El arzobispo emérito de Filadelfia, Charles Chaput, ha escrito en First Things sobre la polémica creada a raíz de la nominación de la juez Amy Coney Barrett para un puesto en el Tribunal Supremo estadounidense, que ha provocado un resurgir del prejuicio anticatólico.
Empezando por el comentario de la senadora demócrata Dianne Feinstein, quien se mostró inquieta porque, en palabras dirigidas a la juez, «el dogma vive con fuerza dentro de ti. Y esto es preocupante».
Comenta Chaput al respecto que, «dados los obvios prejuicios de la senadora, es lógico que estuviera preocupada. La historia de la vida de la Sra. Barrett sugiere que realmente cree y busca vivir lo que su fe católica enseña. Peor aún, posee una mente espléndida, un profundo conocimiento de la ley y un excelente historial como jurista. En otras palabras, es una pesadilla para cierto tipo de tribu política.
Dejemos de lado por un momento la vulgaridad de la senadora Feinstein. Después de todo, no es la única en mostrar esta intolerancia. El desdén por cualquier convicción religiosa vigorosa, especialmente si es católica, es un virus que anda suelto. Parece que ha infectado a varios senadores demócratas, incluyendo a la senadora Kamala Harris, colega de Feinstein en California y nominada a la vicepresidencia, que ya
percibió un inminente peligro en esa peligrosa conspiración nacional conocida como los Caballeros
de Colón.
Las palabras de la senadora Feinstein nos ayudan a ver claramente cómo algunos miembros de nuestra clase política perciben a aquellos católicos cuya fe es más que meramente “nominal”. Es verdad que cualquiera que haya sido bautizado como católico es, de hecho, católico. A los ojos del Partido Demócrata, esto no es ningún problema. Si te fotografían piadosamente rezando con las cuentas del rosario, incluso mejor. La lealtad cultural de muchos votantes católicos a un partido que una vez fue de la clase trabajadora e intensamente católico se resiste a desaparecer del todo, a pesar de la enorme diferencia que existe con aquel partido en la actualidad. Incluso, siendo un cargo electo, es probable que te concedan algún premio de una institución católica importante. Pero si eres el tipo de católico que busca configurar tu
vida en base a las creencias católicas sobre el matrimonio y la familia, la libertad religiosa, el
sexo y el aborto, bueno, entonces estamos ante un asunto diferente, como descubrió el congresista
demócrata Dan Lipinski cuando su propio partido lo abandonó en las primarias de principios de este año. En las inmortales palabras de Bill Maher, una mujer como Amy Coney Barrett, independientemente de sus credenciales profesionales, es sólo “una chalada”.
[…] Los católicos en este país pasaron más de un siglo luchando por abrirse camino en la cultura dominante de los Estados Unidos. El coste ha sido alto. Hasta llegar a que los autodenominados líderes políticos católicos son indistinguibles en sus puntos de vista y acciones de sus colegas sin fe; el coste ha sido decididamente demasiado alto. Millones de católicos han servido y muerto defendiendo esta nación, sus libertades y sus instituciones. En el siglo pasado, todos los capellanes militares condecorados con la Medalla de Honor fueron sacerdotes católicos… Los católicos no pueden esperar, y no lo hacen, que aquellos con convicciones diferentes estén de acuerdo con sus creencias religiosas. Pero los católicos sí que piden, con toda la razón, civilidad y respeto hacia las enseñanzas de su Iglesia, especialmente por parte de un Senado que supuestamente encarna un espíritu de servicio a toda la nación.
[…] Lo que está en juego en las sesiones de confirmación en el Senado y en los debates públicos sobre las nominaciones para puestos judiciales es un indicador de los futuros ataques contra la propia Iglesia y contra cualquier católico que sostenga con ella su imperecedero testimonio moral. Durante la última década hemos visto ya a la Iglesia católica, y a muchos de sus ministros e instituciones, siendo el blanco en cuestiones de fe… Presentar a los católicos disidentes como “norteamericanos comunes” y a los católicos creyentes como “extremistas” –una técnica muy extendida hoy en día de guerra cultural totalmente deshonesta– es un ataque al libre ejercicio de la religión que pone en riesgo
los derechos de muchos más estadounidenses de los que nunca serán nominados para un tribunal.»
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