Hace 75 años, la revista CRISTIANDAD se centraba sobre la situación en Palestina y, en concreto, sobre lo que ha venido llamándose el problema judío. Corría el año 1946 y se estaba gestando lo que hoy ya es una realidad, el asentamiento del pueblo judío en la Tierra Prometida. Pero, tras todo este tiempo, el conflicto que se vive en Tierra Santa no es un problema únicamente local, sino que trasciende las fronteras y cada cierto tiempo atrae la atención del mundo entero.
En esta ocasión traemos unos textos de Luis Creus Vidal, en el que reflexiona sobre el problema judío desde una perspectiva bíblica, ya que dicho problema no es otro sino la lucha entre aquellos personajes del Antiguo Testamento:
Israel e Ismael.
Tel Aviv, flor de primavera
Desde los días de Sabbatai Zevi, ningún ídolo había conmovido tanto las masas judías esparcidas por el mundo, como logró hacerlo Teodoro Herzl, hacia 1900.
…Corresponsal en París…, asistió a todas las vicisitudes del affaire Dreyfus, tan trascendental, y se aprovechó de la sacudida que en el mundo judío promovió la condena de su compatriota. Y levantó la bandera de la restauración nacional. A tal fin, escribió y divulgó su famoso «Judenstaat», verdadero inicio del movimiento sionista…Y así consiguió, ya en 1897, organizar los Congresos Sionistas en Basilea… la semilla estaba echada.
…El 2 de noviembre del mismo año (1917) Arturo James Balfour, secretario británico del «Foreign» prometía a la raza proscrita el Hogar nacional que conquistaran, hace milenios los guerreros de Josué y Gedeón.
Con rapidez eléctrica surgieron entonces legiones de voluntarios judíos… Los británicos ocupaban ya Gaza, y solamente seis semanas fueron necesarias para que en Jerusalén la bandera de la Media Luna fuese arriada, por primera vez, desde los tiempos de las cruzadas. Mas los nuevos Godofredos, esta vez no se preocuparon grandemente de usar corona de espinas, ni de subir de rodillas las calles que fueron escenario de la Redención… y su resultado fue la declaración de «Mandato» dada en la conferencia de San Remo. En el reloj de la historia sonaba para la vieja Tierra Prometida, una nueva situación política. Y esta vez extraordinariamente compleja.
El Mandato
Complaciendo un tanto las presiones judías, este Mandato establecido en la conferencia de abril de 1920, preveía una administración de acuerdo con los términos de la declaración de Balfour. Ello fue formalmente confirmado por la Sociedad de las Naciones tres años después, permitiéndose la organización de la «Agencia judía» en 1929, verdadera expresión autónoma de los judíos cerca del Gobierno del Mandato, germen, en definitiva, de un posible futuro estado israelita… así, pues, por primera vez desde el año 135… quedaba reconocida alguna forma de conexión política entre el pueblo judío y la tierra de sus padres.
Pero esta aurora era falsa, y ni siquiera preludio de aquella que señala el Profeta cuando prorrumpe: «Y a tu luz caminarán las gentes, y los reyes al resplandor de tu nacimiento» (Is LX, 3). Aurora de blasfemia, no podía sino ser anuncio de tinieblas aún más cerradas y obscuras. Porque Israel iba a encontrar un obstáculo casi inesperado… en los propios parientes de su raza, de la que nunca fue cristiana.
Ismael, el hijo de la esclava, iba a vengarse, milenios después, del hijo de la libre. Los hijos de la sirvienta, sirvientes de la más negra degeneración de la historia –el Mahometismo– iban a cerrar el paso a los hijos auténticos del Patriarca, hijos auténticos, pero apóstatas de su vocación y de su Dios.
El mundo musulmán iba a oponer la inercia, el peso enorme de su masa, a las reivindicaciones israelitas.
La reacción del islam y la nueva herejía
Los «effendis» proclamaron la guerra santa, y el desierto entero. … se conmovió. …Solamente se logró mantener, bajo la égida del Imperio, una suerte de «statu quo» político hasta estallar la nueva gran conflagración de 1939…
…De un lado, el mundo árabe…De otro lado, Israel… Todo su poderío financiero, todos sus resortes ocultos, han funcionado al servicio del Imperio británico… y éste se halla, finalizada la contienda, ante la presentación de lo que -perdónenos el lector- en términos vulgares llamamos «dos facturas». Tremendas ambas. Por lo incompatibles.
Israel e Ismael exigen el premio a sus servicios. Y lo trágico es que el premio de uno es castigo para el otro.
La tragedia renovada
… El genio israelita aprovecha los kilovatios del Jordán sagrado; ayuda a los técnicos británicos a establecer las «pipe lines» que, por notable permisión de la Providencia, vienen a complicar, con su codiciado liquido negro, la ya extraordinario complejidad del problema, atrayendo al puerto de Jaffa los grandes mastodontes del mar que se llaman «Vanguard», «Nelson» o «Queen Elizabeth». La cultura israelita ha creado universidades, artes, letras, un verdadero mundo intelectual. Mas al propio tiempo, ha exaltado, otra vez, en el viejo solar prometido, la perversión de las costumbres en que prevaricaron sus antepasados.
… Y –lo que más pesa– sabe bien que cerca de los gobiernos más poderosos, grandes y universales del Globo, sus hermanos de raza presionan incansablemente, y usan la enorme influencia que les presta su innegable categoría para apoyarle…
Pero este mismo procónsul representante de aquéllos, sabe bien lo que, aun hoy, es este triste mundo musulmán.
Los descendiente de Agar se vengan de los de Sara
Estamos viviendo, por tanto, el momento álgido episódico de la lucha del hijo de la esclava contra el de la libre. Los descendientes de Agar se vengan de los de Sara a quienes injustamente ha abandonado su Dios.
¡Espectáculo admirable! De una parte, Israel. Es el peso de estas cosas tan grandes, que hoy denominamos finanza, Industria, banca… Los hijos de Israel, conspicuos, son los grandes ingenieros, los activos hombres de negocios… Ellos controlan, con su inteligencia, el moderno mundo del automóvil, del petróleo, del acero, de la electricidad, de todo lo que es vida económica y producción. ¿Qué no han de poder estos hombres?
De otra parte, es el islam. Es el viejo y caduco islam. Son estos príncipes del Oriente Medio y del África, buenos para cuentos de las mil y una noches, absorbidos por los vicios y por la degeneración que aún les permite la esclavitud y abyección de millones de súbditos. Son estos príncipes de opereta. Pero de una opereta que cuenta con más de cien millones de infelices comparsas. Y en esto radica su fuerza bruta.
Israel e Ismael luchan. Desde su enorme factoría de automóviles, o de nitratos sintéticos, el judío, el gran industrial, pesa cerca de los gobiernos de Washington o de Londres, influye incansablemente en pro de sus hermanos… Mas, de otro lado, los jinetes del desierto, nómadas fanáticos, montan la guardia, al conjuro de los príncipes y de los rajás, que no cuentan con la técnica ni con la economía, ni, en definitiva, con tanto oro, más sí con más hombres.
Es una lucha extraña, paradójicamente, porque los campos son heterogéneos. Mas, sin duda ninguna, en ella se cifra uno de los mayores arcanos que, celosa, guarda la esfinge de la historia.