La lanza abrió el costado de Cristo en la cruz. Se derramó sangre y agua, y comenzó su reinado. Su entrega total, exhaustiva y plena, reina sobre el pecado y, resucitado de entre los muertos, el Hijo de Dios reina sobre la muerte. Su reinado está ya presente en la historia y en el cosmos, pero aún no es pleno. Por eso el propio Jesús nos anuncia una segunda venida, para que su parusía establezca el reinado pleno y defi nitivo sobre la humanidad y el cosmos, recapitulados en el cuerpo glorioso de Jesucristo para la eternidad.
El pueblo santo de Dios, siguiendo también la oración del mismo Jesús y de los pobres de Yahvé, peregrina gimiendo maranathá, venga tu Reino. Así gemimos, así oramos, así vivimos, con la alegría de experimentar ya su reinado, con la esperanza de la venida del Reino de Dios, con el compromiso de anunciar y ensanchar este reinado al mismo tiempo que seguimos peregrinando.
Nos dirigimos así a Jesús: «¡venga tu Reino!», y Él se dirige a nosotros y nos dice «venid a mí. Venid a mí los que estáis cansados y agobiados; venid y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». El Señor nos propone vivir en la mansedumbre-fortaleza y en la humildad; humildad para no ser prepotentes y fortaleza-mansedumbre para no ser pusilánimes.
El jubileo que comenzamos este mes en la solemnidad del Corazón de Cristo quiere ser la oportunidad de vivir plenamente este coloquio orante: «venga tu Reino», «venid a mí». Quiere ser una ocasión para que podamos encontrarnos con su misericordia, para que experimentemos en ella su reinado y para que, escuchando de sus labios, de su corazón: «reinaré», podamos salir al camino de la vida. El Señor, que nos dice «venid a mí», nos dice también «salid, id, anunciad el Evangelio, llamad
a la conversión, proclamad que el Reino de Dios está ya entre vosotros, y que el reinado pleno y defi nitivo está decretado».
Nos acompaña en esta peregrinación el Espíritu de la promesa, y queremos vivir desde este jubileo una puesta a punto de nuestro corazón, personal y eclesial, para seguir las mismas huellas de Jesús en todo su recorrido, por el pesebre y por la cruz. En el año 2025, el papa Francisco nos convoca a un
jubileo, precisamente para celebrar el paso de Jesús por el seno de María y su nacimiento en el pesebre de Belén. Y en un horizonte a diez años vista, cuando se cumplan trescientos años de la promesa realizada por el Corazón de Cristo al beato Bernardo Francisco de Hoyos, la Iglesia llena de júbilo celebrará el año santo de los dos mil años de la redención. En esta perspectiva de diez años queremos disponer nuestra diócesis para el encuentro con el Señor, para que albergue la experiencia de la misericordia y para que siga acometiendo ladulce alegría de evangelizar.
Invoquemos al Espíritu del Señor para que nos permita reconocer a Jesucristo como Señor de nuestras vidasme introducirnos en su Corazón para experimentar su misericordia, su alegría y su envío. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío!
«Quemadmodum Deus». Proclamando a san José como patrono de la Iglesia
Del mismo modo que Dios constituyó al otro José, hijo del patriarca Jacob, gobernador de toda la tierra de Egipto para que asegurase al pueblo su sustento, así al llegar la plenitud de los tiempos, cuando iba a enviar...