Escribe Rafael Sánchez-Saus en el acerca de la callada labor del párroco de una de las zonas de Sevilla más golpeadas por la pandemia del coronavirus y por sus efectos económicos. Uno entre muchísimos, que en esta ocasión ha salido a la luz en un reportaje publicado en aquel medio:
«Las cifras del paro en el mes de abril harían saltar todas las sirenas si quedara alguna por saltar en esta España abocada no a la pobreza, directamente al hambre. El brutal y ruinoso estado de alarma sólo tuvo un fin legítimo, impedir el colapso del sistema sanitario, pero superado este peligro según todos los indicios, conserva otra finalidad nada despreciable: mantener anestesiada y paralizada a la nación para poder seguir operando al libre antojo y sin controles democráticos sobre el cuerpo inerme. A su amparo, mientras el Gobierno despliega cada día su asombrosa ineptitud, la desolación se instala en todos los sectores económicos, y de escalón en escalón empieza a llegar a los pueblos y a los barrios devastados.
Hace unos días, Diario de Sevilla publicaba un reportaje sobre la labor del párroco de La Oliva, don Jaime Conde, que, nos consta, ha golpeado muchas conciencias. La Oliva era una de esas alegres barriadas que hace treinta o cuarenta años ofrecían vivienda asequible y más que digna a una población de jóvenes matrimonios de clase trabajadora. Hoy va camino de convertirse en otro barril de pólvora de los que Sevilla está rodeándose concienzudamente. Al final, si nos fiamos del reportaje, resulta que es el cura el que debe visitar personalmente a los enfermos desvalidos para llevarles medicinas o acarrear las bolsas con comida a ancianos y familias desamparadas. Y eso no, simplemente no me lo creo, no puede ser.
Verán, por razones personales y laborales llevo toda mi vida rodeado de progres, lo que antes se llamaban más concretamente rojos. Los conozco, me conocen y hasta a veces nos llevamos bien. Sé que la idea de España les trae al pairo, pero también que son solidarios, amantes de su gente, generosos y de gran corazón. Por tanto, nadie me puede convencer de que en La Oliva, o en cualquier otro de los populosos barrios andaluces, quienes se ocupan de los necesitados de un buen escudo social no están siendo las nutridas agrupaciones y círculos de los partidos de izquierda, los sindicatos de clase con sus liberados y asalariados a la cabeza, los concejales (y concejalas), los sublimes activistas de las oenegés, las aguerridas asociaciones feministas o las heroicas juventudes antifas. Que ha de ser el cura con cuatro voluntarios de Cáritas el que cubra el hueco. Que no, hombre, que no. Esto sólo puede ser otra trama de los medios de la derecha corrupta para ocultar tanto trabajo solidario de izquierdas. ¡Fascistas!»
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