A pesar de contar con algo menos de 5,5 millones de habitantes, desde hace una década Escocia atrae la atención de muchas miradas. El referéndum de independencia de 2014, su postura ante el Brexit o la reciente dimisión de su primera ministra, Nicola Sturgeon, tras más de ocho años en el cargo, a consecuencia de los efectos de su polémica Ley Trans, explican esta notoriedad.
Tras la dimisión de Sturgeon, el Scottish National Party (SNP) tenía que elegir entre dos candidatos, el
musulmán Humza Yousaf o la cristiana Kate Forbes. Muy pronto se vio que en la Escocia de hoy en día, el simple hecho de ser cristiano, incluso si tampoco pretendes ser especialmente coherente con tu fe, te
inhabilita a los ojos de la mayoría para ejercer un cargo público. Forbes es miembro de la «Free Church of Scotland», una denominación evangélica de ese calvinismo que tanto arraigo tuvo en Escocia. En una entrevista, Forbes sostuvo que ella no habría votado a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo y que cree que los niños deben nacer dentro del matrimonio. Añadió, eso sí, que en caso de ser elegida nueva ministra principal no pensaba modificar la ley, amparándose en esa falacia, tan común, de que esas convicciones son creencias personales suyas que en ningún caso tendrían implicaciones políticas reales. Pero ni así pudo evitar Forbes la avalancha de ataques mediáticos. Un ejemplo bastará para percibir el tono de esas críticas; Ian Macwhirter, un infl uyente columnista escocés, escribió: «A Kate Forbes se le permite tener creencias religiosas siempre que renuncie a ellas en público». No es la primera vez que esto ocurre. Los feroces ataques a Forbes recuerdan lo que les ha ocurrido a otros líderes políticos en el Reino Unido, como el líder de los liberal-demócratas, Tim Farron, que tuvo que renunciar a su cargo tras las elecciones generales de 2017, explicando que le era «imposible atenerse fielmente a las enseñanzas de la Biblia» y seguir siendo un político en activo,.
Parece como si las tristemente célebres «Test Acts» hubieran vuelto a ser la ley en el Reino Unido. Aquellas fueron una serie de leyes penales, introducidas en el siglo XVII, que revocaban diversos derechos a quienes no mostrasen su adhesión a la Iglesia anglicana, es decir, suponían una discriminación para los católicos y otros disidentes religiosos.
Era, por ejemplo, obligatorio para acceder a un empleo público haber recibido la comunión… en una celebración anglicana y durante los tres meses siguientes al acceso al empleo. Además, toda persona que ocupara un empleo público, civil o militar, tenía que prestar juramento de lealtad a la iglesia de Inglaterra, firmando una declaración en la que se rechazaba la transubstanciación del pan y vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Lo que ha ocurrido con Kate Forbes refleja el regreso de estos test de pureza religiosa: si quienes aspiraban a un cargo público en el siglo XVII tenían que jurar que no tenían creencias católicas y que se adherían a la Iglesia anglicana, en nuestros días deben igualmente renunciar a sus creencias religiosas y adherirse a la nueva doctrina oficial del Estado, la doctrina woke. Ya ni siquiera basta mostrarse sumiso y aceptarla, sino que se exige su afirmación y promoción. No basta ya con aceptar toda una batería de leyes contrarias a las enseñanzas de Jesucristo, ahora se exige a cualquier líder político que las promueva, que extienda su alcance, que se convierta en un campeón de su causa. Ya no basta con comulgar una vez al año en una Iglesia anglicana, ahora se exige convertirse en predicador de la buena nueva woke.
El rival de Forbes, Humza Yousaf, es un musulmán de origen paquistaní vinculado a los Hermanos Musulmanes, a cuyas organizaciones pantalla, como la ONG Islamic Relief, Yousaf ha donado cientos de miles de libras desde su puesto de ministro de Asuntos Exteriores del gobierno escocés.
Yousaf, que se ha alzado con la victoria y es ahora el nuevo primer ministro escocés, ha prometido descriminalizar el aborto hasta el momento del nacimiento y sin tener que alegar ningún motivo. Además, tras su nominación, ha anunciado su intención de crear zonas de exclusión en torno a los centros abortistas en los que no se podrá exponer ningún mensaje contrario al aborto, de prohibir cualquier terapia que cuestiona las inclinaciones homosexuales y de «consolidar» los derechos de lo que denominan «personas LGBTI+».
Unas agresivas medidas que Yousaf compagina con su primer acto como primer ministro: la oración musulmana en su despacho oficial rodeado de otros varones musulmanes miembros de su gabinete.
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