Tras la finalización del tercer mandato consecutivo de Viktor Orban como primer ministro húngaro y con el precedente de tres victorias consecutivas de Fidesz, el partido que lidera, el pasado domingo 3 de abril volvían a celebrarse unas elecciones en Hungría, esta vez con toda la oposición unida en coalición.
A pesar de que las encuestas auguraban otra (ligera) victoria de Fidesz, o incluso algunas de ellas estimabanun empate técnico, los resultados fueron arrolladores: Orban y su partido lograron obtener el control de dos tercios del parlamento húngaro.
Tras un primer mandato centrado en recuperar la soberanía económica de Hungría y un segundo mandato centrado en la recuperación de la soberanía política, estas elecciones significaban para muchos un plebiscito sobre la contienda «Orban–Unión Europea». Calificadas así por la propia
oposición, el pueblo húngaro estaba llamado a decidir sobre la continuidad de los principios que han guiado a su nación la última década: defensa de la familia y de la vida, políticas pro–natalidad, protección de la infancia frente a asociaciones LGBT y defensa de la cultura cristiana.
A pesar de que los medios de información nos bombardeen constantemente con la idea de que Orban
es un populista de ultraderecha sin escrúpulos, la realidad es que la experiencia de la que goza y su amplio historial político obligan a detenerse a analizar de manera más seria su figura. Viktor Orban lleva más de 34 años de su vida dedicados a la política, donde se inició como una de las fi guras más notorias de lucha contra el sistema comunista. Su primera experiencia de presidente fue en 1998
y, desde el 2010, ha ganado cuatro elecciones presidenciales consecutivas con una amplia mayoría. En la actualidad, Orban es el presidente de la Unión Europea con más años en el cargo y, por lo tanto, su experiencia y capacidad de gestión son uno de sus activos. A su vez, y más allá de su tirón personal, su partido, Fidesz, también es un factor a tener en cuenta.
Tras perder las elecciones en 2002, Fidesz se dedicó a crear en Hungría una red de think tanks, medios de comunicación, foros y demás iniciativas que le han permitido ganar popularidad y establecer complicidades entre la población húngara.
Además, la gestión en materia económica realizada durante estos años ha sido un éxito. Desde 2010
Orban ha promovido un conjunto de medidas inédito, que combina tipos impositivos bajos con fuerte intervención estatal en sectores estratégicos y grandes inversiones en sectores como la construcción. Como resultado, el desempleo ha disminuido hasta una tasa cercana al 4%, los salarios y el PIB han aumentado y las familias reciben un generoso apoyo económico del Estado. Asimismo, la gestión de la pandemia, con restricciones limitadas y estímulos para reactivar la economía, ha permitido una recuperación más rápida que la de sus países vecinos.
Sin embargo, más allá de los éxitos económicos cosechados los últimos años, Orban se ha convertido en un modelo para muchos por su pulso constante frente a las injerencias de Bruselas en materia social y política.
Es aquí donde se enmarca la reforma de la Constitución para incluir en ella principios como las «raíces cristianas» de Hungría, la «protección de la vida desde la concepción», o el «matrimonio como la unión de vida entre un hombre y una mujer», tan disruptivos hoy en día e incluso blasfemos para las elites que dirigen la Unión Europea. Bajo su mandato fue aprobada también la ley de protección de la infancia que prohíbe la intervención de asociaciones LGTBI en las escuelas y la obligación de respetar la «identidad constitucional» del país y su «cultura cristiana». La reacción de Bruselas ha consistido hasta el momento en denegar el envío de fondos europeos a Hungría esgrimiendo que esta política entra con confrontación con «los valores europeos».
Asimismo, ha sido muy conocido y exitoso el «Plan de Acción para la Protección de la Familia» implementado en el país. Se han aprobado numerosas medidas de fomento a la natalidad, entre las que destacan los 29.000 euros de préstamo sin intereses otorgado por el Gobierno a las parejas casadas, que queda condonado en el caso de que estas tengan tres hijos o más; la exención del impuesto sobre la renta para las mujeres con cuatro hijos o más, la construcción de nuevas guarderías o facilidades para el acceso a la vivienda y para la compra de coches de más de siete plazas.
Los resultados ya pueden observarse de manera clara: el número de divorcios en Hungría se ha situado en niveles mínimos, ha crecido el número de matrimonios, la tasa de fertilidad ha aumentado y se han reducido en un tercio el número de abortos. Por otro lado, Orban ha optado por una estrategia inteligente frente a la guerra de Ucrania, manteniéndose neutral, evitando las sanciones a Rusia y negando el envío de armas a las fuerzas ucranianas, a la vez que acogía a numerosos refugiados ucranianos en sus fronteras.
Frente a Orban se presentó la oposición unida en una coalición que para intentar derrotarle incluía en
sus listas a candidatos de extrema derecha radical, provenientes del partido Jobikk, y a todo tipo de liberales y socialistas. A través de un sistema de primarias fue elegido como candidato Márki-Zay, un líder sin experiencia que ha presentado mensajes contradictorios durante la campaña y no ha
podido esconder las contradicciones de una coalición tan diversa. Con un mensaje de utópica «restauración democrática» y planteando las elecciones como un plebiscito «Europa u Orban», como proclamaba uno de los eslóganes de campaña, el resultado ha sido inequívoco: los húngaros han
decidido darle la espalda a la Europa dirigida desde Bruselas y rechazar la deriva totalitaria que está adoptando la Unión.
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