnemente la Puerta Santa en la basílica de San Pedro del Vaticano, dando así inicio a un Año Jubilar que se extenderá hasta el 6 de enero de 2026, fecha en la que se cerrará de nuevo la Puerta Santa.
El Jubileo –como ha apuntado el Santo Padre– ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia. Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios. Los fieles, generalmente al final de una larga peregrinación, acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la Puerta Santa y venerando las reliquias de los apóstoles Pedro y Pablo conservadas en las basílicas romanas. Millones y
millones de peregrinos han acudido a estos lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.
La Puerta Santa abierta en el Jubileo simboliza al mismo Cristo, que dijo: «Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos» (Jn 10, 9). Son palabras muy significativas que nos hacen entender el sentido de este nuevo Jubileo proclamado por el Papa. Un año jubilar es un año en el que la Iglesia quiere ofrecernos la posibilidad de alcanzar de manera más fácil nuestra total purificación para entrar así a gozar de los «pastos» del Cielo. El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios obtenida con el sacramento de la Reconciliación nos hacen capaces de alcanzar la vida eterna. Sin embargo, la gracia obtenida no
elimina nuestro apego desordenado a las criaturas, que es necesario purificar a lo largo de nuestra vida o en el Purgatorio después de la muerte. Sin embargo, durante el año jubilar la Iglesia, depositaria del tesoro de los méritos de Cristo y de todos los santos, nos ofrece una ayuda especial para alcanzar más fácilmente una caridad más perfecta: las indulgencias. Y si el «espíritu penitencial» es el alma de todo Jubileo, la existencia de una esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5) constituye el mensaje central de este Año Santo. Y es, sin duda, un
mensaje que se nos presenta como una urgente necesidad para nuestro mundo posmoderno en el que frecuentemente nos encontramos nosotros o encontramos a nuestro alrededor personas desanimadas que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad.
Por este motivo, el Santo Padre dijo en la santa misa de la pasada Nochebuena que la puerta de la esperanza se había abierto de par en par al mundo. «En esta noche –afirmó el Papa–, Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti! Hay esperanza para cada uno de nosotros. (…) El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón. (…) En esta noche la “puerta santa” del corazón de Dios se abre para ti. Jesús, Dios con nosotros, nace para ti, para mí, para
nosotros, para todo hombre y mujer. Y, ¿saben?, con Él florece la alegría, con Él la vida cambia, con Él la esperanza no defrauda».
Ante la desesperanza que invade cada vez más nuestro mundo actual la Palabra de Dios transmitida por la Iglesia nos ayuda a reavivar nuestra esperanza, que nacida y fundamentada en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz, es irradiada por el Espíritu Santo en el corazón de todos los creyentes. Esta esperanza –ha recalcado el Papa–, entretejida con la virtud de la paciencia y que es también un fruto del Espíritu Santo, nos ayuda a caminar por esta vida con la mirada puesta en la meta: el encuentro con Jesús.
No es casual, por tanto, que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar porque ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. Un camino que tiene como punto de partida insustituible el sacramento de la reconciliación si quiere ser un verdadero camino de conversión que nos lleve a un «renacimiento espiritual» y nos convierta en «peregrinos de esperanza». En este sentido, este Año Santo debe ser un momento fuerte para alimentar y robustecer nuestra esperanza y la del prójimo de una forma concreta, propiciando a nuestro alrededor signos de esperanza, como les llama el Papa, y lucrando para nosotros y nuestros difuntos las indulgencias que nos ofrece la Iglesia en este tiempo de gracia.
Según las normas publicadas por la Santa Sede, en el curso del Año Santo podrán ganar la indulgencia plenaria todos los fieles que, verdaderamente arrepentidos y movidos por espíritu de caridad, purificados a través del sacramento de la Penitencia y alimentados por la Santa Comunión, oren por las intenciones del Sumo Pontífice y realicen alguna de las siguientes acciones:
a) Peregrinen hacia cualquier lugar sagrado jubilar, participando en un momento de oración, celebración o reconciliación.
b) Visiten devotamente cualquier lugar jubilar, viviendo momentos de adoración eucarística y meditación, concluyendo con el padrenuestro, el Credo e invocaciones a María.
c) En caso de grave impedimento que impida participar en las solemnes celebraciones, en las peregrinaciones y en las pías visitas, reciten en la propia casa o ahí donde el impedimento les permita, el padrenuestro, el Credo y ofrezcan sus sufrimientos o dificultades de la propia vida.
d) Realicen más frecuentemente obras de caridad, de misericordia y de penitencia, principalmente al servicio de aquellos hermanos que se encuentran agobiados por diversas necesidades.
e) Visiten a los que se encuentran en necesidad o en dificultad (enfermos, encarcelados, ancianos en soledad, personas con capacidades diferentes…), como realizando una peregrinación hacia Cristo presente en ellos.
f) Se abstengan, en espíritu de penitencia, al menos durante un día de distracciones banales (reales y también virtuales) y de consumos superfluos.
g) Otorguen una proporcionada suma de dinero a los pobres o sostengan obras de carácter religioso o social, especialmente en favor de la defensa y protección de la vida.
h) Dediquen una adecuada parte del propio tiempo libre a actividades de voluntariado.
Este Jubileo 2025 tiene que ser para todos nosotros un tiempo de misericordia y esperanza que aumente con renovado vigor nuestro celo por la salvación del mundo, tal y como nos alentó el papa Francisco en su esperanzador mensaje durante la bendición Urbi et orbi de la pasada Navidad: «La puerta del corazón de Dios está siempre abierta, regresemos a Él. Volvamos al corazón que nos ama y nos perdona. Dejémonos perdonar por Él, dejémonos reconciliar con Él. Dios perdona siempre, Dios perdona todo. Dejémonos perdonar por Él.
»(…) Jesús es la Puerta; es la Puerta que el Padre misericordioso ha abierto en medio del mundo, en medio de la historia, para que todos podamos volver a Él.
»No tengan miedo. La Puerta está abierta, la Puerta está abierta de par en par. No es necesario tocar a la puerta. Está abierta. Vengan, dejémonos reconciliar con Dios, y entonces nos reconciliaremos con nosotros mismos y podremos reconciliarnos entre nosotros, incluso con nuestros enemigos. La misericordia de Dios lo puede todo,
desata todo nudo, abate todo muro que divide, la misericordia de Dios disipa el odio y el espíritu de venganza. Vengan, Jesús es la Puerta de la paz».