La beata María del Divino Corazón, religiosa del Buen Pastor, fue la “mensajera del Cielo”, un alma sencilla que recibió el altísimo encargo de solicitar al papa León XIII la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús. Cumplió fielmente su misión. Esta confidente de Nuestro Señor falleció el 8 de junio de 1899,
tres días antes de que el pontífice llevara a cabo la “misión más importante" de su pontificado.
La encíclica Annun Sacrum, en su punto 13, afirma: “Finalmente, no queremos pasar en silencio un motivo particular, es verdad, pero legítimo y serio, que nos presiona a llevar a cabo esta manifestación. Y es que Dios, autor de todos los bienes, Nos ha liberado de una enfermedad peligrosa. Nos queremos recordar este
beneficio y testimoniar públicamente Nuestra gratitud para aumentar los homenajes rendidos al Sagrado Corazón.” Esta afirmación es fruto de la carta que León XIII recibió por parte de Sor María del Divino Corazón, quien le “informó” de parte del Corazón de Jesús que fue curado de su enfermedad mortal para que llevara a cabo la misión que tenía encomendada: la consagración del mundo al Corazón de Jesús. Beata María del Divino Corazón fue apóstol fiel del Corazón de Jesús, como lo habían sido Santa Margarita de Alacoque en Francia y el beato Bernardo de Hoyos en España. En 1689, el Corazón de Jesús le encomienda a Santa Margarita la misión de pedir al rey de Francia Luis XIV que consagre a su país al Sagrado Corazón y que lo represente en los estandartes del Reino. El monarca ignoró la petición. Justo un siglo después estalló la Revolución Francesa con nefastas
consecuencias tanto para la monarquía (Luis XVI murió guillotinado) como para la Iglesia y los católicos (persecución de La Vendee).
Habría que esperar a 1856 para que el beato Pío IX instituyera la fiesta del Corazón de Jesús. Este mismo Papa, en 1875, consagró la Iglesia al Corazón de Jesús, pero no el mundo entero. Y de nuevo, el Corazón de Jesús vuelve a recurrir a un alma sencilla, la beata del Divino Corazón, para transmitir su mensaje y encomendarle una misión humanamente imposible. Casi dos décadas después, tres pastorcillos reciben en Fátima un encargo divino, la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María. De nuevo su incumplimiento tuvo graves consecuencias para la humanidad, con la Segunda Guerra Mundial y la propagación del Comunismo. De nuevo hubo que esperar a 1984, cuando Juan Pablo II realizó la consagración siguiendo las indicaciones reveladas por la Virgen a sor Lucía. En 1989 comenzó a resquebrajarse el régimen comunista que había extendido por el mundo sus errores. Una vez más, el Señor es siempre fiel a sus promesas y no las olvida, prometiendo su asistencia en aquellas empresas que sobrepasan las fuerzas de las llevan a cabo.
María Anna Johanna Droste zu Vischering (1863-1899) adoptó el nombre de María del Divino Corazón en su toma de hábito el 10 de enero de 1889. Ese fue el nombre que providencialmente le propuso la superiora. De esta forma, vio cumplida la promesa que años atrás le había hecho su Divina Majestad. “Serás la esposa del
Sagrado Corazón”, había escuchado. Fue beatificada por Pablo VI el 1 de noviembre de 1975, coincidiendo con el tercer centenario de las revelaciones a Santa Margarita. El sacerdote francés Luis Chasle se encargó de escribir su
biografía, ‘Emisaria de Cristo Rey’, publicada por Cristiandad en 1950 con prólogo del padre Ramón Orlandis. Se conservan además un buen número de cartas de la beata, entre ellas la última que escribió a León XIII.El número 77 de Cristiandad (junio de 1947 publicó íntegra la carta de la religiosa al pontífice.
María Anna Johanna Droste zu Vischering nació el 8 de septiembre de 1863 en la ciudad alemana de Munster, en la católica región de Westfalia. Sus padres fueronel conde de Erbdrosten, Clemente Heidenreich Franz Droste zu Vischering, y lacondesa de Galen, Helena von Galen. Tuvo un hermano gemelo, Max, y fue bautizada de urgencia al poco de nacer debido a su delicado estado de salud.
