Este mes de diciembre en que se acaba el año litúrgico parece apropiado reflexionar sobre la importancia del calendario como elemento posibilitador y configurador de todas las civilizaciones. Todas las culturas, desde la sumeria hasta la romana, han organizado su vida en función de las distintas épocas del año establecidas por el almanaque o calendario «oficial».
Consciente de ello y como auxilio poderoso a su acción evangelizadora –y, al mismo tiempo, civilizadora– de los pueblos, la Iglesia fue desarrollando en el círculo del año todo el misterio de Cristo. «Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación».
En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la Iglesia venera también con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios –en la que admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente– e introduce el recuerdo de los mártires y de los demás santos, que llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros.
Por último, señala el Concilio Vaticano II, en diversos tiempos de este año litúrgico, la Iglesia completa la formación de los fieles por medio de ejercicios de piedad espirituales y corporales, de la instrucción, de la plegaria y las obras de penitencia y misericordia.
Por otro lado, los enemigos de Cristo, para contrarrestar esta labor santificadora de la Iglesia, han procurado introducir nuevos calendarios que hagan olvidar a los hombres la presencia viva del Señor en medio de su pueblo, desde el calendario republicano francés, adoptado por la Convención Nacional entre 1792 y 1806, o el calendario positivista propuesto por Comte en 1849 hasta el calendario revolucionario vigente en la Unión Soviética en 1929 y 1930.
Hoy en día este intento secularizador del calendario cristiano, si bien de forma más solapada, continua muy vivo. Y este mes de diciembre, por ejemplo, en lugar de celebrar la fiesta de san Francisco Javier, de la Inmaculada Concepción, de la Natividad de Cristo, de san Esteban, de los Santos Inocentes o de san Silvestre, se nos propone conmemorar, entre otros, el día mundial/internacional de la lucha contra el SIDA, de la abolición de la esclavitud, de los bancos, contra la corrupción y contra el genocidio, de los derechos de los animales, de las montañas, de la cobertura sanitaria universal y de la neutralidad, de la solidaridad humana o de la preparación ante las epidemias.
En este mismo sentido la Unión Europea ha dejado recientemente en evidencia esta actitud laicista y descristianizadora al intentar suprimir la palabra «Navidad» de las felicitaciones oficiales con motivo del nacimiento del Mesías.
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