Pone todo su empeño en servir a los designios de Dios y lo hace sin agitación, sin ruido, en un silencio tal que el Evangelio no nos trasmite una sola palabra suya. En todas las situaciones singulares en que Dios le pone, permanece silencioso y tranquilo. Sabe que la tarea de un servidor no consiste en hablar, sino en escuchar la voz de quien le manda, y que el silencio es el ambiente propio de una vida que busca estar unida a Dios, conservar el contacto con El. No tenemos por qué lamentar no conocer ninguna palabra de José, pues su lección y su mensaje son precisamente su silencio. Se sabe depositario del secreto del Padre Eterno y, para mejor guardarlo sin que nada se transparente, se envuelve él mismo en el secreto; no quiere que se vea en él más que un obrero que trabaja duro para ganarse el pan, temiendo que sus palabras obstaculicen la manifestación del Verbo. Su desaparecer silencioso no expresa sólo su aceptación de los designios divinos; es también un rendido homenaje a las magnificencias de Dios, la expresión de asombro frente a los que ha querido hacer de Él, un pobre hombre que nada merece.
M.Gasnier, Los silencios de san José.