En las que han sido las quintas elecciones en Israel desde abril de 2019, se temía una repetición de los resultados precedentes que volviera a dificultar la formación de un gobierno. No ha sido así y el Likud de Netanyahu, apoyado por los partidos haredim y el sionista-religioso permitirá a Netanyahu formar un gobierno con una cómoda mayoría.
Acaba así la aventura política de Naftalí Bennet, que ha pasado de ser primer ministro a retirarse de la política y dejar a su partido fuera del Parlamento. Bennet, antiguo aliado de Netanyahu, aprovechó las causas judiciales del primer ministro para intentar ser el nuevo y joven líder del país. Para ello, en 2021, llegó a acuerdos con múltiples partidos que solo tenían en común su oposición a Netanyahu, desde el conservador Israel Nuestra Casa de Avigdor Lieberman, hasta la lista árabe Ra‘am, algo que muchos sionistas han considerado como una traición a Israel.
La inestabilidad intrínseca de esa heterogénea coalición llevó a nuevos comicios que registraron una participación récord del 71,3%. Los resultados han fortalecido al Likud, que gana dos escaños, hasta obtener 32, que con el apoyo de los 19 ultraortodoxos y los 14 sionistas religiosos superan la mitad de la Cámara.
Por su parte, el partido de Bennet ha desaparecido, perdiendo los siete escaños que tenía y que en marzo de 2021 le situaron como el quinto partido más votado de los trece que obtuvieron representación parlamentaria. Los históricos laboristas, el partido que dirigió los pasos del nuevo Estado de Israel, han logrado el peor resultado de su historia, quedándose en cuatro escaños, mientras que Meretz, situado más a la izquierda, no ha conseguido llegar el 3,25 % de los votos y ha quedado fuera del Parlamento por primera vez desde su fundación en 1992.
Se configura así un Israel más estable y en el que tanto los judíos ultraortodoxos como el movimiento de los colonos tienen más fuerza. Reflejo también de la evolución demográfica del país, en el que por primera vez la tasa de fertilidad de los judíos ha superado a la de los árabes: la fertilidad de los árabes en Israel era de 9,3 en 1960, pero en 1995 ya había bajado a 4,7 y en 2019 se ha situado en 3,0. Por el contrario, la tasa de los judíos israelíes estaba en 3,4 en 1960, descendió a 2,6 en 1995 pero actualmente se sitúa en 3,1 hijos por mujer.
¿A qué se debe esta recuperación? Según Dan Ben-David, economista de la Universidad de Tel Aviv y académico del Instituto Shoresh de Israel, «casi todo este aumento se debe al creciente número de judíos ultraortodoxos que tienen una tasa de fecundidad del 6,6, más del doble de la media nacional y tres veces la
Actualmente el electorado está mucho más polarizado y quienes se plantean ir cambiando el sentido de su voto son cada vez menos.
Aunque los haredim sólo representan el 13% de la población (1,2 millones), sus hijos constituyen el 19% de los niños israelíes menores de 14 años y el 24% de los menores de 4 años. La agencia estadística
israelí calcula que, según la tendencia actual, la mitad de los niños israelíes serán haredim en 2065.
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