La odiosa doctrina de opresión de Voltaire y la doctrina insensata de revuelta de Rousseau sobre la gran cuestión de la desigualdad de las condiciones sociales (y en Voltaire y Rousseau entendemos manifestar todos los filósofos del siglo décimoctavo, el propio filosofismo, cuya doble escuela representan [… ]) estaban impelidas por la necesidad de encontrar una solución a este formidable problema de la pobreza y de la riqueza, desde el momento en que se desechaba la solución que del mismo nos da la fe cristiana. [… ]
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Partid del solo orden natural, y llegaréis por una fatalidad a la subversión de este mismo orden. Participando el hombre a la vez del orden natural y del orden sobrenatural, el suprimir éste es obligarle a que lo busque, a que lo realice a toda costa en aquél; como si dijéramos, a hacer lo infinito con lo finito; lo absoluto con lo contingente, lo perfecto con lo imperfecto, el Cielo, en una palabra, con la tierra: medio infalible de hacer de ésta la imagen del Infierno. ¡Qué de locuras, cuántas calamidades han salido de esta absurda tentativa, imprescindible, sin embargo, para cualquiera que no admita el orden de la fe!
El socialismo y el comunismo son de ello la consecuencia menos irracional; y es la primera que se presenta, pues consiste en tomar los bienes de este mundo tales como son, asegurando su igual y común goce a todos. Siendo igual en todos los hombres la vocación a la felicidad; si el fin de esta vocación no pasa de este mundo, es rigurosamente lógico que los medios sean iguales y comunes como el fin. En vano diréis que esto es imposible y monstruoso; se os responderá que aún hay otra cosa más imposible y más monstruosa, y es que la vocación de todo hombre a la felicidad sea una quimera; que sea una realidad para unos, y una quimera para otros, y que, por fin, siendo realidad para todos, los unos tengan los medios para alcanzarla superabundantemente, y los otros se hallen del todo desprovistos de estos medios, con tanto o más mérito que los primeros. […]
Imposible es responder al socialismo y al comunismo en el terreno del naturalismo. El naturalismo establece entre el hombre y la sociedad una verdadera antinomia o contrariedad que tiende al desorden en todos sentidos […]
El autor inmediato de este desorden es el protestantismo. Rompiendo el lazo de las grandes creencias del género humano, tan vivientes, tan completas, tan bien encadenadas, tan firmemente conservadas en el seno de la autoridad católica, en donde no forman más que un solo cuerpo, cuyos miembros se corresponden, se equilibran y se motivan, él, disolviéndolas, las ha desnaturalizado y falseado; y entregándolas después una por una al libre examen, cuya propiedad es absorber lo sobrenatural, las ha reducido a no ser otra cosa que un cristianismo hueco y nominal, con el cual se disfraza la negación de estas mismas verdades, y del que se hace un título de agresión contra una sociedad materialista.
La marcha de una de estas negaciones que supone todas las demás, y su inmensa extensión, deben ocuparnos más particularmente; pues en ella vamos a tomar y seguir desde su principio hasta su término uno de los lazos que unen al protestantismo con el socialismo, por medio del naturalismo […]
He aquí el encadenamiento del error.
Proudhon, que tiene la ventaja de tener en su mano el último anillo, nos manifiesta él mismo su encadenamiento por medio de confesiones, que es muy importante recoger de su propia boca.
«Los antiguos, dice, acusaban de la presencia del mal en el mundo a la naturaleza humana.
»La teología cristiana no ha hecho más que ir recamando a su manera sobre este tema; y como esta teología reasume todo el período religioso que desde el origen del mundo se extiende hasta nosotros, puede decirse que el dogma de la prevaricación original, teniendo en su favor el asentimiento del género humano, adquiere por esto mismo el más alto grado de probabilidad. [… ]
»Los filósofos modernos han levantado, en oposición al dogma cristiano, un dogma no menos oscuro, el de la depravación de la sociedad. El hombre ha nacido bueno, exclama Rousseau en su estilo perentorio; pero la sociedad, es decir, las formas y las instituciones de la sociedad, lo depravan. En estos términos se halla formulada la paradoja, o por decirlo mejor, la protesta del filósofo de Ginebra.
»Mas, es evidente que esta idea no es otra cosa que el trastorno de la hipótesis antigua. Los antiguos acusaban al hombre individual; Rousseau acusa al hombre colectivo; en el fondo es la misma proposición, una proposición absurda.
»Con todo, a pesar de la identidad fundamental del principio, la fórmula de Rousseau, precisamente porque era una oposición, era un progreso; así que, fue acogida con entusiasmo, y pasó a ser la señal de una reacción llena de antilogías y de inconsecuencias ¡Cosa singular! al anatema fulminado por el autor del Emilio contra la sociedad, remonta el socialismo moderno.
