Escribe el padre Dwight Longenecker en su blog, con motivo de la fiesta de Cristo Rey, para recordarnos que es ahí donde se encuentra la salvación que tanto anhelamos y el antídoto contra los peores males: «En estos tiempos difíciles podemos preguntarnos una vez más por qué el mundo y nuestra nación se encuentran sumidos en tanta confusión, desconcierto y miedo: la respuesta es porque Cristo ha sido olvidado. Ha sido destronado, depuesto, negado y rechazado. Este ateísmo se presenta bajo muchas formas, y el laicismo es una de ellas. El laicismo no es explícitamente ateo. Es ateo por defecto. El laicista no niega a Dios. Simplemente no admite a Dios en nuestras vidas. No rechaza a Dios. Ignora a Dios. ¿Cómo afecta esto a los católicos? Podemos caer en la trampa del laicismo esperando que los gobernantes seculares de nuestro país sean la respuesta a nuestros problemas. No lo son. Quizás puedan poner una tirita a alguno de nuestros problemas, pero ni Donald Trump ni Joe Bi- den ni cualquier otro líder político puede ser nuestro salvador y nuestro rey. En 1947, tras la devastación de la segunda guerra mundial, los obispos católicos de Estados Unidos emitieron una declaración advirtiendo contra el laicismo.
Aquí tenemos un extracto: “El laicismo que excluye a Dios de la vida humana abre el camino para la aceptación de ideologías subversivas ateas, del mismo modo que la religión, que mantiene a Dios en la vida hu- mana, ha sido la única verdadera oposición a la tiranía totalitaria. La religión ha sido su primera víctima, ya que los tiranos per- siguen lo que temen. Así pues, el laicismo, como disolvente de la influencia religiosa práctica en la vida cotidiana de los hombres y las naciones, no es en realidad el más patente, pero en un sentido muy verdadero es el más insidio- so obstáculo para la reconstrucción del mundo dentro del marco de la ley natural de Dios. Habría más esperanza de una paz justa y duradera si los líderes de las naciones estuvieran realmente convencidos de que el laicismo que ignora a Dios, así como el ateísmo militante que lo niega rotundamente, no ofrecen una base sólida para acuerdos internacionales estables, para el respeto duradero de los derechos humanos o para la libertad bajo la ley”.
Y tras la primera guerra mundial, el papa Pío XI escribió su encíclica Quas primas afirmando la soberanía de Cristo Rey y enseñando claramente que su reina- do se aplica a todos los fieles en nuestra vida diaria: “Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana. Por que si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cie- lo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doc- trina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los afectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a Él estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que, como instrumentos, o en frase del apóstol san Pablo, como armas de justicia para Dios, deben servir para la interna santificación del alma.” »