Carl R. Trueman, profesor en el Grove City College, ha llamado la atención desde la revista First Things sobre una cuestión que nuestro mundo se empeña en ocultar: nuestra mortalidad.
«La cultura occidental moderna ha tratado de domesticar y marginar a la muerte, tanto domesticándola a través de representaciones ficticias en películas y programas de televisión, como manteniendo lo real fuera de nuestra vista. Pero como en el caso de ese otro objetivo de la moderna cultura de la trivialización, el sexo, hemos sido asaltados por la realidad.[…]
Es evidente que nos hemos acostumbrado a vidas extraordinariamente cómodas. ¿De qué otra forma explicamos las peleas en los supermercados por el papel higiénico? No se equivoquen, considero que el papel higiénico es un invento maravilloso, pero no es uno de los elementos esenciales de la vida. Y a menudo me he preguntado sobre el significado de “salvar vidas”. “Retrasar muertes”, aunque no tan motivador, es técnicamente más exacto. Nacimos para morir. La muerte es inevitable, que es por lo que todos la encontramos tan aterradora.
En esta situación es tarea de la Iglesia confrontar a la gente con la realidad antes de que la realidad misma se les presente de improviso. Los esfuerzos por combatir el virus son importantes; pero también lo es la labor de la Iglesia de prepararnos para la muerte. […]
Como Philip Rieff comentó una vez, en tiempos pasados la gente no iba a la iglesia para ser feliz; iban para que les explicaran su miseria. La gente quería saber cómo enfrentarse a la realidad, no distracciones para sentirse bien consigo mismos. Nuestras vidas pueden ser, por término medio, más cómodas que las de nuestros antepasados, pero éste es un estado de las cosas temporal y nuestro fin será exactamente el mismo que el de ellos. Así que, por pesimista que parezca, la tarea de la Iglesia es luchar no tanto contra las plagas físicas, que vienen y van, sino más bien contra lo que Leszek Kolakowski denominó la era de los analgésicos.
Claro que la Iglesia ayuda a la gente a vivir, pero a vivir a la sombra de la mortalidad. Debe poner este reino terrenal en el contexto más amplio de la eternidad. Debe preparar a la gente a través de su predicación, su liturgia, su oración y sus sacramentos para que se den cuenta de que la muerte es, sí, una realidad terrible y aterradora a la que todos nos enfrentaremos algún día, pero que el sufrimiento de este mundo, o también esta prosperidad superficial pasajera que muchos de nosotros disfrutamos, no es más que algo efímero, ligero y pasajero, en comparación con el peso eterno de la gloria que está por venir».
Ateísmo e ilusiones engañosas
El padre Longenecker hace, en Patheos, un interesante ejercicio. Los ateos suelen acusar a los creyentes de que su fe no son más que engañosas ilusiones. Longenecker, por su parte, aplica esta crítica al propio ateísmo... y los resultados...