TRAS el Concilio de Nicea, el emperador Constantino aprobó ofi cialmente las actas, dándoles de ese modo el valor de Ley del Estado. Poco tiempo después, en el año 328, el patriarca de Alejandría, Alejandro, falleció y fue designado por deseo del difunto obispo, como sucesor suyo Atanasio, con solo treinta años, con la aprobación de los obispos de la Iglesia de Alejandría, el clero y por aclamación de todo el pueblo, que le admiraba mucho.
Los primeros años del gobierno del santo estuvieron ocupados por la habitual rutina episcopal de un
obispo egipcio del siglo IV. Visitas episcopales, sínodos, correspondencia pastoral, predicaciones y la
ronda anual de funciones eclesiásticas eran las funciones que consumían el grueso de su tiempo. Los
únicos eventos dignos de mención, de los cuales la antigüedad suministra cuando menos datos probables, están ligados a los exitosos esfuerzos que hizo para dotar de una jerarquía a la recién fundada Iglesia de Etiopía (Abisinia) en la persona de san Frumencio y la amistad que parece haber comenzado en esta época entre él y los monjes de san Pacomio, a quien ordenó sacerdote.
Pero los amigos de Arrio, en Antioquía, iniciaron una gran actividad para combatir la defi nición
aceptada en Nicea y con afi rmaciones no completamente ortodoxas generaron una fuerte oposición, que lograron extender por todo Oriente, excepto Egipto.
Ya estaban sucediendo eventos en Constantinopla que iban a convertir a Atanasio en la fi gura más importante de su tiempo. La primera opositora fue la hermana de Constantino, Constanza que infl uyó de forma decisiva en el emperador y, debido a ello, en el año 326, el obispo Osio perdió el favor del emperador,sustituido en la privanza imperial por Eusebio de Cesarea, partidario de Arrio. Éste se puso
inmediatamente al frente del grupo de Arrio y las consecuencias no se hicieron esperar.
Explotando el escaso discernimiento espiritual del emperador y su deseo de unidad, le tendieron
un lazo. Arrio le escribió mostrando deseos de conciliación, Eusebio de Nicomedia, que había caído en desgracia y había sido desterrado por el emperador Constantino por su participación en las primeras controversias arrianas, fue llamado del exilio y volvió a su obispado.
Tras una hábil campaña de intriga, llevada a cabo principalmente mediante el papel decisivo de las mujeres de la casa imperial, este prelado de suaves modales prevaleció sobre Constantino hasta tal punto que lo indujo a ordenar también el regreso de Arrio del exilio. Éste, junto con Eusebio de Cesarea, compusieron una fórmula de fe arriana, pero en términos equívocos, cuyo alcance escapaba a la comprensión de Constantino; además, en toda esta zona de Oriente fueron depuestos y desterrados
los obispos favorables a Nicea y sustituidos por obispos que aceptaron esta fórmula que era semiarriana.
Eusebio de Cesarea envió una carta al joven primado de Alejandría, en la que manifestaba su favor hacia el condenado heresiarca, Arrio, quien fue descrito como un hombre cuyas opiniones habían sido tergiversadas. Estos eventos deben haber sucedido alrededor de fi nales del año 330. Finalmente, el mismísimo emperador fue persuadido para escribir a Atanasio, urgiéndole a que todos aquellos que estuvieran dispuestos a someterse, de alguna manera, con una fórmula semiarriana, a las defi niciones de Nicea deberían ser readmitidos a la comunión eclesiástica.
Atanasio se opuso resueltamente a hacer esto, alegando que no podía haber unión entre la Iglesia y
quien negaba la divinidad de Cristo.
Atanasio, campeón de la fe nicena, reconoció inmediatamente la trampa y se negó a aceptarla.
Constantino, irritado por lo que juzgaba una intransigencia exagerada, haciendo uso de sus poderes
de Pontífi ce Máximo reunió en Tiro un nuevo concilio, con mayoría de obispos arrianos, partidarios de los Eusebios, en el año 335. El obispo de Nicomedia presentó entonces cuatro cargos eclesiásticos y políticos contra Atanasio, los cuales fueron refutados en su primera audiencia. Estos cargos eran: que no tenía la edad canónica, 30 años, en el momento de su consagración como obispo; que había impuesto a las provincias un impuesto sobre el lino; que habían profanado los Sagrados misterios en
la ordenación de un supuesto sacerdote llamado Isquiras; y, fi nalmente, que había ejecutado al obispo Arenio, que luego se vio que estaba vivo. A estos falsos concilios se les llamó latrocinios.
Convocado Atanasio, por orden del Emperador, tras treinta meses de espera, consintió fi nalmente en
enfrentarse a los cargos lanzados contra él y compareció ante el Sínodo de Tiro. Ante las acusaciones y
viendo la postura injusta de sus adversarios, que tenían que juzgarle, Atanasio marchó repentinamente
de Tiro, escapando en un bote, que le llevó hasta Bizancio, para presentarse ante el emperador.
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