«¡Oh, dulce Corazón de María!
Decid a Jesús aquello que nosotros ni sabemos ni podemos decirle, y Él os escuchará… y si para vencer la resistencia de aquellos por quienes os rogamos, es necesario un milagro, ¡oh, Virgen Inmaculada!, os lo pedimos por el inmenso amor que tenéis a Jesús. Ah, sí, dignaos apareceros a los judíos y a los turcos, como ya os aparecisteis a Ratisbona, y a una señal de vuestra diestra, ellos, como él, quedarán convertidos; oh, venga pronto tal día en que la Sacrosanta Trinidad reine por medio de Vos en todos los corazones, y todos conozcan, amen y adoren en espíritu y en verdad al fruto bendito de vuestro seno, Jesús!».
Madre de Dios Santísima, Señora del Monte Carmelo, su decoro y hermosura, que habéis querido que en este monte se os erigiera el primero de vuestros santuarios en el mundo entero, y que fuera lugar de vuestras delicias y trono de vuestras misericordias sobre cuantos se cobijan bajo el manto de vuestro pardo escapulario. Esposa del Cantar de los Cantares, nombre que evoca profecía porque es de presencia que precede a la del esposo, cuna de la devoción mariana más popular del pueblo cristiano, en cuya completa manifestación cifran sus esperanzas tantos moradores espirituales del Carmelo, como preludio del prometido reinado de vuestro Hijo en el mundo.
Hermosura del Carmelo y del Sarón, como por primera vez hace ahora dos milenios, dignaos acelerar el tiempo prometido en que los cielos destilen el rocío de lo alto, y Vos, la mística nube, llovednos de nuevo al Justo, Cristo Jesús, Hijo de Dios, único Salvador de la humanidad, Mesías bendito por los siglos de los siglos. Amén.
Oración que León XIII pidió al pueblo cristiano que rezara
por la conversión de los judíos y de los turcos. Breve Cum sicut, 1899