»Rousseau no hizo más que declarar de una manera abreviada y definitiva lo que los socialistas repiten en detalle y a cada momento de progreso, a saber, que el orden social es imperfecto, y que falta siempre en él alguna cosa. El error de Rousseau no está ni puede estar en esta negación de la sociedad; consiste sí, como vamos a manifestarlo, en que él no supo seguir su argumentación hasta el fin, y negar todo a la vez: la sociedad, el hombre y Dios.
»Sea como fuere, la teoría de la inocencia del hombre, correlativa con la de la depravación de la sociedad, es la que por fin ha prevalecido. La inmensa mayoría del socialismo, Saint-Simon, Owen, Fourrier, y sus discípulos; los comunistas, los demócratas, los progresistas de toda especie, han solemnemente repudiado el mito cristiano de la caída, para sustituirle el sistema repudiado de una aberración de la sociedad.
Y como la mayor parte de estos sectarios, a pesar de su flagrante impiedad, eran en demasía religiosos, en demasía devotos para terminar la obra de Juan Jacobo, y hacer remontar hasta Dios la responsabilidad del mal, han hallado medio como deducir de la hipótesis de Dios el dogma de la bondad nativa del hombre, y se han puesto a fulminar bonitamente contra la sociedad.
»Las consecuencias teóricas y prácticas de esta reacción fueron que el mal, es decir, el efecto de la lucha interior y exterior, siendo cosa de por sí anormal y transitoria, las instituciones penitenciarias y represivas son igualmente transitorias; que en el hombre no hay vicio nativo, sino que la atmósfera en que vive ha depravado sus inclinaciones; que la civilización se ha engañado sobre sus propias tendencias; que la violencia es inmoral; que nuestras pasiones son santas; que el goce es santo, y debe procurarse como la virtud misma, porque Dios que nos lo hace desear, es santo.
»Así, mientras que el socialismo, ayudado por la extrema democracia, diviniza al hombre negando el dogma de la caída, y por consiguiente destrona a Dios, inútil ya a la perfección de su criatura; ese mismo socialismo por cobardía de espíritu vuelve a caer en la afirmación de la Providencia, y esto en el momento mismo en que niega la autoridad providencial de la historia.
»Sensible es, no obstante, a pesar de estas apariencias, y digamos hasta veleidades de religión, que la querella empeñada entre el socialismo y la tradición cristiana, entre el hombre y la sociedad, deba terminar por una negación de la Divinidad.
»La razón social no se distingue para nosotros de la razón absoluta, que no es otra que Dios mismo; y negar la sociedad en sus fases anteriores, es negar la Providencia, es negar a Dios.
»Así pues, nos hallamos colocados entre dos negaciones, dos afirmaciones contradictorias: la una, que por la voz de la antigüedad entera, poniendo fuera de combate la sociedad y Dios a quien ella representa, refiere al hombre solo el principio del mal; la otra, que protestando en nombre del hombre libre, inteligente y progresivo, hace recaer sobre la flaqueza social y por una consecuencia necesaria, sobre el genio creador e inspirador de la sociedad, todas las perturbaciones del universo». (Sistema de las contradicciones económicas. tomo I, p. 344-348).
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Esto no es otra cosa que la última expresión del error sentado en el mundo por Lutero. El principio insurreccional y revolucionario que constituye este error, hubiera tenido su Proudhon en Lutero mismo, si su aplicación hubiese sido lógica; de ello puede juzgarse por los excesos de los anabaptistas en Alemania, bajo la dirección de Münzer. Los tres siglos, pues, que separan a Lutero de Proudhon, no son más que tres siglos de inconsecuencia. Pero el error no puede ser inconsecuente sino hasta cierto punto, y durante un cierto tiempo. Siendo su naturaleza y su destino el arruinar la verdad, y en esto ser lógico, y siéndole de otra parte mortal su lógica, precisamente porque arruina la verdad, que es la vida de todo, hasta del error; síguese, que el error se ve forzado a perecer, so pena de no crecer; y todo lo que hace para crecer, halla haberlo hecho para perecer. [… ]
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La sociedad está perdida, si no vuelve a la verdad de donde la desprendió Lutero. Si ha vivido desde aquel entonces hasta el día de hoy, ha vivido de la verdad católica conservada en la Iglesia, y de lo que se había conservado de esta verdad aún en el Protestantismo; pero como el progreso de éste ha ido siempre más separando el mundo de la Iglesia, y al mismo tiempo gastando la porción de verdad que había llevado consigo en aquella separación, nada más queda para vivificar la sociedad. […] Una sola cosa subsiste con el error total, y es la verdad total; la verdad que no pasa, que era ayer, que es hoy, que será mañana, y por la cual tan sólo podemos existir. [… ] ¡Oh verdad católica! ¡Cuán cierto es que tú sola eres la Verdad! ¡Tú sola la sabiduría! ¡Tú sola aquel árbol misterioso, cuyos frutos son la vida, y cuyas hojas curan las profundas dolencias de los pueblos! ¡Cuán cierto es que tú eres la explicación y la salud de todo, en el tiempo y en la eternidad!