El encuentro, en el año 335, de Atanasio con el emperador en Nicomedia fue bastante dramático.
Constantino regresaba de una cacería cuando Atanasio, repentinamente, se le atravesó en medio del camino y solicitó una audiencia. El asombrado emperador apenas podía dar crédito a sus ojos, y requirió de la confirmación de uno de los asistentes para convencerle de que el peticionario no era un impostor sino el mismísimo patriarca de Alejandría. Concededme, dijo el prelado, un tribunal justo, o que se permita encontrarme con mis acusadores, cara a cara, en vuestra presencia. Su solicitud fue otorgada. Se envió una orden perentoria a los obispos que le habían juzgado y condenado a Atanasio, en ausencia, para que se presentaran inmediatamente en la ciudad imperial. La orden les llegó mientras iban de camino a la gran fiesta de la dedicación de la nueva iglesia de Constantino en Jerusalén. Naturalmente, causó alguna consternación, pero los más influyentes miembros de la facción de los Eusebios nunca carecieron de valor o ingenio. Se le tomó la palabra a Atanasio, y los viejos cargos fueron renovados ante el mismísimo emperador.
Atanasio fue condenado principalmente por el supuesto cargo del impuesto sobre el lino que afectaba a Constantinopla y Constantino envió a Atanasio al exilio en Treves (llamada hoy, Treveris, en Alemania), donde fue recibido con la máxima afabilidad por el santo obispo Máximo (1er exilio, febrero de 336).
Comenzó su viaje probablemente en el mes de febrero del 336 y llegó a orillas del Mosela a finales del otoño del mismo año. Su exilio duró un año y medio. El pueblo de su propia diócesis permaneció leal a su persona durante todo este tiempo. El tratamiento dado por Constantino a Atanasio en esta crisis ha sido siempre difícil de comprender. Fingiendo, por un lado, una muestra de indignación, como si creyera realmente en el cargo político lanzado contra él, y por otro, rehusó a nombrar un sucesor en la Sede de Alejandría, algo que, para ser consistente, podía haberse visto obligado a hacer si hubiera tomado seriamente los procedimientos de condena llevados a cabo por los eusebianos en Tiro. Mientras tanto, habían ocurrido acontecimientos de la máxima importancia. Arrio, recién nombrado obispo de Constantinopla, murió en circunstancias sorprendentemente dramáticas en el 336; y le había seguido la muerte del propio Constantino en mayo de 337.
El emperador fue bautizado poco antes de morir por Eusebio de Nicomedia, nombrado Patriarca de Constantinopla, que había depuesto a Pablo, por ser ferviente atanasiano. Unas tres semanas después, el joven Constantino II, de acuerdo con sus hermanos Constancio y Constante, permitieron que Atanasio volviera a su sede de Alejandría y a finales de noviembre del mismo año, Atanasio se estableció nuevamente en su ciudad episcopal, lo cual motivó gran regocijo. La gente, como él mismo nos cuenta, acudió en multitudes a verlo en persona; las iglesias se entregaron a una especie de jubileo; se ofrecieron acciones de gracias en todas partes; y el clero y los laicos consideraron el día como el más feliz de sus vidas. Poco después Constantino II es depuesto por sus hermanos, Constante, ferviente niceno en el Imperio de Occidente y Constancio, antiniceno en el de Oriente.
La facción eusebiana, que de aquí en adelante se destaca ampliamente como los perturbadores de su paz, logró ganar fácilmente para su bando al emperador Constancio.
El dominio de los eusebianos, arrianos o semiarrianos, se extendió por toda la Iglesia Oriental. Los viejos cargos fueron renovados, con una aún más grave acusación eclesiástica contra Atanasio, a guisa de cláusula adicional, que había ignorado la decisión de un sínodo debidamente autorizado, el Sínodo de Tiro, y había regresado a su sede sin haber sido convocado por una autoridad eclesiástica.
El prefecto de Alejandría, por orden del emperador, impone por la fuerza, como obispo de Alejandría, al arriano Gregorio de Capadocia, y Atanasio fue obligado a exiliarse. (2º exilio, abril de 339).
Atanasio, exiliado, junto con Marcelo de Ancira, también exiliado, se dirigió a Roma para exponer su caso ante la Iglesia en general. Había apelado al papa Julio (337-352), quien adoptó su causa con una dedicación que nunca vaciló hasta el día de la muerte de ese santo pontífice.
El Papa convocó un sínodo de obispos de toda la Iglesia, que se reuniría en Roma, en el año 340. Tras un cuidadoso y detallado examen de todo el caso, se proclamó la inocencia de Atanasio a toda la Cristiandad. El partido eusebiano no quiso asistir por no admitir la presencia de Atanasio, que sí asistió, y convocaron un sínodo en Antioquia, en el año 341. Ante el apoyo del Papa a Atanasio los antioquenos lo rechazaron. Se produce así el primer cisma con Oriente (340-343).
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