Una muestra de que Dios iba a tener designios de misericordia sobre esta alma sencilla, cuyo primer recuerdo de infancia son las estampas del Sagrado Corazón y de la Virgen que sus padres tenían en el hogar. Desde que hizo la Primera Comunión mostró deseos de ser religiosa, una inquietud que mantuvo oculta hasta 1880. Tenía entonces 16 años y estaba en un colegio de Riedenbourg, en el Tirol austriaco, a causa de la persecución religiosa existente en Alemania con el canciller Otto von Bismarck. El jesuíta Melchor Hausherr, apóstol fervoroso del Corazón de Jesús, había acudido a predicar en una toma de hábito. “Por primera vez oí aquellas palabras: Escucha, oh hija, y considera y presta atento oído. Olvida tu pueblo y la casa de tu padre y el rey se enamorará de
tu beldad”. Comunicó a sus padres su deseo de ser religiosa, aunque por motivos de salud tuvo que permanecer en la casa paterna hasta los 25 años, es sí, llevando una vida de religiosa.
Poco después de su profesión como religiosa fue enviada a Oporto como superiora del convento del Buen Pastor. Allí tuvieron lugar las revelaciones del Sagrado Corazón. En tres ocasiones, el Sagrado Corazón pidió a la beata que escribiese al Santo Padre para comunicarle su deseo de que el género humano fuese consagrado a su Corazón. Todo este proceso fue acompañado de un grave deterioro de su estado de salud, que la mantuvo largas temporadas postrada en cama con fuertes dolores.
En la primera ocasión, su confesor no vio oportuno escribir a Roma. En la segunda, el confesor accedió. La carta exponía las gracias que se iban a alcanzar con la consagración y el modo de llevarlo a cabo. El Papa quedó impresionado pero no hizo nada. “Obispos y sacerdotes se harán más fervorosos, los justos más perfectos, los pecadores se convertirán, herejes y cismáticos volverán a la Iglesia y los hijos aún no nacidos, pero destinados ya a formar parte de la Iglesia, esto es los paganos, recibirán la gracia”, decía la misiva. “Su divino Corazón tiene hambre y sed: desea abrasar el mundo entero con las llamas de su amor y de su misericordia”, añadía.
La tercera carta fue enviada en la fiesta de la Epifanía de 1899. “Cuando el último verano aquejó a Vuestra Santidad una indisposición que, dada vuestra edad avanzada, llenó de temor el corazón de vuestros hijos, Nuestro Señor me dió el dulce consuelo de que se dilatarían los días de Vuestra Santidad, a fin de que pudieseis llevar a cabo la consagración del mundo a su Divino Corazón. Más tarde, el primer viernes de diciembre, me dijo que había prolongado los días de V. S. para concederos esta gracia (de hacer la consagración) y que después de cumplir ese deseo de su Corazón, Vuestra Santidad debía prepararse (…) dejándome la impresión de que hecha la consagración, Vuestra Santidad terminaría en breve su peregrinación por la tierra”, decía dicha carta.
La carta hace una reflexión teológica que clarifica el derecho de Jesucristo a reinar no sólo sobre los bautizados sino sobre aquellos que no son hijos de Dios: “Quizás parecerá extraño que pida Nuestro Señor la consagración de todo el mundo y no se contente con la de la Iglesia Católica; pero su deseo de reinar y ser amado y glorificado, y abrasar con su amor todos los corazones y con su misericordia es tan ardiente, que quiere que Vuestra Santidad ofrezca los corazones de todos aquellos que por el santo bautismo le pertenecen para facilitarles la vuelta a la verdadera Iglesia y los corazones de aquellos que no han recibido aún por el bautismo la vida espiritual, más por los cuales dió Él su vida y su sangre y que están llamados igualmente a ser un día hijos de la Iglesia, para apresurar de ese modo su nacimiento espiritual”.
