Isidoro Bakanja nace en el año 1885, en la población de Boangi, el Congo, en el seno de una familia pagana. A los veinte años, comienza a trabajar en una empresa de obras públicas de Mbandaka, donde conoce una comunidad de monjes trapenses que le inicia en el catecumenado. En 1996 recibe el bautismo, y recibe el mismo día la imposición del escapulario de Nuestra Señora del Carmen, a quien tiene especial devoción. También recibe la confirmación y la primera Comunión preparado por los padres trapenses. La catequesis que recibe se basaba en el testimonio de fe, dando especial importancia a llevar siempre colgado el escapulario y un rosario, como símbolo de pertenencia a María.
Empieza a trabajar en una empresa de caucho, y su trabajo es diligente, íntegro y concienzudo. Es abiertamente católico, pese a que el gerente de la empresa es un belga que tiene un odio declarado a todo aquello que sea religioso o cristiano. No deja que sus trabajadores lleven símbolos visibles de su religión ni que recen durante el trabajo. Isidoro no deja de llevar su escapulario y reza sin miedo delante de los trabajadores, dando testimonio de su fe. Muchos de los trabajadores lo eligen como catequista al ver su vida ejemplar. El gerente, Longange, ve un día que lleva en el cuello el cordón del escapulario, y le ordena que se lo quite. Isidoro no se lo quita, y unos días más tarde, cuando Longange le vuelve a ver con el escapulario colgado en el cuello, manda que lo azoten veinticinco veces. Isidoro soporta el castigo con humilde sumisión, sin quejarse.
Isidoro, después de este episodio, sigue realizando sus ejercicios piadosos y su apostolado entre sus compañeros, pero sin que esto interfiera en su vida profesional. La diligencia de Isidoro es admirada por sus superiores, que cada vez le tienen más respeto y confianza. Esto exaspera a Longange, que decide acabar con él, y manda a unos trabajadores que le maten. Cuando Isidoro se entera, se presenta delante de Longange para preguntarle qué es lo que ha hecho mal, y por qué quiere matarle. Longange le insulta y manda a un operario que le azote con un látigo para domar elefantes hasta que muera, por llevar el escapulario y enseñar a rezar a los demás obreros. El operario se niega a hacerlo, y Longange decide hacerlo él mismo. Le golpea con el látigo y con sus botas hasta que Isidoro se queda moribundo, y a duras penas pide piedad y recurre a su Madre del Cielo.
El gerente, temiendo que un inspector de la empresa descubra el crimen, encierra a Isidoro en un calabozo donde recibe nuevos golpes y malos tratos. Isidoro puede escapar del calabozo, y se recupera de las heridas. Hace llegar un mensaje a su familia, donde les dice que va a morir por ser cristiano. Vuelve a la vida de plegaria, de trabajo y de catequista, pero Longange vuelve a prenderlo para matarle a latigazos. Pese a los golpes que recibe, por lo menos doscientos, Bakanja no muere, y es encerrado en el calabozo, atado de pies con dos argollas unidas a un enorme peso, que es el trato que reciben los reos de muerte. Deciden trasladarlo a otra ciudad antes de matarlo porque temen que la policía les descubra. En el traslado, Bakanja consigue escapar, y se esconde en el barro, donde los gusanos comen sus heridas.
En el tiempo que está escondido, tiene la suerte de recibir la visita de unos misioneros, que le suministran los sacramentos: confesión, unción de los enfermos y la Eucaristía. Bakanja les explica su historia sin rencor, y les muestra su plena confianza en Dios. No tiene miedo a morir, y perdona a sus verdugos, igual que Jesús, su Maestro, en la cruz.
Muere la mañana del 15 de agosto de 1909, con veinticuatro años, tras haber tomado parte en la oración de los misioneros. Lo entierran con el rosario que tenía en las manos y el escapulario que llevaba sobre su pecho. Ese mismo día, la Iglesia celebra la entrada triunfal de María a los Cielos. Aquel día entra también en el paraíso este mártir del rosario y del escapulario del Carmen.
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