El 20 de junio del pasado año el prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos dirigía una carta a los presidentes de las conferencias episcopales comunicándoles que el Sumo Pontífice había dispuesto incluir en las letanías lauretanas las invocaciones «Mater misericordiae», «Mater spei» y «Solatium migrantium». En dicha carta se recordaba como «la Iglesia recorre los caminos de la historia» encomendándose a la Virgen María, para «contar con su protección maternal y como camino privilegiado y seguro» para el encuentro con su Hijo Jesucristo. En nuestro «tiempo presente, amenazado por tantos motivos de incertidumbre y desconcierto» el Pueblo de Dios siente la necesidad de renovar su invocación a María con especial afecto y confianza.
La Iglesia ha querido en estos últimos siglos de un modo reiterado intensificar a través de múltiples iniciativas la llamada a tener muy presente en nuestra piedad y, en general, en nuestra vida la intercesión de la Virgen María para no naufragar en las violentas tempestades que amenazan a la sociedad actual. Nuevos dogmas, años marianos, nuevas advocaciones, fiestas litúrgicas marianas, encíclicas de temática mariana, documentos conciliares, forman parte de este numeroso conjunto de iniciativas eclesiales que manifiestan este continuado reclamo para que acudamos confiadamente a la intercesión de la Madre de Dios en petición de amparo y misericordia.
Si intentáramos dar un diagnóstico de los males que acechan al hombre de hoy, sin duda tendríamos que hacer referencia a la falta de esperanza como uno de los padecimientos que más profundamente están presentes en su espíritu. Tantas falsas promesas frustradas, expectativas no realizadas, políticas que pretendían construir un mundo en el que de forma total y definitiva el hombre encontraría la felicidad, y como contrapartida revoluciones, guerras sin precedentes en la historia, gulags, campos de concentración, genocidios, terrorismo, criminalidad etc., y todo ello con el resultado de millones de víctimas explican esta crisis de esperanza que acecha a nuestro mundo. Se nos podría acusar de solo ver un aspecto de la modernidad e ignorar todo el progreso que ha acompañado el transcurrir de los últimos siglos, especialmente manifiesto en el crecimiento del bienestar material, y aunque en nuestros días incluso este aspecto de progreso también está puesto en cuestión, no podemos olvidar como este progreso ha venido unido a leyes y costumbres que han provocado la debacle en la natalidad y una crisis en tantas familias de consecuencias gravísimas. Por todo ello nos ha parecido tan oportuno que en la carta de la Congregación para el Culto Divino hiciese referencia a que en estos «tiempos de desconcierto e incertidumbre» hay que confiar en María Santísima.
Animados por la decisión del Papa de incluir en las letanías lauretanas la referencia a la Virgen como Madre de Esperanza y de Misericordia, hemos dedicado este número del mes de mayo, mes de María, a diversos aspectos de esta presencia de la Virgen como camino para recobrar nuestra esperanza en el triunfo de Cristo en la historia. Recordamos lo que escribió el gran apóstol mariano para estos tiempos: san Luis María Grignion de Montfort: «El enemigo más terrible que Dios ha suscitado contra Satanás es María». Esta renovada e intensa presencia de María en la vida cristiana, alentada por tantas iniciativas de los últimos pontífices, es una llamada a confiar en los caminos providenciales que Dios ha dispuesto para la historia de los hombres, en los que Dios, a través del reinado de María, prepara el reconocimiento de su Hijo Jesucristo como único Rey y Señor de todos los pueblos.
Una gran dispensación de misericordia
Una vez más Cristiandad vuelve sobre uno de los temas centrales de la teología de la historia, y lo hacemos en un tiempo en que celebramos varios aniversarios relacionados con santa Teresita del Niño Jesús, 150 de su nacimiento,...