Hace aproximadamente un año conocíamos las ambiciosas medidas que el gobierno húngaro presidido por Víctor Orban tomaba para promover la natalidad en su país y así intentar remediar, aunque fuera parcialmente, los problemas demográficos de Hungría, algo que comparte en mayor o menor medida con todos los países europeos.
Hungría tiene en la actualidad una población de casi nueve millones, cerca de un millón menos que a principios de los años ochenta del siglo pasado, cuando alcanzó su población máxima. Es decir en las últimas cuatro décadas ha caído en un 10% y lo ha hecho de modo constante, por lo que esta disminución refleja una tendencia continuada y con causas bien enraizadas.
Los datos finales de 2019, que la secretaria de Estado para la Familia y la Juventud, Katalin Novàk, ha dado a conocer son notables: la tasa de nacimientos (número de nacimientos por cada 1.000 personas) ha crecido un 8,4%, la tasa de fertilidad ha subido de 1,4 a 1,6 (aún lejos del 2,1 considerado tasa de reemplazo) y el número de matrimonios ha crecido un 100%, doblando su cifra.
Parece, pues, que el esfuerzo realizado está causando efectos. El «Plan de acción para la protección de la familia» asciende al 5% del PIB húngaro y es cuatro veces superior a su presupuesto en Defensa. Ofrece a los matrimonios con tres o más hijos ayudas económicas para comprar un coche en el que poder transportar a la familia y créditos con condiciones especiales a partir del primer hijo, cuyo tipo de interés se reduce drásticamente con la llegada del segundo hijo y que son condonados con el nacimiento del tercer hijo. En el caso de familias con un cuarto hijo, las madres quedan exentas de pagar impuesto sobre la renta durante el resto de sus vidas.
Las ventajas financieras son importantes, pero al menos tan importante es el mensaje que se está dando acerca de lo que valora el gobierno y la sociedad húngaros al apoyar de este modo el matrimonio y la familia.
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