Tras esta carta, el Papa encargó al cardenal Jacobini que tomara informes en Oporto. A la beata todavía le tocaría padecer y consumirse. El día de Jueves Santo de 1899, Jesús le anunció que debía aun sufrir mucho y que pasaría “por tormentos de muerte sin morir hasta que se promulgase el decreto de la Consagración del Género Humano al Sagrado Corazón de Jesús”.
El Padre Orlandis destaca que María del Divino Corazón es un “milagro de la gracia”. “A medida que se hacen más duros sus combates, más terribles sus padecimientos, más absorbente su increíble actividad, su heroica voluntad resuelve la antinomía (aparente contradicción), la incompatibilidad entre el salir fuera de sí de una activísima vida, al quedar dentro de sí de una vida enteramente contemplativa y el incesante actuar de ambas vidas a pesar de la casi total paralización de su organismo y de los dolores incomprensibles de la hiperestesia. Más que la fuerza de voluntad que tanto heroísmo supone, es de admirar la humildad de aquel corazón,
que sólo en el Corazón de Jesús busca y halla la fuerza para el trabajo, el combate y la victoria”, afirma el Padre Orlandis el prólogo de la biografía.
María del Divino Corazón tuvo que permanecer tres años postrada en cama. En esta situación era llevada al locutorio para escuchar y dar consejo a numerosos fieles que se acercaban a pedirle ayuda. Durante un tiempo, llevó un corsé metálico que más tarde los médicos sustituyeron por un mecanismo formado por un aro de
hierro alrededor de la cabeza y dos barras que pasaban por la espalda. “Sólo el cambiarla de cama era para ella una operación dolorosísima y que casi la desvanecía. Además, como sus espaldas no tenían fuerza ninguna, cuando se levantaba de la cama quedaba ella literalmente colgada de la cabeza y de las espaldas, y en esta postura la tenían horas enteras; se le hinchaban las manos y se le ponían lívidas”, recoge su biografía.
Las notas que fue escribiendo en sus últimos años son el reflejo de un alma abandonada a la voluntad de Dios, sin consuelos humanos y con noches oscuras en las que se une más intensamente al Esposo. “Si escucho a la naturaleza, confieso que soy muy desgraciada; si escucho la voz de la gracia, me proclamo sumamente
feliz, porque puedo consumirme por Vos en los dolores y sacrificios, sin más consuelo que vuestro agrado divino”, expresaba.
La beata tuvo también una vinculación especial con España. En 1894 recibió gracias especiales en la santa cueva de Manresa. Era una entusiasta de los Jesuítas y de San Ignacio. También tuvo un momento de gracia en Alba de Tormes, ante las reliquias de Santa Teresa. La guerra de España con los Estados Unidos en 1898 la tuvo sumamente preocupada por los perjuicios que podría acarrear a una nación católica como España. Seguía las operaciones militares en Cuba y todos los días la comunidad rezaba por España, invocando al Sagrado Corazón y a San Ignacio. En su primera carta al Papa, alude a una relación entre la consagración y la paz: “Se me ha asegurado que a la confianza corresponderá el éxito: Consagración al Sagrado Corazón, desagravios, abandono, confianza, sufrir con Él y por Él”.
María del Divino Corazón murió rodeada de sus hermanas de comunidad. En sus últimas horas de vida, les pidió que le leyeran las revelaciones de Santa Margarita. El confesor le preguntó qué día deseaba morir y respondió: “Yo siempre he deseado y pedido al Señor que fuese un primer viernes de mes o la fiesta del Sagrado Corazón”. Y así fue, el 8 de junio de 1899, víspera de dicha festividad. El 11 de junio, León XIII leyó la fórmula de la consagración. Y el 21 de julio atendió a otra de las peticiones de la beata: una exhortación apostólica con la
finalidad de estimular y fomentar la devolución de los primeros viernes de mes. El cuerpo incorrupto de la beata está expuesto para su veneración en la iglesia del Sagrado Corazón de Ermesinde (Portugal).