En abril de 1945, y en medio de la agitación mundial que generó la segunda guerra mundial, la revista Cristiandad celebraba su primer aniversario. Durante aquellos años la revista era quincenal, por lo que en un mes se cubrían dos temas de perenne actualidad.
En el primero de ellos los colaboradores de Cristiandad reflexionaban sobre las causas que dieron origen a tan fatal desenlace pues, «para llegar hasta estos extremos –afirmaba la «razón del número»– han sido precisos largos años de preparación. Porque la pseudo-teocracia de los reyes en el siglo xviii, las perniciosas teorías del filósofo ginebrino sobre el Pacto social, en una palabra, las falsas doctrinas sobre el origen del poder son las que han desembocado, deslizándose por la rápida pendiente del racionalismo del siglo xviii y de la Revolución francesa, en el actual liberalismo y en la actual inquietud.
Los artículos de este número se refieren a aquellas teorías, las cuales han rebrotado aquí y allá, desde su canalización subterránea, para conducir al presente estado de cosas».
Así como en la física todos admitimos el principio de acción y reacción, así también en la historia se da el principio de causalidad. La diferencia entre ambos radica en que, mientras que en el primero se suele percibir con claridad la relación entre la acción y la reacción (uno mueve la mano y el jarrón se mueve), en el segundo es necesario mucha ciencia histórica, filosófica y teológica para poder dar cuenta de ello. Esta relación entre las ideas y los hechos es lo que van mostrando aquellos artículos en los que se va desgranando el fundamento de aquellas teorías que dieron como consecuencia los males que acechaban y acechan a la humanidad.
El número de la segunda quincena estaba dedicado a la historia de España, en cuanto defensora de la fe católica, en un momento en el que «El mundo moderno –afirma la “razón del número”– postula la libertad de cultos como derecho nativo del hombre… Esta concepción no puede ser admitida por España. Toda su historia la significa como adalid de la unidad católica».
Y para justificar estas afirmaciones los artículos de este número repasan los hitos centrales de nuestra historia: «La conversión de Recaredo en el siglo vii, la invasión musulmana en el viii, el Protestantismo en el xvi, el liberalismo en el xix, son los hitos que marcan el camino seguro de la fe inconmovible de nuestro pueblo.»
Una vez más invitamos al lector de Cristiandad a leer aquellos artículos que iluminan y ayudan a entender el mundo actual en el que vivimos.
Pero esta vez nos gustaría traer a esta sección el Editorial de uno de aquellos números. Como hemos indicado, la situación del mundo en aquel momento, sumido en una terrible guerra mundial, era de una gran desesperanza y angustia. Setenta y cinco años más tarde, la humanidad entera, se ve en un estado de vulnerabilidad nunca visto hasta ahora y, al igual que entonces, debemos reflexionar sobre el fundamento de nuestra esperanza.
En este sentido, aquel editorial reflexionaba sobre el fundamento de la paz. Pero una paz entendida, no como la mera ausencia de guerra, que es la primera acepción que nos viene a la cabeza cuando pronunciamos esta palabra, sino como aquello que definió san Agustín en su gran obra la Ciudad de Dios: «la tranquilidad del orden». Desde esta perspectiva, el papa san Juan XXIII afirmaba: «La paz en la tierra, anhelo profundo de todos los hombres de todos los tiempos, no se puede establecer ni consolidar sino en el pleno respeto del orden instituido por Dios» (encíclica Pacem in Terris, nº1).
Al leer y meditar estas palabras, cobra una gran actualidad aquella afirmación realizada por el padre Ramón Orlandis, fundador de Schola Cordis Iesu, y que trataba de responder sobre qué es lo que podíamos hacer frente a las gravísimas circunstancias y dificultades que percibimos a nuestro alrededor:
«Estas almas, por la luz que del Cielo recibirían, tendrían una comprensión íntima de la devoción genuina al Corazón de Jesús y de los designios que ha tenido Jesús al pedirla. Estas almas arderían en celo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas y, conocedoras de la realidad, profundamente desengañadas de sus propias fuerzas y valer y también de la eficacia de los medios semihumanos y ordinarios que nuestra pobre razón puede excogitar para hacer frente a las circunstancias y dificultades extraordinarias de nuestro tiempo, pondrían para su apostolado toda la confianza en el medio que el mismo divino Redentor nos ha dado para vencerlas: la práctica y difusión de una sincera devoción al Sagrado Corazón de Jesús, según las normas y caminos que Jesús se ha dignado señalarnos».
Este breve editorial nos ayuda a reflexionar sobre el auténtico fundamento de toda paz, y que Cristiandad, en este primer aniversario volvía a recordar, como lo han venido haciendo todos y cada uno de los números hasta el presente: sólo en el reinado social de Jesucristo, eficaz promesa de su divino Corazón, encontrará la sociedad el remedio de los gravísimos males que actualmente la afligen y amenazan.