El pasado mes de octubre, coincidiendo con el mes dedicado tradicionalmente a orar, sacrificarse y ayudar económicamente a la labor misionera de la Iglesia, hemos celebrado un Mes Misionero Extraordinario con el lema «Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo» para conmemorar el centenario de la carta apostólica Maximum illud del papa Benedicto XV sobre la actividad desarrollada por los misioneros en el mundo.
En la carta escrita por el papa Francisco con ocasión de dicha convocatoria el Romano Pontífice recordaba la «tarea ineludible» de la Iglesia de cumplir el mandato divino de «ir por todo el mundo y proclamar el Evangelio a toda la creación» y concretaba el fin de este Mes Misionero Extraordinario: despertar aún más la conciencia misionera de la missio ad gentes y retomar con un nuevo impulso la transformación misionera de la vida y de la pastoral.
En el inicio del mes, festividad de santa Teresita del Niño Jesús, el papa Francisco alentó a los cristianos a ser «activos en el bien», haciendo fructificar con audacia y creatividad los talentos que Dios ha concedido a cada uno para el bien de todos. Esto nos convertirá en misioneros, decía en esa ocasión el Papa, testimoniando con nuestra vida que conocemos y amamos a Jesús, fuente de todo bien. «Es la vida la que habla y testigo es la palabra clave, una palabra que tiene la misma raíz de significado que mártir. Y los mártires son los primeros testigos de la fe: no con palabras, sino con la vida. Saben que la fe no es propaganda o proselitismo, es un respetuoso don de vida. Viven transmitiendo paz y alegría, amando a todos, incluso a los enemigos, por amor a Jesús. Nosotros, que hemos descubierto que somos hijos del Padre celestial, ¿cómo podemos callar la alegría de ser amados, la certeza de ser siempre valiosos a los ojos de Dios? Es el anuncio que tanta gente espera».
Siguiendo esta línea y según aquella exhortación de la carta Maximum illud de que «quienes deseen hacerse aptos para el apostolado tienen que concentrar necesariamente sus energías en la santidad de su vida, porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar», una de las características más específicas de este Mes Misionero Extraordinario ha sido la reiterada presentación de múltiples «testigos de la misión»: santos, beatos, siervos de Dios o simples fieles que, especialmente en los siglos xix y xx, podemos tomar como modelos e intercesores en nuestra fe y misión evangelizadora. A ellos también se ha añadido el ejemplo de tantos y tantos misioneros que actualmente dan su vida por anunciar a Cristo y cuyo testimonio vivo deberíamos tener más presente a lo largo de todo el año.
Y si al comienzo de este Mes Extraordinario el Santo Padre nos indicaba el modo de ser misioneros, durante la celebración de la Jornada Misionera Mundial, el pasado 20 de octubre, el papa Francisco llamaba la atención sobre el contenido de ese anuncio, que evidentemente es la persona de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación, pero que el Papa quiso proponer desde una perspectiva muy concreta y apropiada para nuestro tiempo: la belleza de su persona. Porque es la belleza, refulgencia e incandescencia de lo verdadero en la que el espíritu humano se aquieta, lo que permite en última instancia aprehender las cosas como buenas, atractivas y naturalmente deseables.
«Queridos hermanos y hermanas –concluyó el Papa–, cada uno de nosotros tiene, cada uno de nosotros “es una misión en esta tierra”. Estamos aquí para testimoniar, bendecir, consolar, levantar, transmitir la belleza de Jesús. Ánimo, ¡Él espera mucho de ti! El Señor tiene una especie de ansiedad por aquellos que aún no saben que son hijos amados del Padre, hermanos por los que ha dado la vida y el Espíritu Santo. ¿Quieres calmar la ansiedad de Jesús? Ve con amor hacia todos, porque tu vida es una misión preciosa: no es un peso que soportar, sino un don para ofrecer. Ánimo, sin miedo, ¡vayamos al encuentro de todos!».
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