Oh, Sagrado Corazón de Jesús, yo te adoro en la unicidad de la Personalidad de la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Todo lo que pertenece a la persona de Jesús, pertenece por tanto a Dios y debe ser adorado con el mismo y único culto que rendimos a Jesús. No tomó en Él su naturaleza humana, como algo distinto y separado de sí mismo, sino como un simple, absolutamente, eternamente Él. Yo te adoro a ti, oh Corazón de Jesús, como a Jesús mismo, como a la Palabra Eterna en la naturaleza humana que Él tomó en su totalidad y vive en su totalidad, y por lo tanto en ti. Tú eres el Corazón del Altísimo hecho hombre. Al adorarte, adoro a mi Dios encarnado, Emmanuel. Yo te adoro, a ti que llevas una parte de esa Pasión que es mi vida, porque tú te desgarraste y quebraste en la agonía del huerto de Getsemaní, y tu precioso contenido se derramó a través de las venas y los poros de tu piel sobre la tierra. Y de nuevo fuiste drenado y secado en la cruz; y luego, después de la muerte, fuiste traspasado por la lanza y entregaste los pequeños restos de aquel tesoro inestimable, que es nuestra redención.
Dios mío, mi Salvador, adoro tu Sagrado Corazón, porque ese Corazón es el trono y la fuente de todos tus más tiernos afectos humanos hacia nosotros, pecadores. Es el instrumento y órgano de tu amor. Batía por nosotros. Se conmovía por nosotros. Se dolía por nosotros y por nuestra salvación. Estaba en llamas por el celo de que la gloria de Dios se manifestara en y por nosotros. Es el canal a través del cual ha llegado a nosotros todo tu desbordante afecto humano, todo tu amor divino hacia nosotros. Toda tu incomprensible compasión para con nosotros, como Dios y como Hombre, como nuestro Creador y nuestro Redentor y Juez, ha llegado a nosotros, y sigue llegando, inseparablemente mezclados en una corriente a través de ese Sagrado Corazón. ¡Oh, símbolo sacratísimo y sacramento del Amor, divino y humano, en su plenitud, tú me salvas con tu fuerza divina y tu amor humano, y lo haces completamente por esa sangre que obra maravillas, con la cual tú te has desbordado!
Oh, sacratísimo y amantísimo Corazón de Jesús, tú estás oculto en la Santa Eucaristía, y tú lates aún por nosotros. Ahora como entonces nos salvas. Yo te adoro, pues, con todo mi mejor amor y temor, con mi ferviente afecto, con mi más sumisa y resuelta voluntad. Oh, mi Dios, cuánto has aceptado sufrir para que yo te reciba, te coma y te beba, y por un tiempo hagas tu morada dentro de mí, haz que mi corazón lata con tu Corazón. Purifícalo de todo lo que es terreno, de todo lo que es orgullo y sensualidad, de todo lo que es duro y cruel, de toda perversidad, de todo desorden, de toda muerte. Y así, llénalo de ti, que ni los acontecimientos del día, ni las circunstancias del momento puedan confundirlo, sino en tu amor y en tu temor pueda estar en paz.
«Ya no nos duele morir»
De la carta pastoral que san Antonio María Claret como arzobispo de Cuba dirigió a sus diocesanos con motivo de la proclamación del dogma de la Inmaculada concepción (1859)