El pensador quebequés, Mathieu Bock-Côté, escribe en Le Figaro sobre la nueva antropología, negadora de la fundada en la Revelación, que se nos está imponiendo y advierte de sus terribles consecuencias: «No entenderemos nada de las grandes disputas de nuestro tiempo si nos abstenemos de examinar sus fundamentos religiosos. Desde los debates en torno a la identidad sexual, asociados a la teoría del género, hasta los relativos al final de la vida, que giran en torno al suicidio asistido, pasando por los que se relacionan con la bioética, todos dan testimonio de un violento cambio antropológico, tanto que bien se puede hablar de revolución. Una concepción del hombre desaparece
y otra la sustituye agresivamente.
Una sociedad difícilmente puede permitir que coexistan en su seno varias antropologías, sobre todo si
son contradictorias.
[…]
La revolución religiosa actual está dando a luz una antropología de la omnipotencia y lo ilimitado. La modernidad se percibe generalmente como un periodo de salida de la religión. No se toma en serio su dimensión religiosa, que se trata esencialmente de una tentación demiúrgica.
Ya no se trata sólo de reorganizar el mundo, de transformarlo teniendo en cuenta sus insuperables contradicciones, alojadas en el corazón del hombre. Se trata de crear un mundo nuevo, de fabricarlo, bajo el signo de la desalienación más total. El hombre alcanzará a liberarse integralmente en esta tierra, se convertirá en su propio creador. Nos encontramos aquí con lo que es la matriz del totalitarismo.
Se podría hablar también de una fantasía de autoengendramiento, que va acompañada de una nueva
revelación: el ser humano, para liberarse de todas las determinaciones que obstaculizan su libertad, vuelve al magma original, anterior a la creación, anterior también a la división de la humanidad en sexos, religiones, civilizaciones, culturas y naciones, para hacerse a sí mismo a partir de su voluntad pura, que se ha vuelto autorreferencial, a través de una forma de existencialismo fanatizado.
Decidirá incluso su sexo y espera llegar a vencer la muerte, para hacerse finalmente inmortal, incluso eterno.
Antes de lograrlo, sin embargo, pretende dominar su muerte y ejercer plena soberanía sobre ella. Amo de su nacimiento, quiere ser también dueño de su último momento.
[…]
La cuestión del cuerpo adquiere aquí una importancia central. Ya he mencionado la cuestión de la teoría
del género. La idea de que el individuo pueda elegir su identidad de género sin que esté determinada
por su sexo biológico muestra que el cuerpo es tratado ahora como una carcasa inútil, como una tecnología obsoleta. La verdad existencial de un individuo sería puramente virtual. Además, la virtualización integral de la existencia se presenta como el nuevo rostro de la emancipación. En el universo virtual, se puede renacer bajo los rasgos que uno desee y encontrar una nueva identidad, que cada uno declara como la única verdadera. Será, sin embargo, una existencia fantasmal, espectral, desencarnada.
Pero estas antropologías no son verdaderas. La naturaleza humana no es una teoría entre otras, sino un dato existencial que se ha ido revelando a lo largo de los siglos y que no puede descartarse sin condenar al hombre a convertirse en un extraño para sí mismo. Una promesa se convierte en su contrario: el hombre todopoderoso pasa a estar absolutamente alienado. Ya no sabe vivir, ni tampoco sabe morir, privado de los rituales que permitían domesticar tanto como es posible su propia desaparición, que el cristianismo había convertido en esperanza. La descristianización ha conducido a la deshumanización. La revolución religiosa de nuestro tiempo condena al hombre a la peor de las alienaciones y le promete, bajo la apariencia de un falso paraíso, el Infi erno sobre la tierra»
La multiplicación de los panes
De la fuerza de estos argumentos da cuenta un reciente artículo del apologista católico Karlo Broussard en Catholic Answers, donde propone dos “casos asombrosos”. «El primero hace referencia al milagro de la multiplicación de los panes. San Juan cuenta...