Este año es año electoral en Estados Unidos: el próximo mes de noviembre se celebrarán elecciones presidenciales. El Partido Republicano presentará al presidente Donald Trump a la reelección, mientras que el Partido Demócrata tenía que elegir a su candidato.
Al inicio de las primarias demócratas parecía que podíamos encontrarnos ante alguna sorpresa. Joe Biden, el veterano político que fue vicepresidente con Obama y que cuenta con el apoyo de los órganos del partido, lo que se suele denominar el establishment, no despegaba, el novato Pete Buttigieg era capaz incluso de derrotarle en Iowa y New Hampshire, la amenaza de la candidatura del millonario Bloomberg se oteaba en el horizonte y el socialista independiente Bernie Sanders avanzaba con paso firme. Fue en ese momento cuando saltaron todas las alarmas. El Partido Demócrata iba a hacer lo que fue incapaz de hacer el Partido Republicano para frenar a Trump en 2016: actuar con decisión para concentrar el voto en un solo candidato moderado e impedir así que alguien ajeno a su estructura como Sanders se aupara con la victoria. Un rechazo a Sanders que no es sólo manía a quien nunca ha militado en el partido, sino verdadero pánico ante un candidato sin posibilidades reales de derrotar a Trump y con quien se presumía que sería imposible arrebatarle el Senado a los republicanos y con ello, cualquier posibilidad de bloquear las nominaciones al Tribunal Supremo de Trump.
El momento clave fue Carolina del Sur, justo antes del Supermartes, donde Biden recibió el apoyo de los dirigentes demócratas de un estado de población mayoritariamente negra que se volcó masivamente y le dio una sonada victoria. Joe Biden se había salvado. Ahora se trataba de alargar esa inercia al Supermartes, el día en que se celebraban primarias en más de diez estados, incluyendo algunos de los más poblados, como Texas y California…
Para ello el establishment demócrata movió todos los hilos posibles y consiguió la retirada de Pete Buttigieg y Amy Klobuchar, que pidieron el voto para Biden la víspera del Supermartes. Klobuchar era presa fácil, pero Buttigieg había aspirado al puesto que ahora ocupa Biden, el de candidato favorito del establishment demócrata. No obstante Buttigieg, además de su corta experiencia, ha demostrado que funciona bien entre los liberales urbanitas, pero que no levanta entusiasmos entre la comunidad afroamericana y eso, en el Partido Demócrata actual, es un hándicap insuperable. Un 11% de los votantes negros de Obama se quedaron en casa en las últimas elecciones, lastrando definitivamente las posibilidades de Hillary Clinton. La jugada, finalmente, resultó, con Biden llevándose la victoria en nueve de los catorce estados en juego, por los cinco estados en los que ha vencido Bernie Sanders
Sin Buttigieg ni Klobuchar, el único que le podía disputar el voto moderado a Biden era el multimillonario Michael Bloomberg, que aún no había entrado en liza y se lo jugaba todo en el Supermartes. Una estrategia arriesgada que ha fracasado, pues a pesar de los muchos millones invertidos por Bloomberg (aunque las cifras varían, se habla de ente 400 y 700 millones de dólares invertidos en publicidad) esperando protagonizar una entrada tardía pero impactante en la carrera electoral, el ex alcalde de Nueva York ha obtenido resultados en torno al 15% de los votos. Con estas cifras su candidatura perdía sentido y no le quedó más remedio que retirarse de la pugna. Los 17 millones del candidato Tom Steyer gastados en Carolina del Sur con escasos resultados en forma de votos fueron un aviso de lo que Bloomberg ha confirmado a lo grande: aún hay cosas que el dinero no puede.
El más izquierdista de los candidatos, Bernie Sanders, consiguió la victoria en California, el estado con más delegados, pero probablemente esto no baste. Sí, Sanders ha demostrado contar con un entusiasta ejército de voluntarios dispuestos a darlo todo, a pedir el voto puerta a puerta, a movilizar a sus amigos e incluso a aportar dinero a su campaña (la aportación media a la campaña de Sanders es de 26 dólares), pero lo cierto es que se mueve entre el 25% y el 35% (30% en Texas, 32,8% en California), con la excepción de su estado, Vermont, donde consigue un anómalo 50,7%, una cifra enorme pero que aún queda lejos de los resultados habituales en sus admirados países socialistas.
La otra candidata que le disputa el voto más izquierdista a Sanders, la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren, tras moverse entre el 10% y el 15% de los votos, se ha visto obligada a arrojar la toalla, eso sí, tras ofrecer un valioso servicio al establishment demócrata al dividir el voto izquierdista y arañarle delegados al enemigo a batir, Sanders.
El panorama, pues, se va aclarando en torno a dos polos encabezados por Biden y Sanders, el primero con el apoyo del partido, el segundo el que apuesta por políticas socialistas. Todo parece indicar que será Biden quien llegará a la Convención de julio en Milwaukee con los 1991 delegados necesarios para obtener la nominación presidencial a la primera. Pero incluso si no fuera así, Biden puede contar con los 771 superdelegados (este año aproximadamente el 16% de los delegados), elegidos directamente por el partido sin haber sido votados y que se inclinarán masivamente a favor de Biden. Al final, el candidato del partido que se proclama «multirracial y feminista», del partido de la «diversidad», saldrá de la lucha entre dos hombres viejos blancos, Biden y Sanders, a punto de convertirse en octogenarios, uno de los cuales se tendrá que enfrentar al jovencito Trump (sólo tiene 73 años).
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