Como recoge la sección de Actualidad política, el pasado 4 de marzo el Congreso y Senado franceses ratificaron la infausta decisión de inscribir el derecho al aborto en la Constitución de Francia, haciendo que la hija primogénita de la Iglesia sea el primer país del mundo en reconocer en su carta magna este «abominable crimen» y consumando así el estado de anomía al que fuerzas preternaturales parecen estar abocando a toda la sociedad occidental.
El estado – como afirmó san Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae– deja de ser la “casa común” donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental y se transforma en Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos. (…) Parece que todo acontece en el más firme respeto de la legalidad, al menos cuando las leyes que permiten el aborto o la eutanasia son votadas según las, así llamadas, reglas democráticas. Pero en realidad estamos sólo ante una trágica apariencia de legalidad. (…) Cuando se verifican estas condiciones, se han introducido ya los dinamismos que llevan a la disolución de una auténtica convivencia humana y a la disgregación de la misma realidad establecida. Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás». Ante una situación tan grave, surge la tentación de perder la esperanza. Sin embargo, conviene recordar aquellas proféticas palabras del papa León XIII al finalizar la encíclica Rerum novarum: «La ansiada solución se ha de esperar principalmente de una gran efusión de la caridad, de la caridad cristiana entendemos, que compendia en sí toda la ley del Evangelio, y que, dispuesta en todo momento a entregarse por el bien de los demás, es el antídoto más seguro contra la insolvencia y el egoísmo del mundo». Nuestra esperanza debe ser, por tanto, absolutamente sobrenatural, porque la solución a los males en que se manifiesta la acción del misterio de iniquidad sólo puede ser sobrenatural. Y así lo han entendido también los promotores de la asociación de «40 días por la vida Francia», recientemente inaugurada en París, al proponer un mensaje de esperanza y de confianza en la divina Providencia ante lo que está ocurriendo en su país.
«¿Por qué hay aborto? –se pregunta el equipo de “40 días por la vida Francia” en un reciente comunicado–. La causa principal del aborto no es otra que el pecado. Nuestras ofensas a Dios es siempre lo que está detrás de todos nuestros males. (…) De algún modo podemos afirmar que los males espirituales se encarnan en la sociedad. Desde sus inicios en Texas en 2004, «40 días por la vida» asume que esta batalla no es contra hombres de carne y hueso y, por tanto, plantea una estrategia que incluya las armas de Dios. Y nuestros Señor nos enseña que las mejores armas son el ayuno y la oración. A esto añadimos la presencia pacífica delante de un centro de abortos, para así dar testimonio de nuestra fe y ser instrumentos de Dios por si alguna mujer en el último momento abraza la vida. (…) Con muchísima ilusión, 40 días por la vida llega providencialmente a París en esta Cuaresma de 2024. (…) Nuestro apostolado ahora es más necesario que nunca. Con la gracia de Dios conseguiremos poner fin al aborto. (…) Francia nos necesita. Humildemente creemos que la patria del santo Cura de Ars y de santa Teresita, a los que pedimos su intercesión en este tiempo de crisis, ansía un movimiento de ayuno y oración como el nuestro. La batalla será dura y requerirá de nuestra perseverancia, pero ganaremos para mayor gloria de Dios. Algún día en Francia el aborto no sólo será ilegal sino impensable. Terminamos pidiendo oraciones por nuestra patria y por nuestra primera campaña en París. También muy especialmente pedimos por la conversión de todos los políticos que han votado a favor de la modificación de la Constitución. (…) En el Cielo veremos todos los frutos junto con nuestra patrona, santa Juana de Arco, que ya se alegra en el Cielo por ver que en su querida patria comienza un apostolado que promete salvar numerosas vidas y almas».