El régimen comunista chino, fundado en 1949, festejó el pasado 1 de octubre su 70 aniversario con grandes desfiles y demostraciones de fuerza. Pero su futuro inmediato no aparece libre de graves complicaciones.
El 70 aniversario de la Unión Soviética, en 1987, también se celebró con grandes esperanzas puestas en el reformista nuevo secretario general del Comité Central del PCUS, Mijaíl Gorbachov, y su apuesta por la transparencia (glasnost) y la reestructuración (perestroika). Dos años después caía el Muro de Berlín y en 1991 la Unión Soviética cesaba oficialmente de existir.
Aquella experiencia, que intentaba conjugar un sistema económico comunista y una liberalización política, fue analizada en detalle por los dirigentes chinos que llegaron a la conclusión de emprender un camino diametralmente opuesto al soviético: abrirse al capitalismo económico al mismo tiempo que reforzaban el control sociopolítico sin detenerse ante nada, como certifica la represión acaecida en Tiananmen.
La campaña de persecución y sinización que el régimen comunista chino promueve en la actualidad contra los católicos en aquel país es una muestra más de que no están dispuestos a ceder lo más mínimo en su control totalitario sobre la sociedad china. Y todo ello cohesionado con un fuerte nacionalismo que recupera el orgullo de pertenecer a una entidad política milenaria y poderosa.
Los resultados en términos de prosperidad son evidentes, con China convertida en la segunda potencia mundial tras los Estados Unidos, al tiempo que exhibe cada vez más una política exterior agresiva a la hora de reivindicar lo que considera su área de influencia en la región.
Pero no todo es exitoso en la presente China. Los católicos no se resignan a homologarse a los dictados del Partido Comunista y los habitantes de Hong Kong se niegan a ser absorbidos políticamente, lo que ha desembocado en importantes y persistentes disturbios. La desaceleración de la economía mundial y el menor consumo que implica también ha golpeado a una China que ha pasado de crecer a más del 10% a solo un 6%, siempre según las cifras del gobierno chino, de fiabilidad limitada. La guerra comercial desatada por Trump, con su posterior negociación y acuerdo final, también ha erosionado la posición china.
Pero sobre todo, el futuro chino se las tendrá que ver con las profundas tensiones derivadas de los años de política de hijo único impuesta por el régimen comunista chino. El desequilibrio entre generaciones y la escasez de mujeres jóvenes anuncian graves problemas que ya están empezando a aflorar. La relajación de las políticas de hijo único tampoco han tenido un efecto inmediato importante, demostrando que es fácil imponer restricciones a los nacimientos, pero mucho más difícil recuperarlos según los antojos y necesidades de los dirigentes.
Los regímenes totalitarios siempre se creen eternos, pero la realidad es muy distinta. Quizás sea ésta una enseñanza del colapso de la URSS que se les escapó a los dirigentes chinos.
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