A principios del mes de septiembre tuvo lugar en Budapest el 52º Congreso Eucarístico Internacional, pospuesto un año debido a las restricciones provocadas por la pandemia, con un programa lleno de eventos: misas, oraciones, testimonios, conferencias, discursos de patriarcas y líderes ecuménicos y conciertos.
El encuentro fue inaugurado en la plaza de los Héroes de la capital húngara el día 5 de septiembre en una ceremonia titulada «Hungría, tierra de María», en la que se presentó al mundo la especial relación existente entre las tradiciones populares de la Cuenca de los Cárpatos y la religión cristiana, y donde el cardenal Péter Erdö, primado de Hungría, dio la bienvenida a los asistentes expresando el deseo de los organizadores del Congreso en una breves palabras: «Que el Señor nos conceda poder sentir en estos días que Cristo está con nosotros en la Eucaristía. No deja solos a la Iglesia, a los pueblos y a la humanidad».
A continuación tuvo lugar la celebración eucarística inaugural, presidida por el cardenal Angelo Bagnasco, Presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), que supuso también la misa de apertura del curso académico de las escuelas católicas de la arquidiócesis de Esztergom-Budapest y en la que 1.200 jóvenes recibieron la Primera Comunión.
«Nuestra voz es débil –dijo en la homilía el arzobispo emérito de Génova– pero se hace eco de la de los
siglos y está marcada por la sangre de los mártires. ¡Nuestro gozo es el más grande, es Jesús! La voz de los creyentes le dice al hombre moderno: no estás solo en un universo hostil, no estás solo frente al maravilloso misterio de la vida, no estás solo con tu sed de libertad y eternidad. Estés donde estés, no eres invisible, Dios te mira con amor; no eres huérfano, Dios es tu Padre; vales la sangre de Jesús, Redentor del mundo y Pan de vida eterna. No temas: Dios no está muerto, la Eucaristía va más allá de
toda soledad, de toda distancia, de toda indiferencia. La Iglesia no puede callar, no puede dejarse reducir al silencio: debe dar al rostro de cada hombre el esplendor de Cristo resucitado. (…) La Iglesia no tiene otro nombre que anunciar y adorar: Jesucristo.
Su rostro es el Evangelio, su presencia es la Eucaristía». Entre las múltiples catequesis y testimonios que han tenido lugar durante el Congreso nos gustaría destacar las reflexiones ofrecidas por el obispo ortodoxo ruso Hilarion de Volokolamsk, Presidente del Departamento para las Relaciones Eclesiásticas
Externas del Patriarcado de Moscú, sobre la presencia viva y real de Jesucristo en la Eucaristía.
Aunque los cristianos católicos y los ortodoxos no están unidos en la Eucaristía –no pueden compartir ordinariamente el sacramento porque no viven en plena comunión eclesial– «ambos sí están convencidos de que en el pan y el vino eucarístico, después de la consagración, no hay una simple presencia simbólica de Cristo. (…)
Nosotros creemos que el pan y el vino de la Eucaristía son el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro señor Jesucristo. La celebración eucarística no es sólo una conmemoración de la última cena, sino también una actualización para cada creyente que participa en ella». El Metropolitano explicó que para la Iglesia ortodoxa, «la Eucaristía es lo más profundo, significa conseguir el fi n de la vida cristiana, que es la deificación. En el sentido en que cuando recibimos la santa comunión, el cuerpo
de Cristo entra en nuestro cuerpo y su sangre fluye por nuestras venas. Como en el mismo Cristo, la naturaleza humana, cuerpo, alma y espíritu, estaban unidos con Dios, también la humanidad entera participa en el proceso de deificación. (…) Podemos diferir en la terminología: algunos usarán términos latinos en lugar de los griegos, pero todos, yo diría que compartimos esa profunda creencia en la posibilidad de la unión. (…) Nosotros somos simplemente guardianes indignos de la rica tradición que
nos llegó del mismo Cristo y de los primeros Padres de la Iglesia».
El congreso culminó el 12 de septiembre con una misa de clausura presidida por el papa Francisco en la
misma plaza de los Héroes en que fue inaugurado. Durante la celebración el Santo Padre relacionó con la Eucaristía los tres pasos que debe realizar todo discípulo de Jesús: «el anuncio de Jesús, el discernimiento con Jesús y el camino en pos de Jesús».
«En la Eucaristía Jesús está ante nosotros para recordarnos quién es Dios. No lo hace con palabras, sino de forma concreta, mostrándonos a Dios como Pan partido, como Amor crucificado y entregado» para que, conociéndole, podamos anunciarlo. Respecto al discernimiento con Jesús, el Santo Padre exhortó a contemplar la fragilidad de Dios mediante la adoración ante la Eucaristía: «Dediquémosle tiempo a la adoración. Dejemos que Jesús, Pan vivo, sane nuestras cerrazones y nos abra al compartir, nos cure de las rigideces y del encerrarnos en nosotros mismos, nos libere de las esclavitudes paralizantes de defender nuestra imagen, nos inspire a seguirlo adonde Él quiera conducirnos. De este
modo llegamos al tercer paso».
Un tercer paso que es «ir adelante por la vida con la misma confianza de Jesús, la de ser hijos amados de Dios. Es recorrer el mismo camino del Maestro, que vino a servir y no a ser servido. Es dirigir cada día nuestros pasos al encuentro del hermano.
Hacia allí nos lleva la Eucaristía, a sentirnos un solo Cuerpo, a partirnos por los demás». Y mientras el Papa clausuraba el Congreso antes de continuar su viaje hacia Eslovaquia, el cardenal Marcello
Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, elevaba a los altares en el templo de la Divina Providencia de Varsovia al cardenal Stefan Wyszyński, primado de Polonia de 1948 a 1981, pastor que salvó la fe de los polacos en los difíciles tiempos del comunismo, y la madre Elżbieta Róża Czacka, monja ciega, fundadora de la Congregación de las Hermanas Franciscanas Siervas de la Cruz, creadora de la Obra Laski, centro de educación de niños ciegos y de diálogo con los no creyentes.
¡Alabado sea Dios!
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