A lo largo de los 80 años de existencia de la revista de Cristiandad son numerosos los artículos que se han escrito sobre uno de los actos del magisterio pontificio que supuso un impulso fundamental en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús[1]. Nos referimos a la encíclica Annum Sacrum de la que este año celebramos el 125 aniversario (1899 – 2024), y mediante la que León XIII consagraba el mundo entero al Corazón de Jesús. Ante tal efeméride no podíamos dejar pasar la oportunidad de volver a recordar la importancia de aquel acto, no sólo para el momento histórico en el que se produjo, sino en orden al plan de Dios de “recapitular todo en Cristo”[2] haciendo realidad aquel deseo expresado por el mismo Cristo a santa Margarita María de Alacoque: “El adorable Corazón de Jesús quiere establecer su reinado de amor en todos los corazones”[3].
Contexto histórico de la consagración: la soberanía del hombre frente a Dios
Mientras la devoción al Corazón de Jesús se iba abriendo paso desde su manifestación a finales del siglo XVII, las nuevas élites gobernantes de la vieja Europa comenzaban a dar la espalda a Cristo y a su Iglesia. El siglo XIX, contexto en el que se lleva a cabo la consagración, es un siglo que viene marcado por la Revolución francesa (madre de todas las revoluciones posteriores), cuya estela sobrepasa las fronteras de Francia y se extiende por toda Europa. Aquellos filósofos ilustrados que habían elucubrado sobre la manera de gobernar la sociedad sin contar con Dios, Ser personal y trascendente al mundo, concluyen en permutar el orden de la realidad proponiendo la “soberanía del hombre frente a Dios”, y es así como aparecen los derechos del Hombre y las nuevas libertadas, no tanto como derivadas de la Ley de Dios, sino independientes a la misma.
En este panorama desolador, de ruptura con la tradición e imposición de un nuevo “orden”, León XIII es elegido para gobernar la Iglesia desde la sede de Pedro, llevando a cabo uno de los pontificados más largos de la historia de la Iglesia (1878-1903), y también uno de los más fecundos desde el punto de vista doctrinal[4]. Su magisterio alcanza todos los órdenes humanos, escribiendo encíclicas fundamentales del magisterio permanente (el origen del poder, la constitución cristiana de los estados, la libertad, la recomendación de la filosofía de santo Tomás, la devoción a san José, el Rosario…), que han sido citadas incluso por los documentos del Concilio Vaticano II. Ya al final de su vida, desengañado de todos los medios humanos a su alcance, llevó a cabo lo que él mismo denominó en una audiencia privada “el acto más importante de mi pontificado”[5], la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús.
Planteamiento de la cuestión
Transcurridos 125 años de dicho acto, cualquier lector se podría plantear las siguientes preguntas: ¿qué nos puede aportar la lectura de esta encíclica a los 125 años de la su publicación, en una sociedad tan secularizada como la actual? ¿Qué buscaba el papa con esta consagración, teniendo frente a sí un mundo que había comenzado a renegar de la autoridad de la Iglesia e iba despojándose de la tradición cristiana en sus leyes y costumbres? ¿Por qué tuvo el arrojo de consagrar el mundo y con él a muchos que todavía no habían recibido la predicación del Evangelio? ¿No era suficiente con la consagración de la Iglesia que había llevado a cabo Pío IX en1875?
Junto a ello, vista la realidad del mundo que nos rodea, se podría decir que aquella consagración no tuvo el efecto que pretendía, ya que, la humanidad, lejos de hacer volver los ojos al Corazón de Jesús, se ha ido alejando más y más de Él. Así se expresaba san Juan Pablo II en su primera encíclica: “Nuestro siglo ha sido hasta ahora un siglo de grandes calamidades para el hombre, de grandes devastaciones no sólo materiales, sino también morales, más aún, quizá sobre todo morales”[6]. Junto a ello todos recordamos las dos Guerras Mundiales que asolaron Europa en el siglo XX. Concluida la primera Pío XII clamaba con las palabras del profeta Jeremías: «Esperábamos paz y todo son infortunios; y a la hora del alivio sólo se presenta la angustia»[7].
Dejemos, a partir de ahora, que la encíclica Annum Sacrum, vaya dando respuestas a las preguntas planteadas.
Causas de los males que afligen a la humanidad
En primer las, ¿cuáles son las causas de estos “infortunios” y “angustia” de las que hablaba Pío XII? Así lo expresaba León XIII[8], “Fatalmente acontece que los fundamentos más sólidos del bien público, se desmoronan cuando se ha dejado de lado, a la religión”, como consecuencia de este abandono de la Ley de Dios, al quedar a “merced de sus malas inclinaciones”, la humanidad se entrega a “una licencia excesiva”. Y sigue afirmando el papa: “no se tiene en cuenta para nada la jurisdicción sagrada y divina, y se pretende obtener que la religión no tenga ningún papel en la vida pública. Esta actitud desemboca en la pretensión de suprimir en el pueblo la ley cristiana; si les fuera posible hasta expulsarían a Dios de la misma tierra”. De todo ello concluye: “De ahí esa abundancia de males que desde hace tiempo se ciernen sobre el mundo”.
