En octubre de 1947, hace 75 años, la revista Cristiandad dedicaba el número al que había sido recientemente beatifi cado por el papa Pío XII Contardo Ferrini (1859–1902), catedrático de Derecho romano. Nacido en una cristiana familia italiana, vive el difícil ambiente político de la segunda mitad del siglo XIX, en el que se está gestando la unidad italiana frente a los derechos de la Santa Sede. De aguda inteligencia, se dedicó en cuerpo y alma al estudio.
Afirma de él Lamberto de Echeverría: «Hizo de su consagración al estudio y a la enseñanza un verdadero sacerdocio. Al principio sus clases eran pesadas, llenas de referencias y citas. Con el tiempo fueron aclarándose y simplificándose, hasta llegar a ser verdaderamente modelos de pedagogía. Los alumnos sabían que podían contar con él a todas las horas, seguros de encontrar siempre un consejero leal y un profesor amigo de ayudarles. Independientemente del cumplimiento escrupuloso de sus deberes de catedrático, llevó toda su vida en lo más íntimo de su corazón un apasionado amor a la investigación científi ca». Él viene a ser para los universitarios el modelo de aquella «síntesis de la religión y de la vida» que es esencial a toda cultura que se precie de cristiana. Tal y como afi rma el editorial del número que presentamos: «Ciencia y sabiduría: dos nombres a los que responden, a la vez, dos virtudes intelectuales y dos dones del Espíritu Santo. En uno y en otro sentido, es urgente verlos señorear en las cátedras. ¿No se hace expresión de esta necesidad el pontífi ce reinante cuando exclama que «la hora de los universitarios católicos ha sonado?». Recogemos el final del discurso que el Santo Padre Pío XII ofrece a los peregrinos llegados a Roma para asistir a su beatifi cación.
Contardo Ferrini
(1859–1902)
El estudioso y el santo*
EN Contardo Ferrini, como en todos los hombres verdaderamente grandes, el trabajo profesional y la vida íntima estaban unidos con indisoluble unidad; por eso su fi gura de estudioso resulta solamente
visible en toda su plenitud a la luz del santo. Su conciencia profesional estaba iluminada y guiada
hasta sus más profundas raíces por una fe pura y una decidida voluntad resuelde servir a la verdad en todas sus manifestaciones, buscando a Dios en todas las cosas y dirigiendo todo al Creador y Señor, según su santísima y divina voluntad. Puede haber habido doctos que hayan superado a Ferrini en la genialidad de espíritu; otros habrán sido favorecidos por la suerte más que él en sus investigaciones.
Pero en la perfección y en la noble pureza del tipo genuino de estudioso y de investigador hay que
enumerarle entre los mejores. […] Este amor a la verdad, genuino rasgo característico del estudioso y
del docto, era el acicate y el impulso dominante en su trabajo; a ella estaba dedicado como a gran dama, con el afecto y la devoción de un siervo fiel. […]
A esto Ferrini unía una humildad sana, querríamos decir objetiva, ya que ante la santidad de la verdad se consideraba no como un vanidoso doctor, sino solamente como un modesto escolar […] animado por la fuerza de atracción irresistible de un fervoroso buscador de la verdad y de un incansable trabajador.
Sí, nuestro beato fue un trabajador incansable. Para su cuerpo delicado No sabía de paradas ni de descanso.
Nunca se aburrió o desanimó por el trabajo pesado y minucioso del estudio sobre difíciles manuscritos.
Más aún, entonces, precisamente se sujetaba a sí mismo con más rigurosa disciplina. ¡Qué maravilla que emanase de él a todos los que le rodeaban una potente fuerza moral, la fuerza de aquellos que son puros de corazón y que se sienten movidos, sostenidos y llevados por el espíritu de Dios, la fuerza que ellos reciben del divino Redentor en la sagrada Eucaristía!
Efectivamente, Contardo Ferrini, y ésta es la cualidad esencial de su alma, era un santo. Santo no como
muchas veces el mundo se lo fi gura, como un hombre extraño a la vida de la tierra, incapaz, inexperto,
tímido, importuno. No; Ferrini era un santo de su tiempo, del siglo del trabajo vertiginoso, del siglo en
que la mente y la mano del hombre tienden a subyugar, técnica y científi camente, la fuerza activa de todo el universo sensible.
Vida real y fe sobrenatural
Nuestro tiempo, que con gusto se da el nombre de tiempo de las realidades, cree que con eso tiene que renunciar a la piedad y a la profundidad del sentimiento religioso, que se querría excluir como un irreal, infundado y superfl uo ornamento de la vida. Hay quien no puede comprender que un hombre pueda vivir en el mundo moderno, trabajar efi cazmente y con acierto en favor de la sociedad y ser, al mismo tiempo, un santo. Otros piensan que la vida interior y la oración, «como hecho místico», están en patente contraste con la lucha dura por la vida, y con el trabajo agobiador del hombre moderno, que no deja lugar para misterios, ni fe, ni temor de una vida futura. ¿Pueden acaso existir un mundo sobrenatural y los arcanos de la revelación para la fría y escrutadora de un técnico, que vence y domina
las leyes de la naturaleza? Esa es la pregunta que no pocos se hacen a sí mismos.
