Es posible que alguien se pregunte si aún sigue siendo de interés tratar de la persecución comunista. ¿No es una realidad que, gracias a Dios, solo tiene un interés histórico y que en la actualidad las persecuciones provienen de otros ámbitos culturales o políticos? La respuesta exige una previa reflexión. Es evidente que las persecuciones que sufrieron multitud de cristianos a causa su fe, durante gran parte del siglo xx en la Unión Soviética y en los países que cayeron en su órbita han cesado, aunque no habría que olvidar las graves dificultades que continúan encontrando los católicos hoy en día en China para practicar libremente su fe. A pesar de todo ello no dejaría de tener sentido recordar aquellos ejemplos de fidelidad de tantos hombres y mujeres que dieron testimonio de su fe, con el derramamiento de su sangre, que fueron llevados al martirio.
De la memoria de esta realidad histórica se derivan lecciones que pueden ser muy útiles para nuestros días. Por otro lado, podemos recordar lo que ocurrió en la Unión Soviética en el periodo poststalinista: la persecución violenta fue siendo sustituida por una represión cultural, política y jurídica, y así se hacía sentir en el ámbito educativo, laboral y especialmente, político: la práctica religiosa y en muchas ocasiones la mera la identidad católica llevaba consigo, marginación social, dificultades económicas e incluso la pérdida de la libertad. Todo ello significaba el poner en práctica aquel principio intrínseco del marxismo según el cual la fe religiosa es el resultado de una máxima alienación de la que el régimen comunista tenía la obligación de librar a sus ciudadanos. Como ya ha ocurrido en otras situaciones históricas, en nombre de una pretendida liberación se llevaron a cabo las más brutales persecuciones.
Es verdad que en nuestro entorno más cercano, no vivimos en una situación de persecución violenta, sin embargo habría que reconocer la persecución cultural que sufre la Iglesia como consecuencia de unos gobiernos que, en nombre de un pretendido laicismo neutral, se muestran claramente beligerantes en todo aquello que representes una presencia pública y cultural de la religión católica.
Esto nos lleva a plantearnos la siguiente cuestión. ¿Las motivaciones ideológicas que motivaron las persecuciones del siglo xx continúan hoy presentes en nuestra sociedad?
La filosofía, mejor dicho, la ideología marxista inspiradora del comunismo soviético tiene dos principios básicos en que se sostiene. En primer lugar, su materialismo dialéctico, una interpretación de la realidad que niega todo principio o realidad trascendente, unido a la cancelación del principio de no contradicción como consecuencia de su lógica dialéctica. De ahí se deriva otro principio de gran importancia teórica y práctica: la primacía de la praxis. La realidad se constituye en su totalidad como consecuencia de la acción, no hay verdad ni mentira, solo cuenta la fuerza transformadora de la acción que, de acuerdo con su naturaleza es revolucionaria. El segundo principio básico es consecuencia de su visión de la historia. Solo se entiende la realidad cuando se contempla como el resultado de un proceso histórico necesario que llegará a su culminación con el triunfo del comunismo, etapa final de la historia en la que los hombre,
conseguirán finalmente la realización definitiva de todas sus aspiraciones, es decir, la felicidad.
Por ello, esta filosofía de la historia es a su vez una llamada a participar en este proceso revolucionario, anticipando el momento de su realización definitiva. Esta es la justificación de toda la lucha revolucionaria.
De estos dos principios que acabamos de señalar, el primero tuvo, y en ciertos aspectos continúa teniendo, importante eco en medios intelectuales, y además ha dejado su sello en nuestra cultura en muchos aspectos. El segundo, que es el que suscitó en su momento mayor apoyo social, hoy prácticamente podemos darlo por desaparecido. El mundo actual se caracteriza por la negación de cualquier tipo de esperanza, la inmediatez tan propio de la cultura actual refleja este temor hacia un futuro que se contempla cargado de los peores presagios. Este aspecto utópico, prometedor de una nueva y definitiva sociedad fue la espoleta que provocó los movimientos revolucionarios de los siglos anteriores. Hoy, una vez desaparecida la utopía, o mejor dicho, negada por la realidad de los hechos, permanecen en muchos ambientes intelectuales, con una significativa repercusión social y política, sus premisas sobre el materialismo y su dialéctica negadora de la verdad que es sustituida por la primacía absoluta de la acción. Esto explicaría que la actual situación persecutoria se dé en el ámbito de la cultura, y del pensamiento.
Ante esta nueva realidad, el ejemplo de los mártires en tiempo del comunismo es completamente actual, su memoria, oportuna y tiene que ser para todos nosotros motivo de esperanza, confiando que desde el Cielo intercederán ante Dios para que nos conceda la fidelidad y la fortaleza, tan necesaria ante esta renovada persecución.
Para terminar, quisiera recordar unas palabras del tan querido por todos los que le conocimos, padre Francisco Solà, tan unido espiritualmente a nuestra revista, las palabras que escribió en 1989 al publicar Juan Pablo II la carta apostólica Redemptoris Custos sobre san José. Estas palabras continúan siendo también para nosotros motivo de esperanza y oración:
«Juan Pablo II, al verse envuelto en tan graves acontecimientos mundiales, ha vuelto los ojos a san José. La carta apostólica Redemptoris Custos, (15-8-1989) es una llamada a san José para que bendiga a la Iglesia.
Inmediatamente han surgido en el mundo, concretamente en la Europa oriental una serie de acontecimientos que parecen milagrosos y cuya trascendencia no podemos todavía calibrar. ¿Serán los primeros frutos de la protección de san José, que ha tomado en serio –permítasenos la expresión– el encargo del Papa y acude en auxilio y ayuda de su Esposa, la Virgen María, Madre de la Iglesia, en la ardua tarea que ella hace tiempo se ha tomado de luchar personalmente contra la Serpiente infernal? Estaría esto muy conforme con la actitud de san José: actuar sin decir una sola palabra. ¿No será una respuesta también al encargo que Pío XI hizo al Santo Patriarca al encomendarle la lucha contra el comunismo: “Para llevar a madurez esta paz tan deseada por todos, la paz de Cristo en el Reino de Cristo, ponemos la gran acción de la Iglesia católica, que se enfrenta a los esfuerzos del ateísmo comunista, bajo los auspicios y protección de san José, Patrono poderosísimo de la Iglesia católica?”». (Cristiandad, octubre-diciembre 1989, n. 703-705)