Este juicio que expresa León XIII, es un juicio que encontramos repetido de manera constante en todos los papas desde Gregorio XVI hasta el actual papa Francisco. Juicio, que ha quedado sintetizado en aquella afirmación del Concilio Vaticano II “La criatura sin el Creador desaparece… por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida”[9].
Necesidad de volver a la senda de la Verdad
Frente a esta situación tan trágica del mundo de finales del siglo XIX (y cuanto más la actual), el papa muestra el camino de debe reemprender la humanidad, una “vuelva a la senda recta de la verdad”, es decir, que “todos los hombres acepten el imperio de Cristo y se sometan con alegría”. Es entonces cuando las “las tinieblas que han invadido las almas” serán disipadas y “las espadas caerán, las armas se escaparán de nuestras manos”.
Esta es la esperanza a la que exhorta el papa a una humanidad que ha dado la espalda a Dios, y que como fruto de esta apostasía no recoge sino guerras y calamidades, sin poder tener un momento de paz verdadera.
El Sacratísimo Corazón de Jesús, nuevo lábaro para los tiempos modernos
“Este poder de Cristo y este imperio sobre los hombres, se ejercen por la verdad, la justicia y sobre todo por la caridad”. Y es esta última, la caridad, la que tiene la clave para poder atraer a todos aquellos que están alejados. Mas, ¿cómo se muestra de manera plena la caridad de Cristo sino en su Corazón traspasado? “el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo, caridad que nos impulsa a amarnos los unos a los otros”.
En estos tiempos modernos el papa nos presenta al “Sacratísimo Corazón de Jesús” cual nuevo lábaro, en una preciosa exhortación en la que recuerda la batalla del puente Milvio (312) en la que, según la tradición, el emperador Constantino tuvo una visión de una cruz en el cielo con la inscripción «In hoc signo vinces» («Con este signo vencerás»). Inscripción que mandó grabar en el escudo de su ejército consiguiendo la tan ansiada batalla que le convirtió en el único emperador del Imperio romano[10].
“En la época en que la Iglesia, aún próxima a sus orígenes, estaba oprimida bajo el yugo de los Césares, un joven emperador percibió en el Cielo una cruz que anunciaba y que preparaba una magnífica y próxima victoria. Hoy, tenemos aquí otro emblema bendito y divino que se ofrece a nuestros ojos: es el Corazón Sacratísimo de Jesús, sobre él que se levanta la cruz, y que brilla con un magnífico resplandor rodeado de llamas. En él debemos poner todas nuestras esperanzas; tenemos que pedirle y esperar de él la salvación de los hombres”.
Dificultad, el imperio de Cristo ¿sobre quién se ejerce?
Propuesto el remedio de los males, el papa propone consagrar el mundo al Sagrado Corazón de Jesús, no sin antes resolver una cuestión que ya fue planteada por su antecesor el beato Pío IX quien consagró únicamente la Iglesia a dicho Corazón en 1875: ¿se pueden consagrar los infieles al Corazón de Jesús? ¿Y los que todavía no le conocen o conociéndole le han rechazado?
Ante esta cuestión, y siguiendo las enseñanzas de santo Tomás[11], el papa responde de manera afirmativa, con un texto, cuya lectura atenta, es un rayo de esperanza para la situación de secularización que vivimos hoy en día: “su imperio se extiende no solamente a las naciones que profesan la fe católica o a los hombres que, por haber recibido en su día el bautismo, están unidos de derecho a la Iglesia, aunque se mantengan alejados por sus opiniones erróneas o por un disentimiento que les aparte de su ternura. El reino de Cristo también abraza a todos los hombres privados de la fe cristiana, de suerte que la universalidad del género humano está realmente sumisa al poder de Jesús.”
Las “dos razones” de este imperio de Cristo sobre la humanidad
Afirmado el imperio de Cristo sobre la humanidad entera, el papa enumera las dos razones teológicas en las que se sustenta dicha verdad: “no sólo en virtud de un derecho natural y como Hijo de Dios sino también en virtud de un derecho adquirido”.
Efectivamente Jesucristo es Hijo de Dios, “es el hijo del Rey del mundo que hereda todo poder; de ahí estas palabras: «Yo te daré las naciones por herencia»”. De donde se deduce “que su imperio debe ser soberano, absoluto, independiente de la voluntad de cualquier otro ser, de suerte que ningún poder no pueda equipararse al suyo. Y puesto que este imperio le ha sido dado en el cielo y sobre la tierra, se requiere que ambos le estén sometidos”.
Pero junto a este “derecho natural”, hay también un “derecho adquirido” llevado a cabo en el plan de Redención del hombre previsto por Dios, a través de su encarnación, muerte y resurrección. Y recoge con ello el santo padre un precioso texto de San Agustín:
«¿Buscáis lo que Jesucristo ha comprado? Ved lo que El dio y sabréis lo que compró: La sangre de Cristo es el precio de la compra. ¿Qué otro objeto podría tener tal valor? ¿Cuál si no es el mundo entero? ¿Cuál sino todas las naciones? ¡Por el universo entero Cristo pagó un precio semejante!»
