POR la oración entendemos aquí una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando, y generalmente por todo aquello que a el aquella secreta habla se pasa con Dios. Porque, aunque cada cosa de éstas tenga su particular razón, no es mi intento tratar aquí sin de este general que he dicho, de cómo esa cosa muy importante que el ánima tenga con su Dios esta particular habla y comunicación.
Para prueba de lo cual, si ciegos no estuviesen los hombres, bastaba decirles que daba Dios licencia para que todos los que quisiesen pudiesen entrar a hablarle una vez en el mes o en la semana, y que les daría audiencia de muy buena gana, y remediaría sus males, y haría mercedes, y habría entre Él y ellos conversación amigable de Padre con hijos. Y si diese esta licencia para que le pudiesen hablar cada día, y si la diese para que muchas veces al día, y si también para que toda la noche y el día, o todo lo que de este tiempo pudiesen y quisiesen estar en conversación del Señor, Él lo habría por bueno, ¿quién sería el hombre, si piedra no fuese, que no agradeciese tan larga y provechosa licencia, y no procurase de usar de ella todo el tiempo que le fuese posible, como de cosa muy conveniente para ganar honra, por estar hablando con su Señor; y deleite, por gozar de su conversación;
y provecho, porque nunca irían de su presencia vacíos? Pues ¿por qué no se estimará en mucho lo que el Altísimo ofrece, pues se estimaría si lo ofreciese un rey temporal, que en comparación del Altísimo y de lo que de su conversación se puede sacar, el rey es gusano, y lo que puede dar uno y todos es un poco de polvo?
¿Por qué no se huelgan los hombres de estar con Dios, pues los deleites de Él son estar con los hijos de los hombres? No tiene su conversación amargura, sino alegría y gozo; ni su condición tiene escasez para negar lo que le piden. Y Padre nuestro es, con el cual nos habíamos de holgar, conversando, aunque ningún provecho otro de ello viniera. Y si juntáis con esto que no sólo nos da licencia para que hablemos con Él, mas que nos ruega, aconseja, y alguna vez manda, veréis cuánta es su bondad y gana de que conversemos con Él, y cuánta nuestra maldad de no querer ir, rogados y pagados, a lo que debíamos ir, rogando y ofreciendo por ello cualquier cosa que nos fuese pedida. Y en esto veréis cuán poco sentimiento tienen los hombres de las necesidades espirituales, que son las verdaderas; pues quien verdaderamente las siente, verdaderamente ora y con mucha instancia pide remedio. Un refrán dice: «Si no sabes orar, entra en la mar»; porque los muchos peligros en que se ven los que navegan, les hace clamar a nuestro Señor. Y no sé por qué no ejercitamos todos este oficio, y con diligencia, pues ahora andemos por tierra, ahora por mar, andamos en peligro de muerte; o del ánima, si caemos en pecado mortal, o de cuerpo y ánima, si no nos levantamos por la penitencia de aquel en que hemos caído. Y si los cuidados perecederos, y el polvo que en los ojos traemos, nos diesen lugar de cuidar
y mirar las necesidades de nuestro corazón, cierto andaríamos dando clamores a Dios, diciendo con todas entrañas: ¡No nos dejéis caer en tentación! ¡Señor, no te apartes de mi!, y otras semejantes palabras conformes al sentimiento de la necesidad.
(…) Cosa cierta es que de la conversación de un bueno se sigue amarle y concebir deseos de la virtud; y, si con Dios conversásemos, con mucha más razón podríamos esperar de su conversación estos y otros provechos a semejanza de Moisés, que de la conversación salió lleno de resplandor (cf. Éx 34, 35). Y no por otra causa estamos tan faltos de misericordia para con los prójimos, sin que nos falta esta conversación con Nuestro Señor. Porque el hombre que estuvo postrado delante de Dios, pidiéndole perdón y misericordia para sus pecados y necesidades, claro está que, si de día encuentra con otro que le pida lo que él pidió a Dios, que conocerá las palabras, y se acordará de con cuánto trabajo él las dijo a Nuestro Señor, y con cuánto deseo de ser oído, y hará con su prójimo lo que quería que Dios hiciese con él»
La Iglesia norcoreana
Están infiltrando a espías en las delegaciones internacionales que entran en el país para difundir sus creencias religiosas y supersticiosas, que son un veneno que corrompe el comunismo y paraliza la conciencia de clase». Con estas palabras advertía, no...