El padre Justo Antonio Lofeudo, misionero de la Santísima Eucaristía, introductor de las capillas de Adoración Perpetua en Europa, de las que ha establecido más de medio centenar en España, reconoce en su último libro María, la Eucaristía y el final de los tiempos que la Eucaristía y las apariciones de la Virgen María han sido los dos temas nucleares que han centrado su misión como sacerdote.
Sigue el padre Lofeudo la doctrina del Siervo de Dios Luis de Trelles, fundador de la Adoración Nocturna en España, que en su escrito que titula «María en el misterio de la Sagrada Eucaristía», en su revista «La Lámpara del Santuario» afirma: «María es Madre de Jesús, Jesús se ha hecho Eucaristía, luego María tiene con el Divino Sacramento una relación de maternidad».
Maternidad especial, porque según nos enseña la fe, el cuerpo de Jesucristo fue formado por el Espíritu Santo de la más preciosa sangre de su Madre Santísima; de lo que se deduce que en la Hostia sacrosanta está la carne y sangre de María, habiendo en el sagrario y bajo las especies algo que es de su Madre inmaculada.
Por eso dice san Agustín: «La carne de Jesús es carne de María, y el Salvador nos dio esta carne de María en alimento para nuestra salvación».
«De estas nociones fundamentales, que son parte del dogma cristiano, se deducen las íntimas relaciones que tiene la Señora con el augusto Sacramento.» Desde la sobrenatural perspectiva de la permanente lucha de Satanás contra Jesucristo, expone en su libro como la adoración de la presencia real de Jesús en la Eucaristía es objetivo prioritario de los ataques diabólicos, que, como escribe el cardenal Sarah, actualmente tienen como principal objetivo apagar en los católicos la fe en la Eucaristía.
Consciente de que esta embestida satánica se manifiesta con mayor intensidad en nuestros tiempos, el padre Lofeudo, fiel devoto de san Luis María Grignion de Montfort, nos expone como la Santísima Trinidad ha dispuesto desbaratarla mediante el creciente protagonismo de la Santísima Virgen, cuya victoria final ha puesto en sus manos, y cuyo pie ha de aplastar la cabeza de la infernal serpiente.
Reiterando la opinión unánime de los más prestigiosos mariólogos, afirma que la moderna era mariana se inicia con las apariciones de la Santísima Virgen en Rue du Bac de París en 1830, preparando el futuro dogma de la Inmaculada Concepción. En ellas Nuestra Señora manda acuñar su Medalla Milagrosa, con su signo rodeado de las doce estrellas que coronan a la Mujer del Apocalipsis: «Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12,1), y el autor advierte como esta revelación se manifiesta en las sucesivas apariciones marianas, en especial en Fátima, donde Lucía, en su segundo secreto, escribe que para la salvación de las almas Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María.
EL padre Lofeudo constata como la reiteración de esta profecía está presente, de distintos modos, en las apariciones marianas; así en el cerro mejicano de Tepeyac en que la Señora reveló a san Juan Diego en su lengua nàtuatl, que su nombre era: «Tecoatlaxope», que significa «aquella que aplastará la serpiente» (que los españoles llamaron Guadalupe por su similitud fonética con la advocación venerada en Extremadura). Recorre luego en detallado relato las sucesivas apariciones marianas, entre otras las de Rue du Bac en 1830, la Salette en 1846, Lourdes en 1858, Knox en 1879 en Irlanda, Fátima en 1919, y las más recientes de Tre Fontane, Akita, Civitavecchia, Garabandal y Medjugorie, estas dos últimas no reconocidas oficialmente hasta ahora por la Iglesia.
Por encima de sus matices y circunstancias, advierte sus concordancias y el común mensaje de todas ellas a los pueblos antes cristianos, que, tras su apostasía, pretenden construir una ciudad prescindiendo de Dios –que necesariamente resulta una ciudad contra Dios, y en definitiva una Babel infernal–, el mensaje de que, pese a ello, Dios no nos ha abandonado a nuestra suerte, sino que tiene entrañas de paternal misericordia para con nosotros sus hijos pródigos, y nos asiste con su gracia, enviándonos a la Santísima Virgen para protegernos y conducirnos al Cielo, también a los más alejados, aquellos «que aún no conocen su amor».
Discípulo de su paisano el padre Leonardo Castellani, el padre Justo Lofeudo constata que en nuestros tiempos de apostasía se cumplen los signos profetizados en los libros santos, pero no absolutiza el mal, ni se centra en anunciar calamidades, sembrando pesadumbre y desaliento, sino que, interpretando los signos de los tiempos, advierte que los nuestros son también tiempos de sobreabundancia de gracia, que la providencia divina ha dispuesto poner en manos de la Santísima Virgen, que viene a anunciarnos el próximo advenimiento de su Hijo Jesucristo, como «aurora que precede la llegada del día».
Constata asimismo como frente al presente oscurecimiento del sol, que es la Sagrada Eucaristía, surge un exponencial incremento de adoradores perpetuos al Santísimo Sacramento, signo de que está en puertas el triunfo del Amor con la venida del Reino Eucarístico.
La lectura meditada del libro invita a pedir con fervor este advenimiento que el Espíritu nos ha revelado y que, según su consejo, esperamos con gozo: «cuando veáis que suceden estas cosas, alzad la cabeza y alegraos, porque vuestra liberación está cerca». (Lc 21, 28)
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