Actualidad de la Consagración al Corazón de Jesús
Era preciso que llegasen los últimos tiempos, que fuera negada la soberanía de Jesucristo sobre la humanidad, que se evidenciaran las consecuencias de este alejamiento de la criatura de su Creador, para que fuera proclamada con más ímpetu la realeza de Cristo poniendo con ello de manifiesto la fuerza de esta idea salvadora.
Esta afirmación de proclamar la realeza de Cristo recogida en la encíclica Annum Sacrum de León XIII, ha sido repetidas por los siguientes papas de manera insistente, mostrando con ello la actualidad de la misma. Así lo exhortaba Pío XII en su primera encíclica: “¿Qué época ha tenido mayor necesidad de estos bienes que la nuestra? ¿Qué época más que la nuestra, a pesar de los progresos de toda clase que ha producido en el orden técnico y puramente exterior, ha sufrido un vacío interior tan crecido y una indigencia espiritual tan íntima?”[12].
Es por esta “indigencia” en la que se encuentra la humanidad cuando esta esta idea-fuerza, como la denominaba el padre Orlandis, hay que recordarla con más intensidad que nunca, pues es motivo de gran esperanza para nuestros días. Así lo expresa Pío XI, en la encíclica sobre la expiación debida al Corazón de Jesús:
“Mas, como en el siglo precedente y en el nuestro, por las maquinaciones de los impíos, se llegó a despreciar el imperio de Cristo nuestro Señor y a declarar públicamente la guerra a la Iglesia, con leyes y mociones populares contrarias al derecho divino y a la ley natural, y hasta hubo asambleas que gritaban: «No queremos que reine sobre nosotros», por esta consagración que decíamos, la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús prorrumpía unánime oponiendo acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: «Es necesario que Cristo reine. Venga su reino». De lo cual fue consecuencia feliz que todo el género humano, que por nativo derecho posee Jesucristo, único en quien todas las cosas se restauran, al empezar este siglo, se consagra al Sacratísimo Corazón, por nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, aplaudiendo el orbe cristiano”[13].
En la misma línea, san Juan XXIII, en la encíclica Pacem in Terris (1963) afirmaba:
“La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios. Débese, sin embargo, tener en cuenta que la grandeza y la sublimidad de esta empresa [la búsqueda de la paz] son tales, que su realización no puede en modo alguno obtenerse por las solas fuerzas naturales del hombre, aunque esté movido por una buena y loable voluntad. Para que la sociedad humana constituya un reflejo lo más perfecto posible del reino de Dios, es de todo punto necesario el auxilio sobrenatural del cielo”.
Y este “auxilio sobrenatural del cielo”, no es otro sino el “nuevo lábaro” dispuesto por Dios, el Sagrado Corazón de Jesús, fuente de toda gracia. Desde esta perspectiva podemos afirmar que la consagración realizada por el papa León XIII hace 125 años, es de gran actualidad en el presente ya que: “NO HAY PAZ DE CRISTO SINO EN EL REINO DE CRISTO, Y QUE NO PODEMOS NOSOTROS TRABAJAR CON MÁS EFICACIA PARA AFIRMAR LA PAZ QUE RESTAURANDO EL REINO DE CRISTO”[14], y esto es lo que buscaba León XIII en última instancia, reconquistar el mundo para Cristo obteniendo de Él los bienes mesiánicos que se derivan.
[1] “El arco iris de la Pax Romana”, P. Orlandis, revista Cristiandad, junio de 1946.
“Sentido de la Consagración pública al Corazón de Jesús y su actualidad (conferencia)”, Francisco Canals, revista Cristiandad, enero 1991.
[2] Ef 1, 10.
[3] Carta de santa Margarita María de Alacoque a la Hermana Joly, 10 de abril de 1690.
[4] Véase un resumen del magisterio del pontificado de León XIII en el artículo: “En el centenario de León XIII”, José María Petit, revista Cristiandad, mayo 2003.
[5] En la revista Cristiandad de septiembre de 1948, se dedica un artículo en el que explica el desarrollo histórico de la encíclica Annum Sacrum y esta famosa frase del papa León XIII.
[6] Redemptor hominis, n. 17.
[7] Jer 14, 19.
[8] A partir de aquí todas las afirmaciones en cursiva corresponden a la Encíclica Annun Sacrum.
[9] Gaudium et Spes, 36.
[10] Un año más tarde Constantino, hijo de santa Elena, promulgaba el Edicto de Milán, por el que se declaró la libertad para el culto cristiano.
[11] «Todo está sumido a Cristo en cuanto a la potencia, aunque no lo está todavía sometido en cuanto al ejercicio mismo de esta potencia» (Santo Tomás, III Pars. q. 30, a.4.).
[12] Pío XII, Summi Pontificatus, 1939.
[13] Pío XI, Miserentissimus Redemptor, 1928.
[14] Encíclica Ubi Arcano (1922), Pío XI.