Aurora Pimentel, que ha traducido una recopilación de textos de Chesterton acerca de la familia, ha publicado un artículo en El Debate de las Ideas en que, a partir de lo que ya vio y/o profetizó el gran escritor inglés, plantea una serie de refl exiones a contracorriente del discurso actualmente dominante:
«El hogar, como escribió Chesterton, es una paradoja, pues es más grande por dentro que por fuera. Y
el cometido que se lleva a cabo en él es nada menos que la formación de los cuerpos y de las almas de la humanidad». Cuando no se lleva a cabo, la sociedad se rompe, se diluye, se cae en el totalitarismo y somos esclavos.
Escribe Chesterton: «Como todo hombre normal desea una mujer, y unos niños nacidos de una mujer, todo hombre normal desea una casa propia donde meterlos. No quiere simplemente un techo encima y una silla debajo; quiere un reino objetivo y visible, un fuego en el que pueda cocinar la comida que
quiera, una puerta que pueda abrir a los amigos que él elija. Esta es la apetencia natural de los hombres, y no digo que no haya excepciones.»
Para Chesterton la familia, como institución basada en el matrimonio, es más importante que el propio Estado. Y tiene que hacer frente a dos fuerzas demoledoras, el propio Estado y la gran corporación.
Pero para poder ser independiente, una familia necesita la propiedad, para empezar, la propiedad de la vivienda. La idea de familia y el papel del hogar, y en consecuencia de la vivienda, está fuertemente ligada al distributismo de Chesterton… El panorama de los problemas de acceso a la vivienda para las jóvenes generaciones pone de manifi esto la actualidad de las ideas de Chesterton. Un país de propietarios es un país de personas arraigadas a algo, también de ciudadanos en gran medida independientes. Y cuando no es así, se entra en ese «no tendrás nada y serás feliz», la pretensión
totalitaria de tener una masa de individuos sin lazos y errantes, en absoluto de pretendidos profesionales cualifi cados capaces de saltar de un sitio a otro del mundo, sino de obreros baratos y dependientes…
Quizás la idea más llamativa para algunos ojos contemporáneos es que Chesterton ya hace cien años consideró que el trabajo de la mujer fuera de casa no era siempre una buena idea. Creía que es en el hogar donde se puede (y se debe) educar a los niños realmente, para lo que hace falta una energía y un tiempo que no se tiene si se trabaja fuera de casa. Y sí, pensaba que la mujer era inicialmente la que
estaba mejor dotada para ello. Para Chesterton la pretensión liberadora del trabajo fuera de casa tenía
más que ver con mujeres pudientes de la época que se aburrían –y que además dejaban en manos de terceros la educación y el cuidado de sus hijos– que con la vida real de la mayoría. «Este asunto de la mujer en el trabajo y la mujer en casa es un tema muy amplio» afi rmaba. Y añadía: «Los progresistas nos dicen continuamente que la esperanza del mundo está en la educación. La educación lo es todo.
Nada es tan importante como la formación de la nueva generación. Nada es realmente importante, excepto la nueva generación. Nos dicen esto una y otra vez, con ligeras variaciones».
Para concluir que «si la educación es realmente el asunto más importante, entonces realmente la vida doméstica es el asunto más importante; y la vida pública o profesional es el asunto menos importante.»
Las mujeres podían –podíamos– ver esto como una carga, nadie puede negar ni el peso ni el peaje de
«quedarse» en casa ni Chesterton lo hace. Pero también podemos ver, y él lo señala, sus indudables ventajas: ser tu propio jefe, organizarte como buenamente puedes (y sabes y quieres en su caso). Y la más importante, estar segura de que estás haciendo lo que nadie puede hacer mejor que tú allí donde eres insustituible: educar a tus propios hijos como ningún otro puede educarlos.
Lo cierto es que el miedo al divorcio es hoy el principal motor de esa necesidad de trabajar fuera de casa, la temida dependencia económica, o el simple hecho de que con dos sueldos no basta.
Por otro lado, como ocurre con la prolongación de las jornadas escolares (o las actividades para que los
niños estén todo el día ocupados), o la escolarización desde los tres meses, se hace de la necesidad virtud, o así lo justifi camos.
En realidad, los niños ya socializan en su casa y reciben la mejor estimulación temprana si hay hermanos.
Hay algo dolorosísimo en dejar a un bebé todavía lactante en manos ajenas, mucho más a cargo de alguien que tiene otros muchos bebés a su cuidado. Los niños ya no juegan, tienen su vida repartida en múltiples actividades, no tanto por ellos como por los horarios de los padres. Si confío en ti y en que no me vas a dar con la puerta, puedo plantearme «quedarme» en casa por los hijos; si el matrimonio se basa en la desconfi anza, no puedo porque estoy aterrorizada ante la posibilidad de un divorcio que me deje en la calle. Y esta es la situación real que el autor ya previó.
Y concluye: «El tema no es mirar con nostalgia a los años cincuenta, sino considerar que quizás, como
posibilidad y deseo real –no nos atrevemos hoy ni a expresar ese deseo, no vayamos a ser tachadas
de algo–, el poder quedarse en casa unos años no era en absoluto una mala idea. Pero pasamos entonces a constatar que hoy es una opción impensable para muchas familias que no pueden ni planteárselo. Y que hay que desmontar el marco de pensamiento dominante políticamente correcto que choca con la realidad de familias digamos que “normales”, no las formadas por exito os ejecutivos y una pléyade de ayudas en casa. Muchas personas que se sienten como hámsters: lo que está claro es que corren en una rueda interminable».
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