Aquí nuestro beato se adelanta y responde con un claro y resuelto «sí». El pronuncia plenamente
y con fuerza este sí. Este sí, que es
su fi rme profesión de fe en la vida
sobrenatural, en la revelación, en la
santa Iglesia, manteniendo, por otra
parte, su confi anza en los esfuerzos
de la ciencia para alcanzar un conocimiento
de la verdad cada vez más
vasto. Es el hombre de la realidad
moderna, pero es también el santo
de la hora presente; el místico de la
unión con Dios, donde vive sumergido;
pero, al mismo tiempo, por
decirlo así, el místico del hecho y de
la acción, de aquella actividad que
no se considera, ignorando el orden
divino, como un fi n en sí mismo, ni
se eleva a una especie de substitutivo
de la religión, sino que recibe estímulo
y fuerza, virilidad y efi cacia
del Creador y Señor de toda verdad,
y no conoce más que un fi n altísimo:
la gloria de Dios y el verdadero bien
de la humanidad.
Derecho y ley separados de Dios.
«Vestigia terrent»
¡Dios y el bien de la humanidad!
Para Ferrini, el Derecho, con su historia
y con su desarrollo, no era el
objeto aislado de una investigación
científi ca que se base en sí misma,
sino más bien la aplicación de la ley
eterna, de la ley moral divina a la realidad
de la vida humana, como uno
de los robustos pilares que, puestos
por el mismo Dios, sirven para la edifi
cación de la sociedad, para el bien
universal de los pueblos.
[…] ¿Qué fecundidad, qué provecho
para la verdadera felicidad de
un pueblo podría hallarse en una
legislación que no descansa sobre la
fe en Dios, que fi nge ignorarla como
intrascendente y superfl ua o hasta
se avergüenza con sólo pronunciar
el santo nombre de Dios? Alejados
de Dios, los cuerpos sociales y las
ordenaciones jurídicas acaban,
pronto o tarde, en el despotismo o
en la tiranía. «Vestigia terrent!» «He
aquí –exclama el salmista– que los
que de ti se alejan perecerán» (salmo
72-27). «¡Feliz, en cambio, aquel
pueblo que tiene al Señor por su
Dios!» (salmo 143-15).
En un tiempo en que el mundo,
separado de Dios, parece como que
se hace impermeable a todo infl ujo
divino; en un tiempo en que algunos
sistemas fi losófi cos deliberadamente
procuran edifi car sobre la arena
una moral y un derecho sin Dios,
Nos sirve de gran consuelo que el
Señor haya dado a la Iglesia un beato
que fue un maestro, una eminencia
en el campo del Derecho, pero
que, al mismo tiempo, fue un hombre
de Dios, un modelo admirable
por la elevación sobrenatural de su
espíritu y por la santidad de su vida.
La ciencia de la caridad de Cristo
Inclinad, pues, la cabeza, ilustres
profesores y amados hijos, ante la
imagen de Contardo Ferrini, elevado
al honor de los altares. No hizo
durante su vida milagros ni portentos.
El portento y el milagro son él
mismo, que brilla, como ejemplo
de toda virtud, para veneración del
pueblo. Inclinad la cabeza y meditad.
Meditad cómo se hizo santo en
un siglo donde la caridad de Cristo
parecía desterrada de la sociedad
humana, en un siglo donde la doctrina
de Cristo y su Evangelio con
frecuencia son despreciados y tenidos
en poco en la práctica de la vida
y de la familia; en un siglo donde,
ciertamente, ha progresado la ciencia
de la naturaleza y del mundo,
pero también aquella ciencia que de
la naturaleza y de las entrañas de la
tierra saca y multiplica las armas y
las invenciones para la lucha, para
la destrucción, para la batalla.
Meditad que, a pesar de todo el
progreso que acompaña al hombre
a lo largo de su vida, éste no tiene
aquí una habitación permanente,
porque ha sido creado para otro
mundo, para un mundo espiritual,
al que todos están destinados y en
el que la mayoría piensa bien poco.
Los santos son los héroes que tienen
los pies en la tierra y el alma en el
Cielo. Uno de éstos fue Contardo Ferrini
desde su juventud. Aprended
de él y de sus ejemplos a progresar
en la ciencia que eleva desde la tierra
hasta el Cielo, hasta Dios, y que
transforma los pasos de esta vida en
un cúmulo de méritos para la otra,
que viene después de la presente y
que no tiene fi n. No os ensoberbezca
la ciencia profana; que os guíe hacia
la altura el conocimiento de las verdades
de la fe, profundamente estudiadas
y practicadas; que os sublime
en Cristo la ciencia de su caridad.