Santa Teresa de Jesús, tras fundar en Burgos en julio de 1582, tenía la intención de retornar a Ávila pero hubo de modificar sus planes para ir a Alba de Tormes y visitar a la duquesa María Enríquez. La beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que santa Teresa se hallaba ya tan débil que se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde dijo a la beata Ana: «Por fin hija mía ha llegado la hora de mi muerte». El padre Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó donde quería que le sepultasen. Teresa replicó sencillamente: «¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo? Cuando el padre Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: «Oh, Señor por fin ha llegado la hora de veros cara a cara». Santa Teresa de Jesús visiblemente trasportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582.
Villancico de santa Teresa de Jesús «Vivo sin vivir en mí» (1577)
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en mí este letrero:
«Que muero porque no muero».
Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que ansí te requiero;
que muero porque no muero.