«Ahora más que nunca tenemos que luchar por Cristo». Estas palabras constituían la concreción de un discurso que meses atrás había dirigido a los vanguardistas, en el que había dicho: «Quizá entre vosotros habrá algún mártir…
No importa. Nosotros queremos una Cataluña roja, pero roja de la sangre de mártires». Esta profecía del martirio se inscribe en una situación extrema, la que se vivía en un momento en el que parecía inevitable un estallido de violencia contra quienes no tenían miedo de reconocer que eran cristianos.
El mártir no busca el martirio pero lo acepta –¡y lo prevé!– cuando la persecución llega. Entonces no se echa atrás.
Acoge la voluntad de Dios sobre él y con toda mansedumbre y humildad se prepara para el momento de la prueba.
Explica su madre, Maud, que en aquel período Joan se preocupaba de los que eran asesinados y que cada noche, arrodillado a los pies de su cama, apretaba su crucifijo entre las manos y oraba pidiendo fortaleza para los unos, perdón para los otros, misericordia para todos.
Al amanecer del 12 de septiembre también estos fueron los sentimientos de Joan Roig.
Juan José Omella,
Carta pastoral «¡Dios está conmigo!»
Joan Roig Diggle, apóstol de los jóvenes y mártir