Desde la victoria de Benjamin Netanyahu en las elecciones legislativas de Israel del pasado mes de noviembre, el ambiente social en las calles del país se ha encendido de forma notable. El nuevo gobierno, con presencia de partidos sionistas radicales, parece haber envalentonado al sector radical judío que lleva ya unos meses intimidando, amenazando y agrediendo a los cristianos residentes en Jerusalén. La profanación de tumbas cristianas se está convirtiendo en un fenómeno recurrente, así como las pintadas en las paredes de las calles con mensajes como «Muerte a los cristianos». En las redes sociales circulan constantemente vídeos de judíos haredim escupiendo e insultando a religiosas por la calle, así como de ataques y saqueos a establecimientos cristianos y armenios.
Algunos episodios han llegado incluso a la violencia física. Uno de los más mediáticos fue el ataque
que sufrió una estatua de Jesús en la iglesia de la Flagelación, o el intento de asesinato de un sacerdote de la iglesia de Getsemaní, quien fue atacado por un hombre armado con una barra de hierro.
Los líderes religiosos cristianos han denunciado en repetidas ocasiones que la policía hace poco por
investigar y castigar los hechos, que son rápidamente desechados al considerarse «episodios aislados» debidos a «enfermedades mentales» de los agresores. Francesco Patton, custodio de Tierra Santa, afirmaba: «Pasó lo mismo con el hombre que trató de tirar tomates en nuestra iglesia de Getsemaní: se lo llevaron por un tiempo y luego lo declararon enfermo mental. ¿Entonces, qué podemos hacer?». El mismo Patton explicaba cómo los franciscanos se han visto obligados a instalar cámaras en todos los lugares sagrados de Tierra Santa para protegerlos, a pesar de que se cree un clima que dificulta la espiritualidad de acogida: «Esta no es la espiritualidad franciscana de la acogida (…) pero tenemos que cuidar los lugares sagrados y a las personas que vienen a orar y adorar».
El sionismo nacionalista más extremo es el que está detrás de estos ataques, frecuentemente utilizando cuadrillas de jóvenes estudiantes muy ideologizados. Teófilo III, el patriarca ortodoxo de Jerusalén explicaba: «Su mente está obsesionada con el “síndrome mesiánico”.
Quieren apoderarse de toda la tierra. Cuando ves jóvenes de 15 o 16 años, y hacen todo tipo de cosas y no tienen miedo, alguien está detrás».
Todo esto sucede en medio de una de las crisis más graves entre Israel y las comunidades cristianas desde 1948. Y es que, de forma paralela, el gobierno israelí tensa todavía más la cuerda mientras trata de transformar los santos lugares cristianos en destinos turísticos. Como ejemplo, en este momento se está impulsando la transformación del Monte de los Olivos en un parque nacional, lo que, según los religiosos de la zona, les quitará derechos como propietarios de estos sitios y los entregará al
Estado de Israel.
Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, criticaba de forma directa al gobierno en estos
términos: «Lo que llamamos el statu quo, el equilibrio entre las diferentes comunidades, ya no se respeta».
En efecto, la población cristiana de Jerusalén ha sufrido lo indecible en los últimos años. Actualmente cuenta con unas 10.000 personas, poco más del 1% de la población, en comparación con el 25% de la población que representaban los cristianos hace un siglo.
Aunque no parece que la situación vaya a mejorar en el corto plazo para la comunidad cristiana residente en Israel, Pizzaballa ha anunciado la creación de un Centro de Documentación de Agresiones contra los cristianos, y el presidente de Israel, Isaac Herzog ha dado tímidos pasos
de condena de los hechos y de apoyo
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